SOBRE EL AUTOR

La colección de sucesos que denotan la aparente connivencia entre políticos y narcotraficantes en Puerto Rico es lo suficientemente contudente como para despacharlas como las actuaciones cándidas, impropias o aisladas de algunos miembros de la partidocracia. Las inocentes gestiones de la distinguida cofradía de Bayamón (Ramón Luis Rivera, padre e hijo, Marrero Hueca y Antonio Silva) en aras de la libertad del capo narcotraficante “Junior Cápsula”; la intervención policiaca en la misteriosa cafetería “Betsy”, abortada por el alcalde de la capital, Jorge Santini, quien compartía allí “con amigos”; y los lazos afectuosos de los senadores Héctor Martínez y Lornna Soto, de la familia de Carolina, con el difunto narcotraficante, “Coquito”, son los episodios más recientes de una sórdida trama que asombra y perturba al país. NARCOPOLITICA. Llegó la hora de llamar las cosas por su nombre y aceptar que los mercaderes de la droga influyen en la política criolla (ya son responsables de un 70 por ciento de nuestra economía subterránea, según ha dicho el economista José Alameda). Probablemente también tienen voz en la articulación de la gestión pública y financian las campañas de muchos candidatos, entrando en la dinámica de compra y venta de influencias que en antaño era exclusiva de empresarios y desarrolladores. Pablo Escobar es el “rol model” La prensa puertorriqueña denomina a “Junior Cápsula” (José Figueroa Agosto es su verdadero nombre) como el “Pablo Escobar del Caribe” para significar su peso en el narcotráfico internacional. Y el difunto capo colombiano también era político, habiendo sido representante a la Cámara por el Movimiento de Renovación Liberal, organismo que era parte de la órbita de un candidato presidencial en aquel entonces, Alfonso López Michelsen. Escobar se codeaba de tú a tú con todos los politicos importantes de la década del ochenta y hasta fue invitado a España por el presidente Felipe González, según lo contó el periodista Juan José Hoyos Naranjo en un exquisito reportaje sobre el mafioso. Por otro lado, Escobar no perdía el paso en el negocio de la droga, llegando al extremo de “comprar las rutas” de los aviones de reconocimiento de la DEA (Drug Enforcement Administration) para evitar que sus radares detectaran los aviones que él mandaba de Colombia a la Florida repletos de droga. “La ruta de esos aviones también tienen precio… Ya hemos comprado varias”, le dijo Escobar al periodista, para hacer constar que la telaraña del narcotráfico también salpicaba a figuras de la seguridad y el Gobierno estadounidense. Un poder en las sombras Mafia y política. Un repaso a la historia de la Mafia siciliana, organización clandestina fundacional y emblemática, nos permite constatar las relaciones sinuosas que históricamente ésta ha tenido con los partidos, el gobierno y hasta la Iglesia Católica. También que su perdurabilidad tiene mucho que ver con la omertá –la ley del silencio- y que se hace inexpugnable en la estructura social de la familia, considerada sagrada y único lugar seguro, según explica Giuseppe Carlo Marino en su libro “Historia de la Mafia” (Barcelona: Vergara, 2002). Carlo Marino destaca, además, que la Mafia es un fenómeno que no puede ser clasificado simplemente como una estricta organización criminal: en Italia, por ejemplo, ha tenido parte en acciones puntuales contra los movimientos políticos de izquierda. ¿Hasta dónde llega la relación entre el campo político partidista puertorriqueño y los narcotraficantes? Se trata de una pregunta que aun no ha sido respondida a cabalidad. Una obra sí atiende los antecedentes: La Mafia en Puerto Rico (Isla Negra, 2004) del Dr. Luis A. López Rojas, libro en el que se sugiere que el muñocismo miró a otro lado con respecto al negocio del juego y la prostitución en la posguerra. Entretanto, los relatos periodísticos en torno a “Junior Cápsula” y sus posibles apoyos siguen trazando la dramaturgia del escándalo. Miguel Pereira, ex secretario del Departamento de Corrección y ex fiscal federal que usualmente se expresa con gran honestidad y sensatez, dice en una entrevista radial con Rubén Sánchez (WKAQ-580) que está convencido de que el narcotráfico pesa mucho en la política puertorriqueña. Y que llegó la hora de aceptarlo. Amenaza a la democracia El escritor Mario Vargas Llosa sostenía recientemente en una columna publicada en el diario español El País que el fracaso del gobierno de México en su guerra contra el narcotráfico –le echaron al ejército del país- demostraba que la única salida al problema es la despenalización. “¿Por qué los gobiernos, que día a día comprueban lo costosa e inútil que es la política represiva, se niegan a considerar la descriminalización y a hacer estudios con participación de ciéntificos, trabajadores sociales, jueces y agencias especializadas sobre los logros y consecuencias que ella traería?”, pregunta Vargas Llosa. Advierte que el narcotráfico es la verdadera amenaza de las democracias latinoamericanas, “más que el populismo de Chávez”. La prensa y la esfera pública puertorriqueña no puede conformarse con masticar hasta la saciedad el caso de “Junior Cápsula” y los políticos que abogaron por él. Hacerlo sería convertirlo en una simple anécdota que eventualmente triturará la maquinaria informativa. Por el contrario, este triste relato debe ser el punto de partida de una discusión a fondo sobre el alcance del narcotráfico, la despenalización de la droga y el financiamiento de las campañas políticas. Empecemos llamando las cosas por su nombre.