La pandilla le debe a Waddys Jaquez, el más importante director de teatro dominicano de su generación, 600 dolares, le debe a su madre, Doña Yoli, como dos meses del dinerito que le manda para que con la morena que le esterica los moños, que ya los tiene lacios, haga salir nubecitas de un blower XXXL. A su hijo le debe como 9 años de paciencia y ternura, necesidad que todas las amistades de la pandilla dicen compartir. La pandilla debe dos rentas, una en Condado por una habitación en la que guarda una colección de caudillos dominicanos y maestras ejemplares del siglo 19 en papier maché a quienes les debe una limpieza básica con un trapo seco al son de The Soft Parade de The Doors y cuando Jimbo dice “cobra on my left leopard on my right” la pandilla recuerda que le debe a Echu dos galones del líquido con el que tanto en Transilvania como en Maimón los héroes de la patria brillan sus medallas y se pregunta si el cobra del poeta será un verbo o un sustantivo. A la gata que consiguió a través de un favor no establecido en la calle Caleta de las Monjas, una gata blanca a la que le falta un colmillo, presumiblemente chalenged, la pandilla le debe manos grandes que restrujen constantemente expulsando fuera de la pelambre de coco, todo el abuso que un cuerpo aguanta antre los 2 y 3 meses de edad. La pandilla debe la otra renta, que es menor y por la que adquirió un pequeño espacio para la contemplación de la efectividad del sortilegio y adonde sobrecogida la pandilla une todas sus boquitas en un beso nada práctico con el que, si a la luna le da la gana, las mareas arrastran cuanto juguete Fisher Price y parafernalia golfística se le interponga. Es muy bonito de ver, y es entonces cuando la pandilla descansa un poco y deja de pensar en la deuda que tiene con su jefa, de varios miles de favores, que es como deberle a Santa Marta la Dominadora una hija y verse durante el embarazo dos serpientes enroscadas alrededor del vientre. A Fabio, el prestamista, le debe con cojones y le paga un 25% de la misma cada viernes, y esa deuda, como él mismo le explicó entregándole el dinero, “son deudas de la calle, ¿tú me entiendes?”. Fabio en realidad se llama José Manuel, pero de chiquito la mai en el Cibao le dejó el pelo largo para que se criara porque nació con forceps y en la escuela le decían Fabiola. Cuando la pandilla acude a pagarle los sustanciosos réditos, Fabio se sonríe saliendo con los músculos esculpidos con la toalla al cuello y le dice: “hay que abonar, por que se te va a hacer un hoyo”. A Chepe, en su consulado en París, la pandilla quiere deberle más que el cariño y la admiración que por años han cultivado, y le escribe emails que bien pudiese firmar Olga Guillot en los que se solicitan unos chelitos, tan pronto sea posible, que la pandilla ya ha gastado en nuevas chaquetas de cuero con su logo (un trueno cobrizo) en la espalda. Por eso, cuando la pandilla sale de la “ciudad”, esta arena movediza de facturas con cara de gente y text messages sin contestar, hacia un estado mental llamado Guánica, La Pandilla se escribe con mayúsculas y comienza a respirar profundo dándose cuenta que el humo que huele feo no es el de su motor, sino el de adelante, y que The Soft Parade de The Doors no ha llegado ni al cuarto compás. Al quinto, comienza lo del beso, en la carretera, de noche, y de motor a motor, cosa que si un helicóptero cruzara el cielo con un lente infrarrojo captaría 25 Ducatis en círculo con bocas picudas extendidas hacia el centro adonde una hormiga es lamida sin ser lastimada por horas en redondo. Para esto es necesario el desierto puertorriqueño y su maleza hecha pelota, que en dominicano quiere decir: Guazábara, Guánica, Guagua de estrellas en el cielo, que a la segunda mirada es más bien un tren de circo, adonde miles de animalitos exóticos han estado a merced del gran cobrador, látigo en mano, El Tirano MC, colocando platitos de maní a través de las rejas de los vagones rojos. La Pandilla se acerca, una fila de motoras a cada lado, estiran la pierna para lograr estabilidad y con un pie en el sillín y el otro en el borde del tren, utilizando un gancho de ropa como llave, comienzan a librerar osos y nutrias, pavos reales y ciguas palmeras, chicken wings y neardentales que saben cuál es el último dance craze en Puerto Príncipe y que esparcidos por la grama ornamental de un resort comienzan a recitar sus nombres en congoleño para el disfrute de los niños y el público en general. La Pandilla aplaude, al fondo, pegándole la manguera a sus bestias de carga, calientes todavía por tanta trepadera y númerito ilegal. Cuando todo ha terminado y el ronquido de los osos levanta papeles de periódico y pelusitas, un sonido de cajita de música robótica levanta a La Pandilla que lee, con la cara iluminada por la luz verde de la pantalla de un celular la siguiente frase: “DELINCUENTE ME DEBES EL ARTICULO DE DIÁLOGO”. La autora es escritora y oficiante del grupo musical Miti-Miti.