
SOBRE EL AUTOR
El gas lacrimógeno no causa la muerte. En esto es diferente a versiones mayores de armas químicas, como las que ha desarrollado la industria militar desde la guerra de 1914 al 1918, que producen estallido de ojos, destrucción del sistema nervioso, convulsión y muerte por asfixia en pocos minutos.
Pero nadie sabe qué podría pasar en innumerables casos, por ejemplo de asmáticos o pacientes cardiacos en estado delicado que estuviesen dentro de su casa digamos en Hato Rey y de pronto su habitación se llenara de gas lacrimógeno. Los químicos del gas lacrimógeno, como los de bombas letales, agreden los sistemas nervioso-cerebral y respiratorio, y pueden causar daño permanente a la córnea del ojo y la piel.
Que la Policía impidiera el acceso a una vía pública no significa necesariamente el inicio de un régimen de segregación social, racial y política tipo apartheid, en que pudiesen transitar por la Milla de Oro solamente ejecutivos bancarios y blanquitos funcionarios. Pero fue un precedente que podría contribuir a más destrucciones de derechos civiles y de acceso a espacios públicos que –todavía– no han sido privatizados.
En las calles de Río Piedras contingentes de la Fuerza de Choque marchaban en formación, como en un país ocupado militarmente (Puerto Rico es un país ocupado militarmente). Sacan estudiantes de las casas, irrumpen sin órdenes de arresto.
Aplican el rudimentario protocolo: rostro contra el pavimento, rodilla en la espalda, cordón de seguridad alrededor del arresto. Indirectamente amenazados están los mirones y vecinos, y los guardias mismos se sienten amenazados por el entorno. Se insinúa un régimen de miedo, más que de consenso.
En la avenida Ponce de León los manifestantes exigen que la vía pública sea en verdad pública. La Policía les impide el paso porque asume que destrozarán vidrios y pintarán paredes. Pero se supone que se arreste a alguien porque comete un delito, no por la eventualidad de que pueda cometerlo.
Arrestar quiere decir detener y fue lo que hizo la Policía con la marcha, la detuvo. A la vez detuvo el derecho civil a la vía pública. El impulso de las privatizaciones arropa la Ponce de León en la zona bancaria. Pero la vida social podrá anular este dictamen.
El poder político es en cierto modo un teatro y un espectáculo, y lo que “el pueblo” mira determina muchas veces la correlación de fuerzas. En consecuencia el gobierno estaba contra las sogas, en tanto era irrefutable el derecho que reclamaban los manifestantes. No había razón para impedir el paso de la marcha, más allá de una arbitrariedad instruida “desde arriba”.
La mirada pública de las tensiones políticas se remite a la aspiración moral de la sociedad de ella misma continuar existiendo. La aprobación o reprobación política depende de cuánto aumente o descienda la calidad de la vida social.
Como el capital desbarata la sociedad, crece la ansiedad de esta por su propia salud y es más visible cuando desciende el rating del gobierno y de los grupos políticos al servicio del mercado financiero.
Sin embargo vivimos un desmoronamiento de la política, o más bien su subordinación a las altas finanzas. Un recrudecimiento de la tiranía global del capital —o una puertorriqueñización del mundo, si se prefiere— debilita la escenografía política y los gobiernos.
Queda la sospecha generalizada de que la gestión del gobierno y la Policía el Primero de Mayo fue torpe, desastrosa, chapucera y errática —aunque disimulada con presunto profesionalismo—, pues extendió por la ciudad, en vez de contener, la violencia y el uso de armamento. Los gases lacrimógenos dispersaron la masa, sin duda, pero a un precio social muy alto.
Una pregunta es si el gobernador Ricardo Rosselló estuvo siempre de acuerdo con la decisión de Pesquera de impedir el paso, o el viejo policía se impuso de alguna forma sobre el joven gobernador. Al final ambos aparecieron unidos firmemente tras la controversial decisión, lamentando las lesiones de agentes.
El fenómeno viene dándose en distintos países, de que los policías no solo agreden, sino que son agredidos. Como el dinero escasea, insisten en trabajar en la Policía y la Fuerza de Choque, que les dan salario y poder, en vez de dedicarse a otra cosa, digamos bouncers en discotecas, personal trainers o administradores de baños sauna. Luego resultan heridos en el campo de batalla global del neoliberalismo, donde se desatan sucesivas rabias y pedreas.

La multitud fue dispersada con gases venenosos y macanazos. (Cortesía Ricardo Alcaraz)
Según la versión oficial, el Estado y el mercado financiero no son violentos, y solo lo son los desafíos en su contra. Pero Max Weber, el sociólogo, escribió que el estado tiene –o intenta tener– el monopolio de la violencia.
Al dispersar la marcha con gases venenosos y macanazos, Ricky y Pesquera expulsaron y fragmentaron una masa vigorosa que estaba comprimida. Así desataron una persecución y violencia por Hato Rey y Río Piedras nunca antes vista aquí en un espacio tan grande, mientras lanzaban gases lacrimógenos que herían a la población general.
Por evitar la posibilidad de que se afearan los elegantes edificios del mercado financiero, Pesquera y Rosselló estaban en la encerrona política de tener que conculcar derechos básicos (acceso público a una vía pública, expresión, reunión).
Debían proteger el simbolismo de estos edificios, entre los cuales hay que caminar como se caminaba en una catedral: humillado, incluso de rodillas. Pues la Casa de Dios ha cedido a la Casa del Dinero, y ésta es protegida no sólo por la fe neoliberal sino por la Fuerza de Choque y la policía política y sus drones, cámaras y tecnología millonaria.

Los elegantes edificios del mercado financiero estaban protegidos por la Fuerza de Choque, la policía política y sus drones, cámaras y tecnología millonaria. (Cortesía Ricardo Alcaraz)
El papa católico es izquierdista en comparación con el papa del capital que domina al mundo e impide la soberanía de las naciones: los monopolios de escala global y la economía financializada.
La forma-dinero del capital comanda todas las otras formas del capital, impidiendo incluso el aumento en la productividad y la reproducción de la fuerza de trabajo, como se ve en la destrucción de la educación pública y el desmantelamiento de los salarios.
El dios-Dinero miraba desde arriba a Ricky y Pesquera y ellos, píos y contritos, se sintieron compelidos a obedecer y exigir, con violencia, que la catedral sea respetada.
Claro que si la marcha seguía su camino terminaba la manifestación, y todo el mundo a su casa. Si es cierto lo que dice la prensa, que había más de mil agentes, entonces podía ponerse policías en ambas aceras, frente a los edificios financieros, con siete u ocho pies de distancia entre cada policía, para arrestar a quien cometiera un acto ilegal.
No parece, sin embargo, que esta opción ofreció confianza a los directores del gobierno. Quizá los policías hubiesen tenido que estar pendientes de demasiados sitios y practicar muchos arrestos a la vez, de ser acertado el presentimiento de Pesquera de que habría vandalismo. La fuerza policial opera mejor compacta que separándose, en parte porque el pueblo es mucho más numeroso y está en todos lados, y en parte por la ineficiencia e inseguridad de los agentes.

“Los movimientos locales, sociales y cívicos son indispensables. Su espontaneidad e independencia revisten la máxima importancia”. (Cortesía Ricardo Alcaraz)
Quién sabe si vieron en los manifestantes una capacidad organizativa que no esperaban, y asomó en su mente policiaca la idea horrorosa de ser vencidos. Uno se pregunta qué hubiese pasado si las grandes marchas que llegaron a la Muñoz Rivera y Roosevelt se hubiesen unido al grupo que insistía en marchar en la Ponce de León.
Si este grupo, cuyo núcleo duro tendría quizá 200 personas, puso a la defensiva una fuerza policial de sobre 1,000 efectivos armados y apertrechados, qué no harían, por ejemplo, 5,000 manifestantes organizados.
Jornada Se Acabaron las Promesas deja ver una organización efectiva y un desarrollo político. Supo aprovechar la arbitrariedad de impedir el acceso a una vía pública.
Quizá los directivos coloniales dudaron algún instante que fuera acertado emperrarse en impedir la marcha, como sugiere la brevísima supuesta negociación para que permitir pasar a los manifestantes si estos dejaban de lanzar objetos. O quizá nunca dudaron, como sugiere la sorpresiva orden, horas antes, de impedir el paso por la Ponce de León, que obligó a la marcha de Marea Feminista a alterar su ruta. No importa. Fue una decisión política, para proteger el símbolo de los edificios financieros.
Esta cosa de los permisos para las manifestaciones en Puerto Rico siempre ha sido en apariencia compleja. Sirve para rodear de confusión y humo –también literalmente– lo que realmente acontece. Todavía hay quien cree que la Masacre de Ponce en 1937 fue por una cuestión del permiso para la marcha. Pero la masacre fue una decisión política, por la cual Roosevelt exoneró a Winship.
Una vez la Policía decidió terminar a la fuerza la manifestación el Primero de Mayo, Hato Rey y Río Piedras se convirtieron en un enorme campo de confrontación, odio, persecución y estampida. Fue el alto costo social del celo del gobierno por los edificios financieros.
Mientras una reportera de televisión aseguraba que ya todo estaba calmado y normalizado –más que informar proyectaba su propia ansiedad e ignorancia–, la violencia estaba desparramada. Contingentes de la Policía perseguían a numerosos grupos de manifestantes en Floral Park, la Roosevelt hacia avenida Barbosa, a lo largo de la Ponce de León hacia Río Piedras, y en los barrios estudiantiles y populares de Santa Rita y Amparo.
Los policías disparaban el lanzador de lacrimógenos hacia donde vieran gente en grupo, como un niño con un juguete nuevo.
La Policía siguió el concepto de dispersar, identificar, perseguir, arrestar, fichar y ocupar espacios específicos de la ciudad. La persecución selectiva engrosaría la información clasificada, como parte de un sistema de datos estadounidense y mundial.
La sociedad civil y la vida urbana están cada vez más militarizadas mediante cuerpos policiales y sus equipos, operaciones tácticas, entrenamiento, vigilancia e inteligencia, sobre todo en los países más poderosos y sus zonas de influencia.
Tal vez al final de la jornada los policías celebrarían como en una gran victoria. Pero su partido –en el triple sentido del Partido Nuevo Progresista (PNP), el partido financiero y el partido más incondicional del imperialismo norteamericano– sufrió y sufrirá políticamente.
La dramática secuela al dictum policiaco sobre la Ponce de León podrá hacer daño político severo a Rosselló y el PNP, y beneficiar a Carmen Yulín Cruz, el Partido Popular, los independentistas y alguna coalición electoral ciudadana que se forme en 2020.
No se presenta el reto político solamente para la burguesía: también se presenta para el proletariado. Tiempo es ya de que empiece a concebirse algún esfuerzo político que unifique y propulse la fuerza potencial de las clases trabajadoras y populares, y dinamice la apreciable conciencia histórica que exhiben amplios sectores. Ha habido desde hace años un progreso del intelecto, colectivo e individual, y de la pasión, o más bien de una justificable ira clasista popular.
Pero aún no se produce una organización política que se nutra de la radicalidad inherente del pueblo pobre y más explotado, de las contribuciones que pueden hacer profesionales, científicos y técnicos para construir un país, y de una juventud cuyo futuro está seriamente amenazado; que se aleje de la vieja hegemonía de burócratas y patriotas conservadores; y cree sus propios medios de información, educación, publicidad y lucha en todos los planos que sea necesario.
Los movimientos locales, sociales y cívicos son indispensables. Su espontaneidad e independencia revisten la máxima importancia. Pero sin acción política estratégica y unitaria, sin enfrentar el problema crucial del estado se repetirá el capitalismo colonial como en una larga y aburrida tragicomedia.
Con razón, la política está desacreditada como sitio de pillos, ineptos y corruptos. Sin embargo, la política es de esencial importancia para la vida social, y tan importante para el ser humano como las dimensiones económica, psicológica, sexual y tantas otras.
Hay que rescatar la política y restituirla como espacio de creatividad, valentía, intelecto riguroso y compartido, voluntad colectiva y formación de la nación popular, que deje atrás la prehistoria brutal del capitalismo monetarista.
El autor es profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras.