Por: Eduardo J. Suárez Silverio, PhD

Las religiones principales (el judaísmo, el cristianismo y el islam), como el humanismo secular, coinciden en la especialidad del ser humano. Se asume que los humanos poseemos una esencia que nos separan del resto de los organismos. Esta incluyen ser hijos de Dios, ser racionales y morales. Esta condición de privilegio nos hace amos de la naturaleza. En el Génesis se dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo”, (1, 26). En esta cita se explica que no sólo somos especiales, sino que tenemos un derecho natural de usar el resto de la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades de especie. Es precisamente esta manera de pensar lo que ha originado la crisis ecológica que actualmente confrontamos. El “especiecismo” se define como un chauvinismo de especie. Cometemos esta falacia al asumir que somos una especie superior con un derecho divino y natural de consumir el resto de la naturaleza.
John Dewey diferencia entre las artes de aceptación y las artes de control. Las primeras buscan, ante nuestra inhabilidad de dominar los sucesos que nos afectan, el hallar significados que nos ayude a conllevar las cosas negativas que nos ocurren. Me refiero a las religiones y las doctrinas filosóficas trascendentales. Por ejemplo, es confortante para los padres que acaban de perder a un hijo que se les diga que éste se halla en el cielo, y que en el futuro lo volverán a ver. Como agnóstico, Dewey cree que estas creencias satisfacen unas necesidades emocionales y psicológicas que tenemos y, por tanto, no se deben ver como un fenómeno genuino de revelación. Las creemos porque nos sentimos mejor: funcionan como consuelos, como un escape a los sucesos negativos que nos afectan.
Dewey cree que el progreso humano se dio cuando pasamos de las artes de aceptación a las de control. Como hemos visto, las primeras funcionan como escapes, como formas de resignación. En cambio, entre las artes de control se hallan el pensamiento crítico (inteligencia), la ciencia y la tecnología. Según Dewey, las artes de control nos han permitido dominar y apoderarnos de la naturaleza, y por tanto, de nuestras vidas. Así realizamos el mandato original del Génesis que nos ordena ejercer nuestro dominio sobre el resto de la Tierra. Siguiendo con el ejemplo anterior, ya no tendríamos que resignarnos a la muerte de los hijos como natural e inevitable, pues los logros en la pediatría, y en la medicina en general, nos han permitido reducir la mortalidad infantil. Para Dewey, la aceptación del “orden natural de las cosas” se ha debido a nuestra incapacidad tradicional de dominio. Pero, con las artes de control, hemos creado un nuevo y mejor mundo en el que transformamos la naturaleza.
Lamentablemente, las artes del control ejemplifican nuestro gran error como civilizaciones modernas: El intento por modificar, en vez de adaptarnos, al orden natural. Es nuestro intento por controlar, y no aceptar la naturaleza, ´las cosas como son´ (el Dao), lo que ha destruido el ecosistema. Al intentar transformarlo, en favor de nuestros diversos intereses, se le ha hecho un grave daño. Esto ha empeorado con las sociedades de consumo.
Dewey desarrolla estas ideas en los Estados Unidos a comienzo del siglo veinte, en la era primitiva de un capitalismo industrial que transforma, sin reglas ambientales y de salud, la naturaleza y la sociedad. Una figura central de la nueva sociedad consumista es Edward Bernays, quien expone en su libro Propaganda las bases de la publicidad comercial moderna. Según Bernays, la democracia no emerge espontáneamente en los pueblos, pues estos primero tiene que ser “instruidos” por parte de las clases económicas que gobiernan: “la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones organizadas de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática”, (1928, p. 37). Bernays cree que las clases altas tienen la obligación de formar y dirigir al pueblo. Pero no estamos hablando de los filósofos en La república, sino de unos individuos que buscan enriquecerse a costa de manipular el pueblo. Como consecuencia, hemos construidos una sociedad económicamente desigual, y antiecológica, en que la publicidad comercial, el consumismo, es el nuevo libreto de vida. El ir “shopping”, comprar por comprar, se ha convertido en el pasatiempo nacional de muchas sociedades. Este guion se ha popularizado al punto que países como China, oficialmente comunista, lo han aceptado.
La filosofía también ejemplifica el especiecismo humano que caracteriza a las religiones. Según los griegos, la razón, el intelecto, nos hace distintos a los animales y a las plantas. Mientras que el comportamiento de estos organismos parecen estar determinados por causas biológicas, los seres humanos, debido al pensamiento, tenemos la capacidad y la libertad de alterar el orden natural de las cosas. Mediante la reflexión podemos evaluar las consecuencias de las opciones antes de que sucedan. Al establecer relaciones causales, podemos decidir si obrar de tal manera: Si hago X, Y resultará. De esta manera, podemos decidir por lo que es más provechosos para nosotros como individuos, sociedades y especie.
En cambio, los otros organismos viven en el presente y en el pasado. Al no poder proyectar al futuro, funcionan a las merced de los eventos que les afectan. No tienen el control sobre las cosas. Siguiendo el mandato del especiecismo humano, nuestro propósito y derecho natural es adquirir el dominio sobre la naturaleza. Es sólo que olvidamos que nosotros somos parte del orden natural, y que en cuanto alteremos el equilibrio en este diseño, tendremos unos efectos negativos. Este olvido nos ha llevado a la actual crisis ambiental.
Tanto en la versión religiosa, como en la filosófica, se ha asumido que todo los organismos, incluyéndonos a nosotros, tenemos un fin o propósito dado, un telos. Este propósito natural no es una construcción individual, como supone el existencialismo, pues es inherente a la especie. En nuestro caso existen unos libreto principales que determinan qué dirección debemos seguir. Por ejemplo, en el caso de las religiones es el regreso a Dios, a un estado celestial, que aseguramos a través de la fe y los buenos comportamientos. En el caso de la sociedad moderna consumista es disfrutar al máximo nuestras vidas, sobre todo, obteniendo cosas que nos llenan, viajando a nuevos lugares, etc.
Aristóteles y Hostos afirman que nuestro telos es maximizar el potencial intelectual y moral al que podemos aspirar. Aristóteles, el padre de biología moderna, supone que de la misma manera en que las semillas determinan de antemano qué árbol habrá de germinar, los humanos estamos llamados a realizar nuestras potencialidades trascendiendo lo estrictamente biológico. Pero, a diferencia de los otros organismos, en que sucede automáticamente, nosotros nos realizamos a través de la educación. Desde una perspectiva ética, Hostos afirma que nuestro telos es cumplir con el deber de los deberes: “que es el cumplir con todos nuestros deberes”, Tratado de moral, p. 280. Este máximo desarrollo moral se logra mediante la educación.
A excepción del estoicismo y Hostos, las diferentes versiones del telos en los humanos ha supuesto el uso de la naturaleza para satisfacer nuestras necesidades: el dominio de todos sus recursos. La naturaleza es vista desde la razón instrumental, que la reduce a medios que son útiles para lograr nuestros múltiples propósitos. Esto va desde los animales y plantas con que nos alimentamos, el petróleo que genera la energía, hasta los metales y plásticos que empleamos en nuestros equipos tecnológicos. En cambio en el estoicismo y en Hostos observamos la razón sustantiva: Nuestras vidas suponen unos principios éticos comunes que descubrimos a través del intelecto y de la conciencia: La razón no calcula, sino que descubre estos principios y la dirección que debemos seguir en nuestras vidas. Por tanto, nuestro telos no se construye individual ni socialmente, pues se nos manifiesta como auto evidente dentro del orden natural. Todo ser racional y moral debe llegar a las mismas conclusiones.
El estoicismo presupone que existe un orden natural del cual somos parte, pero, debido a la ignorancia, queremos que las cosas sean distintas (a como naturalmente son). De forma paralela, la tradición china (Lao Tzu y Confucio) enfatiza el Dao, que se refiere al orden natural de las cosas, tanto en el contexto natural como el social. La miseria humana se genera cuando nos oponemos al Dao. Por ejemplo, el envejecer es inherente a la vida. Por tanto, erramos cuando nos apegamos a la juventud. Por el contrario, debemos aceptar que el orden natural de la vida implica el envejecer y el morir. Nuestros sufrimientos serán proporcionales a cuánto nos resistamos a este orden natural.
En Hostos esta doctrina de reconocimiento y de respecto a la naturaleza, de la cual somos parte, se convierte en una obligación moral: “Ese reconocimiento de que formamos parte del mundo físico … es el primer deber que se deriva de esa relación”, Tratado de moral, p.146. Hostos acepta el supuesto tradicional que los seres humanos somos una especie privilegiada, como seres racionales y morales, pero, a diferencia de las corrientes religiosas y seculares, que validan su explotación, tenemos la obligación de conservar y proteger la naturaleza, pues “bien se sabe que cuando nos oponemos a alguna ley natural, el daño es para nosotros”, Tratado de moral, p. 146. Yo añadiría, contrario a Hostos, que esto no es bien sabido. Si lo hubiésemos sabido, habríamos evitado llegar al escenario ambiental en que nos hallamos. Por ejemplo, ¿cómo no se nos ocurrió pensar, por ejemplo, que el tirar millones de toneladas de gases a la atmósfera (dióxido de carbón, metano, etc..), no tendría unos efectos negativos, como se ejemplifica en el calentamiento global?
El estoicismo y Hostos nos presentan una ecología precientífica. El problema con la ciencia es que se puede emplear como razón instrumental, como medio para transformar la naturaleza, o como la razón sustantiva, que supone el descubrimiento, la aceptación y la manera correcta de vivir dentro del orden natural. Hoy en día nos estamos moviendo a la razón sustantiva: a aceptar que existe un orden natural que debemos reconocer, aceptar y respetar. La mayoría de los científicos ya se han dado cuenta del error de intentar consumir los recursos de la Tierra como si fuesen ilimitables. Sobre todo, el gran error de nuestro sistema económico capitalista que funciona bajo el falso dogma del progreso continuo. ¿Cómo se puede lograr un crecimiento continuo en medio de los recursos limitados que tiene nuestro planeta?
¿Qué debemos hacer? La respuesta apunta a la educación. En primer lugar, como afirma Hostos, desarrollar en la población el deber de conservar la naturaleza. Esto se logra haciendo de la ecología una materia fundamental del currículo desde los grados primarios. Ningún otro tipo de conocimientos tienen sentido, a no ser que tengamos un Tierra habitable. En segundo lugar, abandonar la economía capitalista consumista. Este asunto no se debe ver a base de las definiciones tradicionales de izquierda y de derecha: El marxismo también ha sido parte del especiecismo humano que afirma nuestro derecho natural de transformar la naturaleza. Por tanto, estaríamos hablando de un nuevo paradigma económico y de vida que enfatiza la convivencia social en armonía con la naturaleza: un nuevo estilo de vida dentro de una economía ecológica.
Tercero, promover en la población la lectura de las obras clásicas y contemporáneas que promueven la riqueza interior, y que se ejemplifica en las buenas conversaciones. La imágenes de los medios tecnológicos de entretenimiento han generado unas poblaciones superficiales, embrutecidas, que corresponden a la utopía consumista presentado por Edward Bernays en su obra Propaganda. Como explica Hostos, hemos formado unas sociedades modernas “tan brillantes por fuera, como las sociedades prepotentes de la historia antigua, y tan tenebrosas por dentro como ellas”, Tratado de moral, p. 193. Dejamos de ser el homos sapiens para convertirnos en el “homos consumidoris”. Nos hace falta movernos al “homos naturalis”.
El autor es catedrático del Departamento de Estudios Graduados, Facultad de Educación Eugenio María De Hostos, de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.