En países como Brasil ha costado sangre y fuego que se reconozca la aportación cultural de los sectores populares y de los residentes en las emblemáticas favelas. Comunidades que, de paso, han ayudado a construir, desde sus reivindicaciones, un país menos injusto y racista. El doctor Samuel Araujo, coordinador del Laboratorio de Musicología de la Universidad Federal de Brasil, ha dedicado su vida a investigar sobre su música, sus condiciones de vida y aspiraciones, registrando junto a ellos la memoria sonora de los que están más allá de la cultura oficial. Recientemente visitó la Universidad de Puerto Rico por invitación de la Maestría en Administración y Gestión Cultural del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (MAGAC). Le entrevisté en un paréntesis entre su conferencia magistral, las reuniones de un curso que ofreció a los estudiantes del MAGAC y sus recorridos por algunos de los barrios que más “suenan” en nuestro país.
Desde hace muchos años vienes realizando investigaciones con un fuerte componente de participación en las comunidades marginales de Brasil, particularmente en las favelas, con el fin de promover la igualdad, la justicia social y la visibilización de las expresiones culturales populares. ¿Qué es lo que has estado haciendo, por ejemplo, en la favela Maré, de la zona norte de Río de Janeiro?
Ese trabajo es la convergencia de dos trayectos, mi trayecto en la universidad, al frente del laboratorio de etnomusicología, que es un área en la universidad de intersección entre disciplinas y perspectivas interdisciplinarias, y el esfuerzo de un grupo de militantes de una de las mayores favelas, que es la Maré. Y esos militantes, desde los años ochenta, venían trabajando para fortalecer las organizaciones de base. Ellos tenían dos trayectorias diferentes, algunos venían de participar en los partidos políticos de la izquierda, del tiempo de la clandestinidad y otros de las comunidades eclesiásticas de base, un núcleo de la Iglesia Católica ligado a la Teología de la Liberación. Así que antes de la universidad yo tenía un trayecto político… Pero en mi trabajo académico yo había tenido una experiencia muy interesante en la Universidad Federal de Paraíba, en el noreste de Brasil, en la década de los ’70, participando en trabajos de extensión universitaria, lo que en inglés llaman ‘outreach’. Y esto fue muy importante para mí porque me hizo entender y concebir formas de articulación entre la producción de conocimiento académico y resultados concretos que se puedan presentar a la sociedad en general.
¿Qué diferencia ha marcado el trabajo de base en esas comunidades? ¿Cómo ha cambiado la vida en estos entornos a partir de ese trabajo?
Los cambios vinieron porque en las comunidades marginales se desarrolló una percepción aguda de las desigualdades, las disparidades sociales y económicas en Brasil. Lo mismo pasó con los sectores que estuvieron amordazados por la dictadura militar hasta el año 1985 y por religiosos relacionados con la Teología de la Liberación. Entonces, este trabajo fue organizado prácticamente por personas que eran laicas, algunas francamente antireligiosas, y religiosos que tenían una visión más abierta y de compromiso con las clases populares. Esto fue algo que aconteció en todo Brasil, fue la base de la lucha final que llevó a la derrota de la dictadura militar. Entonces, con el fin de la dictadura, gracias a estos movimientos, hubo un proceso entre 1985 y 1988 que llevó a la nueva constitución de Brasil a que todos estos derechos reprimidos en el período de la dictadura militar emergieran. Nosotros tenemos esta gran paradoja: una constitución de 1988 bastante avanzada, garantizadora de derechos, pero que aún es una letra en papel, no una garantía efectiva de derechos. En las décadas que siguieron mi país ha enfrentado la corrupción y las políticas neoliberales que han afectado a toda Latinoamérica. También hemos sido testigos de la privatización de casi todas las empresas estatales brasileñas con la excepción de Petrobras, que es la joya de la corona, y finalmente, tenemos una expresión de este movimiento de base, que fue el gobierno de Lula da Silva, que ganó las elecciones de 2002. La victoria de “Lula” es el resultado del convencimiento de los oprimidos, que tenían el poder para cambiar las cosas.
Sé que tus trabajos parten de la noción de una etnografía colaborativa, de un investigador académico que se implica en las dinámicas de ese entorno que pretende estudiar. ¿Qué lecciones has obtenido de esos procesos de investigación participativa?
Primero quiero decirte que esos movimientos de base se inspiraron en las propuestas que académicos en diferentes partes del mundo, pero particularmente de América Latina, estaban articulando desde los ‘60. Entonces es un proceso muy largo y lento que empieza con acciones de educación popular, inspirados en el pensamiento de Paulo Freire, Iván Illich, Myles Horton y Orlando Fals Borda, muy identificado con la llamada “investigación-acción participativa”. Hay un “slogan” de Paulo Freire que dice “nadie educa a nadie”, que sintetiza la idea de que todos (académicos y el pueblo) nos educamos mutuamente… Desde el año 2003, nosotros recuperamos ese legado porque tenía algo importante que decir en el presente. Segundo, lo que más he aprendido en todo este tiempo es precisamente algo que yo creo que falta en la política en general en Brasil, pero quizás también en otros sitios, que es una especie de pensamiento relacional, una especie de pensamiento de que cuando la sociedad se cristaliza en instituciones muy cerradas se dirige a una calle sin salida. La capacidad del pueblo de reinventarse todo el tiempo, típico de alguien que llega a un sitio sin lugar para vivir y tiene que imaginar en los espacios vacíos un sitio para sí, es una gran lección. La resiliencia de esas personas… que no se doblan, que no desaniman frente a estos retos, o frente al clasismo o el racismo, es ejemplar.
Supongo que en ese marco, el trabajo de rescate de la memoria de estos sectores populares tiene una carga simbólica muy poderosa. Además, es otra forma de co-teorización. ¿Dónde y cómo se registra esta memoria?
En nuestro caso la música es la puerta de entrada para la recuperación de esta memoria. Una memoria musical que tiene muchas voces, sentidos y géneros (samba, baião y otros) y que a veces presenta más discordancias que concordancias. Es una música que tiene mucho de descriptivo, pero también hay violencia y conflicto. Quizás uno de los ejes más originales de todo este trabajo lo fue el énfasis que los habitantes de la favela Maré colocaron en los términos conflicto y violencia en nuestras discusiones internas. Reconocimos que la violencia-conflicto no son momentos eventuales en la vida social, sino que están siempre presentes. Hay una dialéctica en la vida social entre momentos de relativa paz, relativa tranquilidad, estabilidad quizás, y la violencia y el conflicto. Entonces, uno de nuestros primeros trabajos académicos, siempre escritos en coautoría, con personas de 16 años de edad, hasta de 30, 40 y, yo, que no voy a confesar mi edad… El primer artículo trataba precisamente de violencia y conflicto, no como eventos empíricos, puntuales, sino como conceptos a tener en cuenta en el abordaje de la música desde un punto de vista crítico-académico. Esto fue una relativa novedad para el campo de la etnomusicología y la musicología. Había mucha literatura que trataba precisamente de canciones de protesta, canciones alusivas a casos de explotación social, económica, de género y cosas así, pero entender esa relación entre conflicto y violencia en prácticamente toda la producción musical era algo, de cierta manera, original.
Al escucharte me pregunto si esas músicas de los sectores populares son reconocidas por el gobierno de tu país. ¿Las instituciones culturales han “invisibilizado” esas expresiones de la música de las favelas?
Hasta la llegada de Lula da Silva al poder esa era la postura de las escuelas de música superiores. Esa era la política cultural del Estado. Por ejemplo, con el ministerio de cultura creado en el año 1988 con la constitución, y principalmente entre los años 1988 y 2003, fue privilegiado el llamado “arte erudito” -¡pero para mí la samba es erudita, como la plena y la bomba aquí!- Entonces la música de concierto, la música popular muy comercial y también algunos artistas críticos, como Chico Buarque y otros, eran favorecidos en las políticas públicas. Desde esa perspectiva, la favela no tiene cultura y su acceso a la misma pasa por conectar con la producida por las clases medias altas y las élites. Pero las políticas públicas cambiaron mucho cuando el cantante Gilberto Gil se convirtió en el primer ministro negro de Brasil, asumiendo la dirección de Cultura. A partir de ahí hubo una mayor apertura y reconocimiento de otras expresiones.
Finalmente, ¿cuál ha sido el balance de tu intercambio con los alumnos de la Maestría en Administración y Gestión Cultural de la UPR durante el curso que brindaste aquí?
Creo que tenemos muchas similitudes, muchas preocupaciones en común. De pasada, te digo que hay alumnos y alumnas brillantes… En mis interlocuciones con ellos he reiterado en el punto de cómo ese pensamiento de la década del sesenta hasta hoy tiene una rica y larguísima historia, de casi 60 años. Lamentablemente, nosotros nos ignorarnos a nosotros mismos… Es necesario conocer nuestras “historias” e intelectuales en Latinoamérica y el Caribe.
El autor es periodista y catedrático de la Escuela de Comunicación del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.