Esta es la segunda parte del reportaje: La soledad de volar. Para leer la primera parte pulse aquí.
Gloria González, de 44 años, disfruta de ser asistente de vuelo. Lleva 17 años trabajando como azafata para American Eagle y American Airlines y piensa seguir haciéndolo hasta que decida retirarse, ya que como ella asegura “cada viaje es una oportunidad para conocer”.
Gloria empezó trabajando en el mostrador, registrando el equipaje y los boletos de los pasajeros. Un día, luego de que se emitiera una convocatoria solicitando asistentes de vuelo, Gloria, junto a una amiga, solicitó la plaza laboral; fue contratada y desde entonces no se arrepiente de su decisión. En aquel momento los asistentes de vuelo trabajaban en las condiciones de Ivana González por un periodo de tres a cuatro años. Luego de ese periodo trabajaban con un horario fijo y flexible que les permite pasar una cantidad considerable de días libres en sus casas. Hoy, sin embargo, toma de 10 a 18 años de experiencia laboral antes de que la aerolínea le ofrezca a los asistentes de vuelo un horario fijo y con estabilidad geográfica. Gloria, por suerte, solo tuvo que esperar dos años. Por eso hoy no se queja de su trabajo ya que por lo regular trabaja cuatro días consecutivos y luego tiene 4 libres.
“Al principio, cuando yo salía de mi casa me sentía sola y tenía que estar en un hotel sola, pero ya van tantos años que ya yo me acostumbré”, le mencionó Gloria a Diálogo a las 3:00 p.m. mientras esperaba en el aeropuerto de Columbus, Ohio por un vuelo retrasado que estaba supuesto a despegar a las 1:00 p.m.
Gloria, en la medida de lo posible trata de sacarle partida a cada vuelo que se retrasa o se cancela. Una vez, por ejemplo, cuando se sospechaba que un vuelo podía ser cancelado por nieve, acordó con una amiga que si el vuelo llegaba a cancelarse se irían juntas al casino del hotel a matar el tiempo.
Al día siguiente de la entrevista de Gloria con Diálogo, ella trabajaría en un vuelo que aterrizaría en Nashville a las 11 a.m y no se iría de allí hasta que despegase el otro vuelo a las 2:00 p.m. del día siguiente. Eso a ella no le molestaba, sino que la entusiasmaba. “Nashville es una ciudad muy colorida y muy folclórica. ¿Tú te crees que yo me voy a quedar encerrada en el hotel? No. Yo cojo un mapa y averiguo cómo llegar al ‘town’. Yo no me voy a quedar en el hotel; yo me voy a conocer”, aseguró la azafata quien ha sido madre soltera de cuatro hijos, tres de los cuales ya son mayores de edad.
Al igual que los asistentes de vuelo, los pilotos no están exentos de esta realidad solitaria. Ellos también pasan largos periodos de tiempo volando, teniendo a su volante como su único confidente. Y es que, es rara la vez en que los comandantes de vuelo se abren para interactuar con los asistentes de vuelo o con sus copilotos.
Carlos Herrera, por su parte, en sus 15 años de experiencia en la industria ha tenido la oportunidad de socializar y hacer amigos con todo tipo de empleados; desde asistentes de vuelo hasta maleteros, pero nunca con los pilotos.
Según opinó Carlos, los pilotos suelen ser herméticos ya que no pueden demostrar su problemas a la compañía ni nada que pudiera provocar la suspensión o erradicación de sus licencias para capitanear vuelos. De hecho, la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés), oficina gubernamental que regula las disposiciones legales de la industria, realiza pruebas médicas a los pilotos en las que se ausculta, entre otras cosas, si el piloto tiene problemas de estabilidad emocional. Si un capitán resulta sospechoso de estar enfrentando problemas emocionales o personales, la tenencia de su licencia podría verse afectada negativamente.
Consecuentemente, muchos pilotos prefieren ser reservados puesto que cualquier cosa pudiera ser utilizado en su contra. Es de esperar, entonces, que no quieran admitir que pudieran estar sintiendo soledad y tristeza durante sus jornadas de trabajo, ya que como advierte Carlos, “los pilotos son muy orgullosos”.
Sin embargo, Rafael Rojas, piloto de la aerolínea mejicana Aeroméxico, estuvo dispuesto a admitir lo solitario e incómodo que puede ser el pilotear aviones.
“Trabajamos seis días y descansamos uno. El momento más triste es cuando llegamos al hotel, después de varios días fuera de casa: es muy incómoda la soledad”, confesó Rojas en una entrevista con la periodista Karla Hernández de la revista mejicana Selecciones.
Sentir soledad estando al mando de un vuelo es un tema delicado. Como han demostrado numerosos estudios, las personas que sufren de soledad se deprimen y aumentan sus niveles de ansiedad. Estas condiciones, sin duda, no son las ideales para pilotear un avión. De hecho, una investigación realizada por el Journal of the Air Mobility Command evidenció que la soledad ha hecho que los capitanes de vuelo del ejército se desanimen y se distraigan mientras pilotean.
No es de extrañarse, entonces, que en algunos foros se haya mencionado que la soledad pudiera actuar como un detonante que agudiza los desbalances emocionales que algunos pilotos pudieran estar experimentando de antemano. El caso del fenecido piloto de Germanwings, Andreas Lubitz –quién alegadamente se suicidó el pasado 24 de marzo estrellando un avión con 150 personas a bordo– pudiera ser un ejemplo.
No obstante, Patrick Smith, autor del libro Cockpit Confidential, le comentó a Diálogo que el problema de Lubitz era un caso severo y no cree que la soledad haya sido un factor importante en este suceso suicida.
Smith, quien también es capitán de vuelo, sostuvo que aunque es muy cierto que a veces los pilotos sienten algo de soledad por estar lejos de todo, es importante tener en cuenta que por lo general los pilotos tienen al menos 12 días libres por mes. Según se expresó, otros empleos pudieran ser más solitarios que capitanear aviones.
“El típico empleado de oficina solo está en su casa dos días por semana”, comparó. Pero su comparación no contempló que un empleado de oficina termina su jornada todos los días y tiene la libertad de ir a su casa, visitar a un amigo, transitar por la calles que conoce, o pasar la Navidad con las personas que quiere.
Ivana, a diferencia de Smith, sí lo contempló. Por eso no se arrepiente de no haberse puesto su ‘name tag’ aquel día en el que trabajó y aterrizó sabiendo que jamás volvería a volar en soledad.