Por: Roberto Savio
Está claro que no se va a alcanzar la meta de controlar el cambio climático. Hay que recordar ante todo, que el objetivo de no pasar de dos grados centígrados de calentamiento global antes de 2020, se adoptó en 2009 como fórmula de consenso por la 15 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, realizada en Copenhague.
En la comunidad científica, muchos reclaman medidas inmediatas, pero en aras del realismo político se aceptó un objetivo poco ambicioso. Resumiendo, el acuerdo era detener el aumento del clima antes de 2020 y desde ese año dar inicio a un proceso destinado a revertir gradualmente el cambio climático hasta niveles seguros, para ser concluido antes de 2050.
No obstante, en los últimos cuatro años ya se ha registrado un aumento de la temperatura de un grado, y solo resta otro grado hasta 2020.
La Agencia Europea de Medio Ambiente, que publica un informe cada cinco años, advierte que Europa necesita “metas mucho más ambiciosas” para poder alcanzar los objetivos declarados.
La Unión Europea ha programado la reducción de sus emisiones de gases contaminantes entre 80 y 90 por ciento antes de 2050. En lugar de una reducción, Alemania registró un incremento de 20 millones de toneladas de emisiones de carbono entre 2012 y 2013.
Para alcanzar la meta, Alemania debería reducir anualmente las emisiones en 3.5 por ciento en los próximos seis años, un objetivo difícil, que aumentará los costos de la energía y provocará reacciones tendientes a bloquear las medidas que pueden ser perjudiciales para la economía.
Precisamente, esa posición es la misma del opositor Partido Republicano en Estados Unidos: rechazar toda propuesta para preservar el ambiente.
En la actualidad, los efectos del cambio climático son evidentes, no solo para los climatólogos. El año pasado, las personas desplazadas por desastres climáticos tales como huracanes, deslizamientos, sequías, inundaciones e incendios forestales, llegaron al alarmante número de 11 millones.
El Centro de Investigación sobre la Epidemiología de Desastres, que registra desastres naturales desde hace 110 años, publicó un informe conjunto con el Instituto de Energía y Recursos, que comprueba un incremento exponencial, de alrededor de 50 desastres naturales en 1975 a 525 en 2002.
En 2011 el costo de los desastres naturales subió a las nubes, llegando a 350,000 millones de dólares. Y entre 1900 y 2009, los desastres hidrometeorológicos aumentaron de 25 a 3,526.
Según el informe, en conjunto, los fenómenos hidrometeorológicos y las situaciones geológicas y biológicas extremas aumentaron de 72 a 11,571 durante el mismo período.
No hay duda de cómo la actividad humana tiene un impacto dramático en el clima y en general en el planeta, lo que afecta la vida de las personas. Las universidades de Chicago, Yale y Harvard calculan que en India, quienes viven en zonas contaminadas pierden un promedio de 3.2 años de esperanza de vida.
Y como siempre, el mundo avanza en dos caminos, desvinculados y opuestos.
El principal debate es sobre la suma a invertir en el cambio climático. La solicitud original fue de 15,000 millones de dólares, pero los países industrializados la redujeron a 10,000 millones, que se distribuyen a lo largo de algunos años entre los países en desarrollo que han tenido que realizar inversiones. Hasta ahora, se reunieron 7,500 millones.
En la conferencia de Copenhague, los países ricos dijeron que la inversión en el Fondo Verde para el Clima llegará a los 100,000 millones de dólares en 2020. Las contribuciones en 2013 registraban solo 110 millones de dólares.
Este es el camino para la reducción de las emisiones fósiles. Veamos lo que los países ricos están gastando para su cumplimiento.
El informe del británico Instituto para el Desarrollo muestra que los gobiernos del Grupo de los 20 (G-20) países industrializados y emergentes también están financiando con 88,000 millones de dólares anuales la exploración de combustibles fósiles, mediante fondos públicos, subsidios nacionales e inversiones de las empresas estatales.
Los gobiernos del G-20 gastan más del doble que las 20 mayores empresas privadas para hallar nuevas reservas de petróleo, gas y carbón. Esto demuestra que sin las inversiones públicas, el sector privado no podría expandir la producción de combustibles fósiles.
La Agencia Internacional de Energía estima que los gobiernos del G-20 deberían reorientar 49,000 millones de dólares anuales, poco más de la mitad de lo que gastan para apoyar la exploración de combustibles fósiles, para poder impulsar el acceso universal a la energía, sustituyendo el sistema actual, basado en fuentes de energía no renovables.
Como de costumbre, el sistema esparce declaraciones atractivas, pero a veces hace lo contrario.
Lo nuevo es que la campaña contra la necesidad del cambio climático está perdiendo fuerza y credibilidad. Es un hecho que en Estados Unidos los republicanos son financiados por las grandes corporaciones de la energía, que harán todo lo posible para boicotear cualquier acuerdo que el presidente Barack Obama pueda lograr en la definitoria Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático, en diciembre próximo en París.
Hasta ahora solo algunos científicos disentían de las conclusiones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, integrado por 2,200 especialistas, acerca de la relación entre las actividades humanas y el deterioro climático.
Las posturas negativas de los pocos científicos disidentes lograron un eco desproporcionado en los medios conservadores.
Pero ahora se ha revelado que uno de los principales disidentes, Willie Soon, ha sido financiado por la industria de los combustibles fósiles. En la última década, Soon ha recibido al menos 409,000 dólares de la estadounidense SouthernCompany Service, una de las mayores empresas de servicios públicos, con grandes inversiones en centrales eléctricas alimentadas a carbón.
Los multimillonarios estadounidenses Charles y David Koch, patrocinadores de organizaciones de extrema derecha y que donarán al Partido Republicano 980 millones de dólares para las próximas elecciones presidenciales, proporcionaron a Soon al menos 230,000 dólares a través de la Fundación Caritativa Charles G. Koch.
Lo que está en juego es nada menos que la vida de nuestro planeta. Sin embargo, el sistema gubernamental no está actuando con la urgencia requerida. Para alcanzar los objetivos indicados por la comunidad científica hacen falta inversiones mucho más cuantiosas que las actualmente disponibles.
Esconder la cabeza, como el avestruz, no sirve para evitar el desastre que se avecina.