Nuevamente, observamos como el deporte provoca que los puertorriqueños manifiesten una atracción hacia su soberanía. No es cosa nueva que cada vez que triunfa alguno de sus atletas o equipos se perciba un ambiente en la isla de euforia nacionalista. Hasta los anexionistas más recalcitrantes andan gozando con el producto de la soberanía deportiva.
Estas explosiones de autoestima boricua- que se intensifican cuando jugamos contra Estados Unidos- contrastan con el pensamiento que se percibe a diario en la isla de que los puertorriqueños no tienen la capacidad de ‘echar pa’ lante’ a su país. Esa visión pesimista del puertorriqueño se viene inculcando desde los tiempos de Luis Muñoz Marín y Luis A. Ferré. Se percibe cada día cuando los políticos de los partidos de mayoría no hacen más que buscar fondos federales sin presentar alternativas que fomenten el desarrollo económico. No solo esto sino que, en su discurso mediático, le recuerdan al pueblo todo el tiempo que sin Estados Unidos están perdidos.
Puerto Rico no ha tenido poder político desde el año 1492. Su modelo económico es impuesto, promovido y defendido por los Estados Unidos desde 1898. Si no han sido dueños de su país, si no han tenido voz sobre las decisiones económicas y las leyes que se le aplican arbitrariamente ¿por qué se le achaca la culpa de la crisis a los puertorriqueños? ¿No se puede reconocer que las políticas económicas impuestas han sumergido a Puerto Rico en una crisis?
Ahora bien, ¿qué han decidido los puertorriqueños? Aunque Puerto Rico no es un país libre ha tenido ciertos grados de autonomía política. Estos resquicios permitieron tener, antes del ELA, una legislatura y luego en 1946 una rama ejecutiva con poderes para manejar un presupuesto local. Aún con el historial de políticas nefastas, ha habido circunstancias que han obligado a los políticos puertorriqueños a responder con medidas progresistas. En el 1930, por ejemplo, participaron en la creación del Plan Chardón -uno de los proyectos económicos más abarcadores que se han creado- que pretendía diversificar la agricultura y convertir al gobierno en productor.
Asimismo, y con el afán de promover avances, en 1952, logaron incluir reformas al sistema de gobierno que promovían una mayor representación en la Legislatura, una ley de minoría y un aumento en los senadores y representantes por acumulación. Todas estas medidas facilitaban la participación de las minorías en el gobierno. Incluyeron también la educación gratuita y un artículo en la Constitución de Puerto Rico que promovía garantías y derechos establecidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos. En general, crearon una constitución más avanzada que la estadounidense aprovechando los pequeños grados de autonomía que les permitían añadir criterios a su conveniencia.
No solo eso. Hemos visto que las circunstancias actuales han obligado a los políticos, tan colonizados y neoliberales, a intentar establecer impuestos a las multinacionales como Wal-Mart, declarar en moratoria la deuda y realizar un plebiscito para resolver el estatus, entre otras medidas de interés nacional. Los políticos, por más o por menos, deben intentar resolver problemas que afectan la isla porque está dentro de sus intereses también. Estos son sólo algunos ejemplos que demuestran que cuando los puertorriqueños asumen el poder político tienen la capacidad de tomar decisiones en pos de su bienestar y eso no es casualidad. Sin embargo, por más que hagan, las decisiones finales recaen siempre sobre Estados Unidos. Además, no tiene suficientes poderes políticos y esperando porque el congreso le ofrezca una solución, Puerto Rico perece.
Las corporaciones ausentistas con sede en Estados Unidos en la década de los 30’ lograron restringir el Plan Chardón por este ser contrario a sus intereses (Véase Edwin Irrizary Mora, Economía de Puerto Rico: Evoluciones y perspectivas, 2001: p.45-55). Recientemente, los tribunales, basándose en las leyes de comercio interestatal estadounidenses y en la ley de Relaciones Federales, prohibieron establecer un impuesto a Wal-Mart. Esas mismas leyes imponen restricciones al desarrollo de las empresas locales tanto en Puerto Rico como en los Estados de la unión. Estos son sólo varios ejemplos de cómo proyectos de desarrollo económico han sido frenados por el sistema colonial. En resumen, fuera de las ayudas federales, la relación colonial implica una serie de restricciones a las empresas locales y a proyectos de desarrollo económico.
Es natural que los intereses y las leyes estadounidenses tiendan a ser divergentes a los puertorriqueños. Sus leyes están diseñadas para la población estadounidense. Estas divergencias se manifiestan, por ejemplo, en la permanencia de las leyes de cabotaje a pesar de que, en ocasiones, ha habido consenso sobre su eliminación. Para más, ni siquiera la ley PROMESA, que fue diseñada para Puerto Rico, responde a los intereses de los puertorriqueños. No cabe duda que lo único que se busca con ese proyecto es recortar fondos al presupuesto de Puertor Rico para sacar ese dinero fuera de la isla eliminando servicios esenciales a la población.
A estas situaciones se le suman los miles de millones de dólares que escapan anualmente de Puerto Rico a Estados Unidos por concepto de la repatriación de empresas multinacionales. Esta es la naturaleza de las colonias: existen para extraer riquezas hacia la metrópoli (véase El capital de Thomas Piketty, p.95). Se puede decir lo que sea sobre los políticos locales pero por más corruptos o ineptos que se les considere, si quieren ganar elecciones están obligados a responder, aunque mínimamente, a los intereses de los puertorriqueños. Los congresistas en Estados Unidos hacen lo propio con los estadounidenses. Finalmente, estos políticos no están parados en la nada sino sobre una base partidista local, no transnacional.
Lo que Puerto Rico ha logrado con su soberanía deportiva ofrece más ejemplos de la capacidad que tiene para sobresalir. Con todo y la constante repetición de que los puertorriqueños son inferiores al resto del mundo porque son incapaces de regirse por su cuenta, al compararse con el resto del mundo en cuestiones de deporte han tenido un buen desempeño. Sus mejores talentos deportivos si no están representando a la isla andan jugando en equipos de otros países.
¡La música! No importa el rincón del mundo que sea, siempre se escuchará alguna composición hecha en Puerto Rico. Así en muchos otros renglones académicos y artísticos. ¿Cómo entonces siguen pensando que valen menos y que son inferiores por naturaleza que el resto de los países? Todo parece indicar que son iguales, que aun siendo tan pocos sobresalen en muchos ámbitos y que son capaces de tomar decisiones para su propio bienestar.
Esta visión optimista de los puertorriqueños es contraria al mito del puertorriqueño inferior que han creado desde hace décadas los Estados Unidos y sus defensores en los partidos de mayoría. Solo pensar que los puertorriqueños son iguales al resto del mundo debe convencerles de aspirar a decidir sobre su futuro como el resto del mundo y no dejarlo en manos del congreso republicano trumpista. Los soberanistas tienen, sin duda, una visión optimista del puertorriqueño, entienden que los puertorriqueños no son inferiores al resto del mundo; son iguales. Además, prefieren ser ellos quienes decidan hacia dónde dirigir las riquezas económicas de su país sin que se lo lleven al exterior; reconocen que la opción para solucionar la crisis económica no es la austeridad impuesta por la Junta de Control Fiscal.
Ahora mismo, la soberanía es la opción que permite aglutinar fuerzas no sólo en contra del corrompido Partido Nuevo Progresista (PNP) sino también contra el moribundo Partido Popular Democrático (PPD). Este último es el único partido en la historia de Puerto Rico que promueve el status quo, contrario a lo que proponían sus fundadores. Promover mayores poderes para la isla los obliga a salirse de su zona de confort en el que llevan hace décadas. El actual PPD le teme al cambio y su inmovilismo ha demostrado que la mayoría de los políticos de ese partido no están a la altura de sus tiempos. A ese paso, quedarán desconocidos por la historia.
Al fin y al cabo, ante la imposibilidad de aspirar a la anexión y también ante el hecho de que las leyes estadounidenses no dejarían de aplicarse aunque Puerto Rico fuera un estado, la única salida parece estar en la autonomía. No solo es un derecho internacional reconocido que no debe negarse a Puerto Rico de ser reclamado, sino que incluso los Estados Unidos están en disposición de otorgarla por conveniencia como nos ha demostrado la experiencia histórica. También así lo demuestra la reciente actitud del representante estadounidense en la Organización de las Naciones Unidas y otros foros internacionales y regionales.
Puerto Rico se encuentra en una situación crítica. Esto implica que debe tomar decisiones drásticas para cambiar su sistema. Sería preferible que esas decisiones no dependan de un Congreso con una mayoría republicana. Sería preferible recuperar el poder que les permita decidir lo que más les convenga. El nacionalismo deportivo solo denota que los boricuas se enorgullecen de sus logros como colectivo. Como toda persona, celebra sus éxitos individuales. Para poder disfrutar de esos logros en el futuro, es necesario que los boricuas reconozcan y verdaderamente crean y vivan como personas iguales a las de cualquier parte del mundo, que dejen de pensarse como si fueran inferiores.
El 11 de junio hay un plebiscito en el que se da la oportunidad histórica de decidir si prefieren anexarse a los Estados Unidos o prefieren los poderes de un país soberano. La pregunta es sencilla y hace mucho se debió de haber contestado porque es indispensable en cualquier proceso de descolonización. ¿Quiere Puerto Rico ser un estado más o quiere decidir su rumbo económico y social sin interferencia de poderes federales? La opción de soberanía en el plebiscito es antagónica a la austeridad, a la Junta de Control Fiscal, al PPD, al PNP, a la colonia y a las leyes estadounidenses que restringen el desarrollo económico de la isla.
Si se toman en cuenta los ánimos que resaltan durante los eventos deportivos, incluso expresiones de que los puertorriqueños pueden ser mejores que los norteamericanos, podríamos decir que los autonomistas somos más que los anexionistas. Manifestación es un concepto que explica que un sentimiento o una cosa que ya existe se deja ver y sentir, sale a luz. A la mayor parte de los puertorriqueños les gusta la soberanía y esto se manifiesta claramente durante eventos deportivos. También, esto ha sido así históricamente.
En las elecciones del periodo antes del ELA 1904-1948, por ejemplo, la fuerza autonomista dominó todas las elecciones sobre la anexionista. En años recientes, el PPD lograba sus victorias al promocionarse como un partido soberanista y obtener un mayor número de votos mixtos. El porcentaje de votos que recibió en 2012 el ELA soberano hace cuatro cuatro años fue de 33%, en circunstancia más adversas para la autonomía que ahora. En los últimos meses, los Estados Unidos han demostrado en varios foros, especialmente en los procesos de aprobación de promesa, su reticencia y rechazo hacia Puerto Rico. Esto no puede interpretarse como otra cosa que un rechazo a su posible anexión.
Es entendible que las personas se sientan intimidadas ante la posibilidad de romper de golpe y porrazo las relaciones con Estados Unidos. Sin embargo, dentro de la soberanía, la libre asociación brinda la oportunidad de establecer un acuerdo con Estados Unidos en verdadera comunidad; ya sea en común defensa, ciudadanía, moneda, etc. Para los independentistas, la libre asociación es una opción que permitirá a los puertorriqueños demostrar la conveniencia de tener mayores poderes políticos y económicos. No hay duda de que los no creyentes en la anexión son una gran fuerza y los que creen en la soberanía pueden formar un frente capaz de enfrentar el anexionismo.