A sus siete días de nacida, Karla Michelle estrenó su primer atuendo. Víctor Díaz, le había comprado un vestidito blanco y se lo puso con mucha delicadeza, junto con unos zapatitos blancos y una diadema roja. Karla Michelle nunca había estado tan bonita. Lástima que estuviese muerta y que Víctor, su padre, la estuviese embalsamando.
Al principio él no quería hacerlo. Tenía una sensación de vértigo y dolor que no le permitía concebir cómo él tendría que trabajar con el cuerpo de su propia hija. En el cuarto de embalsamamiento ya esperaba el cadáver inerte de Karla Michelle tendido en la camilla de trabajo. Afuera, frente a la puerta, estaba Víctor llorando y titubeando su decisión. Respirando hondo se armó de valor y abrió la puerta. Una vez adentro se enfocó y empezó el proceso como si se tratase de cualquier otro cadáver. Hoy, años después, él continúa trabajando como embalsamador y dejó claro que jamás volvería a embalsamar a un hijo.
Actualmente, Víctor lleva más de diez años embalsamando con tal destreza que se ha convertido en uno de los más solicitados en Puerto Rico. Al presente presta sus servicios a diez funerarias diferentes.
Su incursión en este oficio se dio a través de uno de sus tíos que es embalsamador. Poco a poco, teniendo una relación cercana a su tío, fue naciendo en él un interés en el asunto de bregar con cadáveres hasta que un día tomó la decisión de estudiar la materia y convertirse en un embalsamador.
Sin embargo, no siempre estuvo seguro del trabajo que estaba escogiendo como su oficio de vida. De vez en cuando vacilaba y no descartaba la posibilidad de renunciar a la idea. Aunque su vacilación era recurrente, nunca flaqueó tanto como aquella vez en la que por un instante estuvo a punto de desistir de la idea de ser embalsamador.
Sucedió un día en el que se disponía a ayudar a su tío en el embalsamamiento de un cuerpo. Su tío le había hecho la invitación y él la aceptó sin ningún problema. Lo que Víctor no sabía es que al cadáver se le había realizado una autopsia y el cuerpo estaba en la camilla con el torso abierto y todas las vísceras y órganos al descubierto.
Cuando Víctor entró al cuarto y miró la camilla se le revolcó el estómago, se acercó con recelo al cadáver y paró en seco.
“Tío, esto no es pa’ mí”, dijo.
Su tío se detuvo, lo miró a los ojos y le dijo unas palabras que acabaron de una vez y por todas con su vacilación.
“Víctor, ponte los guantes”.
Víctor no ha sido el único que en sus primeras experiencias ha pensado renunciar a este trabajo. Él mismo, que imparte cursos de embalsamamiento, nos contó que muchos de sus estudiantes llegan los primeros días muy entusiasmados y preguntando mucho, pero “cuando ven cómo es la cosa se echan para atrás”. Incluso, Diálogo supo que en distintos centros de enseñanza y práctica de embalsamamiento algunos aprendices se han desmayado en plena faena, por razones que van desde miedo, nerviosismo y hasta por shock emocional.
Con el tiempo el embalsamador se acostumbra y la labor fluye sin inconvenientes como si se tratara de cualquier otro trabajo. Víctor, por ejemplo, ya se acostumbró al olor de la muerte. Y no es para menos, pues al sol de hoy ha embalsamado cerca de 13,000 cadáveres.
Diálogo: ¿Y no te da pena a veces, cuando piensas que esa persona estuvo viva o en sus familiares? ¿No te pasa nada por la cabeza cuando le ves cosas como los lunares y los tatuajes que hablan de una persona que estuvo viva y que posiblemente pudiste haber tenido al frente la semana pasada en la fila del supermercado? ¿Nunca has tenido un cuerpo que haya despertado curiosidades en ti?
“Tú no tienes tiempo para pensar en nada de eso. Tú estás en un proceso”, respondió mientras explicaba que él no deja de tener en mente que se trata de un negocio y que tiene que cumplir con sus clientes. Explicó que durante el embalsamamiento siempre estás pensando en el proceso, velando que ninguna parte del cuerpo se hinche y en que estás tarde y tienes otros cadáveres en turno con los que también tienes que trabajar. “Uno piensa en salir de uno pa’ comenzar con el otro”, dijo.
Pese a que podría ser muy lógica la realidad que describe Víctor de cómo embalsamar, podría ser una tarea estresante y cotidiana como cualquier otra. Muchos podrían sentirse pasmosamente intrigados de cómo la esencia de lo que fue alguien pudiera quedar reducida al mínimo, a ser una tarea cualquiera en la que las piernas y las manos pierden su nombre y pasan a ser llamadas ‘piezas’.
No obstante, aunque los años que lleva Víctor en este oficio lo han llevado a operar sus tareas de forma automática, confesó que hay unos casos en los que sí se pone nervioso. Se trata de las ocasiones en las que le toca embalsamar personas famosas, como a Filiberto Ojeda y al Macho Camacho. Admitió que le da miedo cometer un error y que el cuerpo no quede bien, porque sabe que la prensa estará presente en los velatorios y no le gustaría ser acusado o criticado.
Aunque embalsamar famosos lo pone nervioso, al menos de esa forma se rompe con la monotonía cotidiana de su quehacer. Sin embargo, nada en la carrera de Víctor ha sido tan estimulante y provocador como cuando lo llamaron de la funeraria y le pidieron que embalsamara a un cadáver con unas especificaciones que no tenían precedente en sus más de diez años de experiencia. Le habían pedido que hiciera al famoso muerto en motora.
“¡En motora! ¿Y cómo diablos yo voy hacer eso? Me quedé sentao’ un rato y yo dije: ¡ea rayo! ¿Cómo rayos yo voy hacer eso?”, recordó emocionado y con asombro como si se lo estuviesen pidiendo por primera vez.
Relató a Diálogo que por lo general no suele tardarse más de dos horas embalsamando un cadáver, pero con el muerto en motora tardó ocho. Luego de realizarle el proceso regular de embalsamamiento al cuerpo, tomó un palo de escoba y le moldeó la posición de las manos. Luego de un tiempo, cuando las manos se quedaron tiesas y estables, sentó al muerto en la motora y sustituyó el palo de escoba por los mangos del guía de la motora. Le acomodó los pies en los pedales y por último tomó un hilo de pescar, amarró un cabo a la parte de atrás de la gorra que llevaba puesta el difunto. El otro cabo lo amarró a la parte de atrás de la motora para que de esa forma la cabeza se mantuviese levantada. Cuanto terminó, se sintió satisfecho y se dijo a sí mismo, “quedó hermosísimo”.
Aunque admitió que su trabajo podría ser estresante y que la constante cercanía con la muerte lo ha insensibilizado de alguna manera, se siente orgulloso de su oficio. Siente mucha satisfacción cuando deja un cadáver bonito para que sea un recuerdo agradable para la familia. “Esto es una carrera bonita”, puntualizó.
El proceso natural de un cuerpo muerto
Cierto es que los embalsamadores pudieran ser muy habilidosos en disfrazar la muerte de vida. Sin embargo, su función no es solo embellecer al cadáver. Su cometido más importante es el de trabajar en la preservación del cuerpo para que pueda ser velado sin los inconvenientes inminentes de la fermentación y putrefacción.
Antes en Puerto Rico no se acostumbraba a embalsamar. Lo que se hacía era que se colocaba una plancha gruesa de hielo en el ataúd y se acostaba el cuerpo encima para que de esa forma el frío desacelerara la descomposición. Hoy, no puede ser así. Por decreto del Departamento de Salud, todo cadáver que vaya a ser expuesto 24 horas después de la muerte, debe ser embalsamado para evitar problemas de salubridad envueltos en el proceso natural de un cuerpo muerto.
Urbano Ayala, exprofesor de embalsamamiento con una sólida formación en pre-médica, se reunió con Diálogo y explicó lo que pasa con nuestros cuerpos una vez fallecemos[1] .
- Primero, post mórtem calórica: En el instante inmediato en que la persona muere, el cuerpo se pone bien flácido y comienza a sudar mucho, ya que el cuerpo se pone caliente. El calor se debe a que al cadáver le da fiebre como un mecanismo para evitar infecciones. Se trata de un cuerpo que todavía no sabe que está muerto e inocentemente continúa su labor de preservarse.
- Segundo, rígor mortis: En su batalla para preservarse, el cuerpo acidifica el pH de la sangre para evitar la descomposición. Este proceso comienza entre la tercera y cuarta hora después del fallecimiento. Como consecuencia de la acidez los músculos se ponen rígidos y el cadáver queda tieso como una piedra.
- Tercero, algor mortis: Se acaba el oxígeno del cuerpo y comienza el enfriamiento.
- Último, la fermentación y putrefacción: Finalmente el cuerpo empieza a descomponerse. El cadáver empieza hacer emisiones de gases y los parásitos comienzan a proliferar.
Aunque ya no ejerce como profesor de embalsamamiento, Urbano todavía profesa su oficio del cual se siente muy orgulloso. Contó que para él, su mayor satisfacción es la de crear un cuadro memorable de lo que el difunto fue en vida.
Su interés en los quehaceres de la muerte comenzó cuando era un niño. Su papá era dueño de una funeraria y allí embalsamaba. De vez en cuando, Urbano merodeaba por el lugar y poco a poco empezó a sentirse intrigado por las labores funerarias hasta que un día le preguntó a su padre si le daba permiso para ver un embalsamamiento. Le dijo que no, pero a él no le importó. Con 11 años, Urbano empezó a meterse en secreto al cuarto de embalsamamiento y calladito, sin hacer ruido, se quedaba escondido en el clóset mientras miraba a su papá embalsamar. Nunca lo descubrieron.
Hoy, Urbano sigue yendo a la funeraria, pero ahora en calidad de embalsamador y no de observador clandestino. Por el momento piensa seguir ejerciendo como embalsamador y mantener el legado de su padre, aunque las personas lo miren raro y se echen para atrás cada vez que él dice a qué se dedica.
No te pierdas la segunda parte de esta historia donde se explica lo que se le hace al cuerpo en la sala de embalsamamiento y cómo algunos embalsamadores hablan con los cadáveres. Para leer la segunda parte pulse aquí.
[1] Lo descrito es un resumen bastante escueto de los procesos post mórtem. Cada una de las etapas podrían verse alteradas según la temperatura y otras condiciones del ambiente. Para una información más pormenorizada debe referirse a una bibliografía especializada.