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Pareciera ayer cuando los gritos de desgracia provenientes de un país de la ex Unión Soviética, invadían la cápsula internacional en las cadenas noticiosas. Siendo opacada por los eventos olímpicos, Rusia buscaba atención mundial por sus enfrentamientos con Georgia. Coincidencia o no, tras las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la potencia europea proclamó el 5 de noviembre -tan solo un día después de los comicios- medidas para protegerse: barcos antimisiles en la frontera con Polonia. El blanco polaco siempre ha sido del gusto del gigante frío. Ahora con Estados Unidos instalando sistemas antimisiles en lo que fue, la tierra natal del fallecido Papa Juan Pablo II, reconocido pacifista, la tensión se incrementa a grandes velocidades. Rusia ha respondido y no de la mejor manera. La decisión ciudadana de elegir el primer presidente afroamericano de la nación estadounidense, a pesar de ser elogiada por la comunidad global, no fue suficiente para doblegar las defensas del territorio ruso. A pesar de presenciar un hecho histórico para gran parte de la humanidad, los oficiales del Kremlin no se confían de sus buenas intenciones ni de sus planes con la política exterior. No era necesario divulgar un comentario más explícito sobre sus sentimientos hacia la victoria de Barack Obama como el realizado por Mijaíl Fradkov, jefe del Servicio ruso de Inteligencia, sobre éste, “es un desconocido para nosotros”. La persecución de un ataque no los deja dormir tranquilos. Es por ello que ya el presidente ruso, Dmitry Medvedev, ha proclamado que se instalarán misiles en la frontera polaca sólo por precaución. Mientras, Estados Unidos que no termina de sustentar su guerra en Afganistán e Irak, no concibe solucionar viablemente la caída de la economía mundial. Bajo nuevo mandato, ¿estará interesado la “nación de la libertad” en involucrarse en otra guerra? Una más… ¿monumental? ¿Podrá Obama aplacar las cizañas del sombrío Vladimir Putin, que detrás de su Medvedev, hace de las suyas? Si peligraran las defensas rusas, un golpe inminente azotaría sin piedad. El oso ruso rugiría tan fuerte que ni los pellizcos de Irán ni Corea del Norte podrán surtir efecto. El dragón chino, vecino de éste, acudiría a su llamado y juntaría fuerzas para cortar las alas del águila americana. Tal cual un juego de ajedrez, ya las fichas están puestas. Pronto, habrá que rezar porque la delantera no desemboque en otra guerra. Una, mucho más cruda y… existencial.