
Las páginas del libro arden en llamas y con ellas se vuelven cenizas los personajes, las historias, las ideas y la memoria contenidas en sus letras. A medida que el papel y la tinta son reducidas a polvo por el fuego implacable, de igual manera son silenciadas las voces; se trunca la libertad, la diversidad de pensamiento, la otredad, la historia y esas verdades paralelas que se oponen a los absolutismos que profesan quienes agarran la antorcha que ha dado luz a la hoguera. La noche es iluminada por la flama destructora que deja en tinieblas a la cultura, la sabiduría y la humanidad. Se vuelve a repetir un bibliocausto. La obra La noche de los bibliocaustos próxima a estrenarse en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, presenta al espectador una profunda reflexión sobre un terrible fenómeno que se ha repetido cientos de veces a lo largo de la historia universal: La quema de libros. Los sumerios, considerados la primera y más antigua civilización humana, quienes contaban ya con escritura, fueron partícipes también de la destrucción de textos. En pocas palabras, en el momento en el que se inventó la idea de registrar la historia y las ideologías por medio del lenguaje escrito, se generó implícitamente el ímpetu de acabar con aquello que no debía ser preservado para las futuras generaciones. Por eso quemarlo, para borrarlo. Lo que llama la atención es que por más de cinco mil años, hasta el sol de hoy, se han dado y se siguen dando eventos de destrucción literaria: Platón quemó obras de Demócrito. En el medioevo, la Iglesia publicó el nefasto Index, una lista con títulos que eran prohibidos por la Santa Sede y que debían arder en las llamas purificadoras. En la España bajo la dictadura de Francisco Franco, el Ministerio de Educación quemó toda obra que consideraban opuesta a la ideología del régimen. En la Alemania Nazi, se llevó a cabo una quema de libros de diversos autores judíos. La primera manifestación bibliocida del siglo XXI se dio en Irak, en el 2003, cuando se destruyó la Biblioteca Nacional. Detrás del telón El profesor Ricardo Cobián, poeta, ensayista y crítico literario quien es autor de la obra y también la dirige, contó en una entrevista para Diálogo que en su obra trabaja exclusivamente con la quema y destrucción masiva de libros, pero que la censura es un elemento constante en los regímenes marcados por fundamentalismos ideológicos, ya sean políticos, religiosos o ambos. Cobián, quien escribió la pieza luego de una profunda e intensiva investigación del tema (el primer borrador se realizó en el 2008), explicó que el planteamiento principal de la obra es que la intolerancia y el fundamentalismo siempre han estado presente en las civilizaciones humanas y van en ascenso. Según Cobián, quiso escribir sobre este tema porque es “un tema un poco desconocido o incluso ignorado, llevado al espacio teatral”. “Los bibliocidas más encarnizados son los bibliómanos”, precisó el profesor. Para este intelectual son aquellos, los que entienden el poder de las palabras y las ideas que se encuentran entre líneas, los que, precisamente, se empeñan en desaparecer todo rastro de los libros que puedan contradecir los fundamentos que profesa el poder. La pieza fue producto también del estudio y consulta de más de doce autores que son punto inicial de referencia: Jorge Luis Borges, Miguel de Cervantes, Giacomo Puccini, Umberto Eco, Julio Cortazar, Miguel de Unamuno, Lewis Carol y Ray Bradbury, entre otros. La misma, está dividida más por cuadros que por escenas, conformando así un mosaico de momentos históricos e incluso literarios que ilustran la tendencia imperante en los mecanismos de gobernalidad, de acabar con el pasado, con la memoria y la ideología opositora. También se da una revisión a los bibliocaustos personales, como los que cometiera Franz Kafka o el poeta romano Virgilio en contra de su propia creación literaria. Cobián explica que este fenómeno se da en distintos niveles. Desde una ordenanza gubernamental que regula la censura y destrucción de libros, hasta los jóvenes que queman sus libros de texto escolares una vez que han aprobado una clase, como representación de liberación de aquel sistema represivo que supone el high school sobre ellos. El profesor de la escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, Mario Roche, quien es uno de los actores de la obra, dijo a Diálogo que el bibliocausto y la censura es una forma de “acabar con una interpretación del mundo para imponer mi manera de verlo”. ¿Bibliocaustos en Puerto Rico? En relación con la pertinencia de esta pieza con Puerto Rico, tanto Cobián como Roche coincidieron con el hecho de que este es un fenómeno universal y que se ha repetido sin cesar en la historia. Roche añadió también que en Puerto Rico, la memoria es muy corta, por lo que la manera más común de imponer ideologías es mediante el control de los fenómenos culturales. “La cultura es un aspecto importante en una isla con un conflicto político semejante y un fundamentalismo religioso que perdura”. “Olvidémonos de los libros y hablemos del idioma”, expresó el profesor de la escuela de Comunicación ante la mención del reciente evento de los libros “retirados” del programa educativo de grado once de las escuelas superiores, por el Departamento de Educación. Para Mario Roche, la pieza habla de “las maneras en las que corremos el peligro de perder el conocimiento, información y la cultura”. La obra muestra la intolerancia y la falta de respeto ante la visión del otro. Las presentaciones de “La noche de los bibliocaustos” serán el día 18 de marzo a la una de la tarde y a las ocho de la noche, y el 19 de marzo a las ocho de la noche. En la pieza actúan Mario Roche, Jacqueline Duprey, Ramfis González, Jorge Arce, Georgina Borri, Carmelo Santana, Eugenio Monclova, Kairiana Núñez, Heriberto Feliciano, Angélica Borrero y Norman Santiago, junto a un grupo de jóvenes intérpretes vinculados al Departamento de Drama de la Universidad de Puerto Rico. En la producción también han participado jóvenes de otros departamentos y unidades educativas de la UPR.