I am rooted, but I flow. (The Waves, Virginia Woolf)
Esta presentación -celebratoria, optimista- del libro de nuestro querido Manuel Avilés Santiago -hijo no de vientre pero sí de afectos y complicidades- fue escrita, sin embargo, desde un signo contrario -el del espanto y la turbación- ante la tragedia acaecida en Orlando. A los cuerpos caídos que segundos antes fueron cuerpos ondulantes al giro de la danza, que fueron cuerpos acicalados para la noche latina, cuerpos afiebrados de sábado en la noche, dedico estas líneas.
De una manera que nunca hubiese querido que fuera, Orlando ilumina, con sus 49 itinerarios de vida y de muerte, con las incontables intersecciones que revela su coreografía trunca, con las redes de solidaridad y memoria tensadas entre el duelo y el desafío, muchas de las revelaciones sobre identidad, sobre raza, sobre género, sobre comunicación, sobre raíces y rutas que el libro Puerto Rican Soldiers and Second Class Citizenship encierra.
En esa relación impredecible –tectónica y líquida simultáneamente- entre estructuras y subjetividades, determinismos y azares, tiempos y espacios, el pulso de Orlando evoca otros desplazamientos de geografía y alma: la guagua aérea de los cincuenta, el pañuelo enjugado con el zumo del dolor de las mudanzas campo-ciudad que marcaron el siglo 20 puertorriqueño, las guerras y sus soldados boricuas a quienes le dijimos alguna vez, adiós, las patrias televisivas y fílmicas y las patrias virtuales con sus determinismos algorítmicos y sus fugas; la nave al garete de la crisis y la junta en la que conmemoraremos el centenario de la ley Jones de ciudadanía… y las anarquías boricuas, pa’ que tú lo sepas, que conjuran y conjugan todos nuestros éxodos.
En cada caja amarrada con cabuya, en cada mochila, habitada por bucles de bebé, álbumes familiares, una grabación de Frankie Ruiz, la Polaroid del prom de graduación y el adobo Bohío, en los celulares que no cesaban de timbrar en la escena del crimen de Orlando, rizoman las antiguas raíces y se marcan nuevas rutas patrias personalizadas, de vida, expulsión, muerte y memoria, sean soldados, braceros, estudiantes desempleados, todos sujetos diaspóricos. Se mezclan los espacios geométricos de historia vieja con sus tiempos de flecha y los espacios intangibles de historia fresca con sus tiempos digitales. Qué es lo viejo y qué es lo nuevo, el enredo barroco de siempre…
En su obra Orlando, Virginia Woolf habla de la memoria. Traduzco libremente:
La memoria es la costurera, y algo caprichosa en su oficio. La memoria mueve su aguja hacia adentro y hacia afuera, arriba y abajo, aquí y allá. No sabemos qué viene próximamente o qué vendrá después de eso. De la misma manera, el movimiento más cotidiano en el mundo, como puede ser sentarnos a una mesa y acercar hacia nosotros el tintero, puede agitar mil fragmentos extraños e inconexos, ahora brillantes, ahora tenues, que cuelgan y oscilan, y empapan y se exhiben, como ropa interior de una familia de catorce personas en un cordel, movida por una ráfaga de viento.
Manuel Avilés Santiago recorre ese cordel de ropa que se orea, ese tendedero de memoria. Desfilan en su extraordinario libro fragmentos en apariencia extraños e inconexos de ropa interior puertorriqueña en la forma de pietajes de nuestra paleotelevisión, performances de la identidad en espacios cibernéticos o memoriales digitales que tienen como sujeto común al soldado puertorriqueño, son raíces que se mojan como rutas y son rutas que se secan al sol como raíces.
¿Con qué los sujeta? ¿Cuáles son esos palillos de ropa a quienes sólo puedo recordar hechos de madera cruda? Me detengo en un territorio epistemológico que es, como las habitaciones de hotel en los congresos de LASA, uno de los muchos espacios que comparto con nuestro autor.
A Manolo lo conocí como estudiante en la clase de Metodología de Investigación en el Programa de Maestría de la Escuela de Comunicación. No es la clase que más entusiasme a los alumnos. El método es algo difícil de enseñar y de apreciar; la teoría, aunque complicada, tiene el aura de los dogmas religiosos y de las herejías que los retan y por ello corre mejor suerte con los neófitos que se estrenan como estudiantes graduados. Mis recompensas enseñando método suelen ser discretas en el corto plazo; cuando llegan, como ahora, lo hacen añejadas pero ¡qué bien saben!
Este libro es un gustoso bocado metodológico y quisiera distinguir varios de sus aciertos de método. En primer lugar, como encuentro epistemológico entre las tecnologías de la información y las representaciones culturales, Puerto Rican Soldiers and Second-Class Citizenship se instala gayamente en terrenos de convergencia (aún con el riesgo de los cortocircuitos) de las humanidades digitales. No es un libro de comunicación, ni de historia, ni de sociología o antropología, sino todos los anteriores, desde la rigurosidad metodológica, no desde su relajación.
En segundo lugar, el libro contribuye a reconfigurar el método etnográfico en Puerto Rico, atado aún a paradigmas sociológicos o antropológicos presenciales. En el libro de Manolo, la netnografía, aunque todavía ingente, permite la borradura o difuminación de los límites analíticos entre las vidas on-line y las vidas off-line de los soldados; visualiza formas emergentes de activismo y de creación de territorios, identidades y temporalidades (zonas de contacto, espacios intermedios, segundas vidas…) en medio de los itinerarios militares. Pero, también, y esto para aplacar el apetito ingenuo por la novedad, revela las persistencias, las retrancas de las gramáticas heteronormativas, racializadas, etnocentristas, que son como un ser que nos persigue desde el offline. Los combates por la equidad, por la democracia, son en el online igualmente fieros y no ofrecen tregua.
En tercer lugar, el libro exhibe abordajes de relevo y estímulo para estudios críticos de los medios en Puerto Rico. Es parca la bibliografía sobre los medios en Puerto Rico. Índice de que todavía estamos rubricando los libros seminales –nunca es tarde si la dicha es buena- son los proyectos de Eliseo Colón sobre la historia de las comunicaciones en Puerto Rico, el de Mario Roche sobre la historia de la radio puertorriqueña que aguardamos con ansias locas; las publicaciones recientes de Yeidy Rivero sobre la televisión y la que hoy se bautiza.
Algo que realza este libro es su trabajo con nuevos archivos. Manuel Avilés incursiona en YouTube que, más allá de servir como plataforma para colocar contenidos, se estructura en su investigación como archivo de la memoria musical y de la memoria televisiva. Nuestro autor también rescata valiosísimos materiales de poco explorados archivos análogos como el Archivo de Radio Universidad de Puerto Rico que cuenta con estupendas colecciones como la de Tommy Muñiz y revisita el archivo de la DIVEDCO que, no obstante las sólidas investigaciones que ha generado, da todavía para muchas más.
Ejemplifica su investigación que las plataformas mediáticas no son meros contenedores de información y entretenimiento subsumidos a las narrativas todavía dominantes de la Historia y la Sociología o a las causas célebres de la identidad esencialista y de las luchas sacralizadas de los de abajo sino zonas contenciosas de prácticas de significación –de producción, consumo, circulación y apropiación de significados- donde la tecnología no es determinante pero tampoco neutra y que las narrativas mediáticas compiten con esas otras ficciones, en darle sentido a las vidas.
Ahora repaso brevemente, como especie de teaser o tráiler, previa a la experiencia de leer el libro, la ropa que orea en el tendedero, la memoria mecida por el viento.
Este es un libro sobre el sacrificio de la ausencia; sobre las raíces que se dejan atrás y las rutas de ida y regreso de los soldados a la patria orgánica o a la patria que terminan por producir para no morir.
Yo he atisbado junto a mi abuelo Eduardo Curbelo, soldado en el Regimiento Puerto Rico, un recién inaugurado Canal de Panamá allá para 1917; desembarqué junto al tercer batallón del 65 de Infantería durante la Segunda Guerra Mundial en el Norte de África, lugar visto hasta entonces en películas de mil y una noches; escarbé cordura de las tundras heladas en Corea con el teniente coronel Carlos Betances y los Borinqueneers.
A su vez, Manolo ha sudado los infiernos de napalm y se vaporiza en ácido en Vietnam; rebusca arenas, cuevas y mujeres de velo tupido en conflictos de visibilidad teledirigida ubicados en el Golfo Pérsico, Irak y Afganistán, donde alternan guiones de guerras religiosas del siglo 17 con guiones de guerras de las galaxias anticipadas por George Lucas.
A sus soldados y a los míos los separan los enemigos: el Kaiser; los nazis; los comunistas; Ho Chi Minh; Sadaam; Bin Laden; Isis; también los armamentos y los killing fields. Pero también su representación.
En mis guerras, los soldados han sido metáforas, a menudo mudas y leales, incorporadas por otros en el discurso político, algo en la literatura, quizás algo más en la música y en la televisión. En sus guerras, los soldados se han apoderado paulatinamente de su propia representación. A la vez que ocupan territorios de guerra caliente, configuran con ristras de sentimientos y coraje sin nombre sus propias patrias/escenarios que cuelgan en las plataformas mediáticas.
Es una historia fascinante donde alternan las estrategias neoliberales del espectáculo, las subordinaciones coloniales y las ubicuas jaiberías, como bailar salsa en Tikrit, que permiten la supervivencia y la identidad. En sus guerras y en las mías, los soldados puertorriqueños entablan contiendas por el sentido con sus personalizados body armor de signos, fantasías y demagogias.
Este es un libro sobre la guerra que nunca termina; sobre una ciudadanía que no se solventa. En un párrafo hermoso aunque triste, Manolo se pregunta: ¿cuándo terminan las guerras? No lo hacen en 1917, ni en 1945, ni en 1953, ni en 1973, ni en 1991, ni hoy. En el metacuerpo insular las batallas de ciudadanía aparentan acabar con alguna proclama que marca nuestras horas coloniales.
En el cuerpo de los soldados coloniales que Manuel Avilés estudia, las batallas de ciudadanía se enfrentan con resistencias y liberaciones, mediante el performance, los tatuajes, el intercambio de recetas, la música urbana, la creación del cuarto propio con MySpace o de un vecindario extendido con Facebook.
Es, finalmente, un libro sobre la muerte del soldado y su memorialización. Los lugares de memoria militar corren con mala suerte en Puerto Rico. Edgardo Rodríguez Juliá recuerda en su libro Puertorriqueños las calles en las recién construidas urbanizaciones que reciben los nombres de los soldados caídos en Corea y que ya nadie distingue; el Monumento a la Victoria frente al Capitolio de Puerto Rico tras la Primera Guerra Mundial ha sido ultrajado con la incorporación de un junker de chatarra comisionado por diversas administraciones de gobierno; al dedicado a los soldados del 65 al comienzo de la avenida del mismo nombre no se le puede visitar so pena de que un carro se lo lleve a uno. Estudia Manuel Avilés las memorializaciones de última generación: digitalizadas, personalizadas, familiares; en ellas los muertos offline, viven online, en un espacio transnacional, público, a la vez que íntimo. En paz cibernética, reposan en una patria donde raíces y rutas convergen.
Las rutas digitales volatilizan las raíces pero las raíces se adhieren con persistencia y en resistencia. Es la dialéctica que Paul Gilroy descubre en las rutas atlánticas de la esclavitud que desarraigan y arraigan una y otra vez; es la memoria mojada que Virginia Woolf compara a un cordel azotado por el viento. De raíces y de rutas; de ropa íntima oreada, se trata este libro que celebramos hoy, no menos por la vida de los muertos recientes en Orlando.