Siempre quedan dos opciones: o el vaso está medio vacío o está medio lleno. Hoy puede ser recordado para los franceses como el punto final a su peor actuación mundialista, los subcampeones vigentes que salen eliminados en la primera fase y en medio de peleas, de dimes y diretes, de jugadores contra cuerpo técnico. O puede ser visto como el primer día del resto de su vida si lo asumen como el día en que Raymond Domenech abandona -para siempre, obvio- el cargo de DT de Francia y empieza la era Blanc.
Los problemas de Francia empezaron desde antes, desde que tuvo que ir al repechaje y eliminó a Irlanda del Norte con un gol tramposo. Luego se agravaron con la convocatoria caprichosa (algunos hablan de extrañas combinaciones astrológicas a las que es afín Domenech) que dejó afuera, por ejemplo, a la estrella en ascenso de Benzemá. Después, el problema no era los que quedaron afuera sino adentro, como Giourcuff (un jugador que no aporta nada y cuya ansiedad culposa terminó en una tarjeta roja) al que no quería nadie, o el capitán Henry amenazado con aceptar la banca y dejar la banda de capitán si quería estar en Sudáfrica. Sin embargo, llevó a jugadores desparecidos como Cissé o mediocres como Gignac. Y luego, una vez empezado el Mundial, el rompecabezas de las alineaciones, las decisiones erradas en los cambios (tuvo que convencerse en el último partido que Malouda era obligatorio), la poca entrega de jugadores moralmente quebrados como Ribery, Evra o Anelka y la crisis nerviosa de otros como Abidal, que no quiso jugar luego de sentirse culpable de los dos goles mexicanos (habilitó a Chicharito en el primero y cometió el penal en el segundo). Por no decir nada de su actitud altanera, prepotente, pedante, con la que trata a sus jugadores.
Pero ya, ya está, no hablemos más de ese sujeto. Ya se fue. Pero como no podía irse así nomás, dejó su última cagarruta al borde del césped del estadio sudafricano. Cuando terminó el partido que eliminó a sudafricanos y franceses, se acercó Parreira a saludarlo. Y el sujeto no aceptó la mano extendida. Parreira tuvo que jalarle el saco y pedir explicaciones, para no quedar mal delante de la TV mundial. Y Domenech le dijo que no le daba la mano porque había dicho que Francia no debió clasificar con un gol de mano. ¡Pero si eso lo decimos todos, tarado! ¡Hasta Henry lo ha dicho! En fin, le dejo aquí el video. La soga se rompe siempre por el lado más débil, y el pobre Parreira (que tendrá que soportar ser el único técnico en la historia de los mundiales que no pudo llevar a octavos a su selección anfitriona) ahora debe también aguantar el desaire del payaso más grande del fútbol mundial. Que se largue, nomás.
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