En medio de la crisis amplificada que experimentamos, se propone que la Universidad de Puerto Rico (UPR) sirva como motor que genere cambios sustantivos para Puerto Rico. Frente a la Junta de Control Fiscal, una inminente reducción del presupuesto y la debacle política, económica y social insular, la UPR aparece en el horizonte como una solución esperanzadora para reconstruir el país.
Sin embargo, antes de ser un instrumento transformador para Puerto Rico, creo que la UPR necesita abandonar prácticas medievales y procesos burocráticos que laceran su funcionamiento. A este cuadro podemos añadirle el arraigamiento de una docencia decadente, la intromisión de ideologías y agendas político-partidistas de diferentes grupos y la falta de rendición de cuentas que alejan aún más una posible salvación y evidencian nuestra deriva en altamar. Hay ciertamente muchas cosas que no deben continuar ocurriendo en la UPR.
El colectivo de la UPR no puede continuar pensando que los docentes que obtienen fondos externos para investigación son ladrones. La búsqueda de fondos federales y privados es una alternativa legítima (y de las pocas disponibles) de financiación para investigar y no debería ser vista por la comunidad universitaria como un negocio lucrativo de “dos o tres’”.
El robo y mal manejo de fondos federales en el pasado por algunos funcionarios de la UPR es ciertamente devastador. No obstante, esto no debe ser la base para que la administración establezca políticas tales como la eliminación de incentivos y bonificaciones, la dilatación de procesos por asesoría legal, sub-contrataciones y obtención de firmas correspondientes, y la implantación de requisitos innecesarios para el trámite de propuestas. Lejos de propiciar un ambiente de trabajo motivador, estas decisiones desalientan a los investigadores, socavan la búsqueda de fondos y empeoran nuestra agonizante situación fiscal. Perpetuar una ofensiva en contra de los fondos externos para investigación es totalmente negativo para la UPR.
La administración de la UPR tampoco puede continuar burocratizando procedimientos tan sencillos como autorizaciones de viaje y compra de equipo mediante el requerimiento de documentos, evidencias, formularios, autorizaciones y firmas de directores, decanos auxiliares, ayudantes de decanos, decanas y rectores. Aunque tenemos un sistema electrónico para el reporte de asistencia, entrega de calificaciones y otras transacciones oficiales, la administración continúa exigiendo documentaciones a los docentes que dilatan y entorpecen nuestra labor.
¿Cómo es posible que la UPR se tarde meses y meses en comprar una computadora para que un profesor pueda cumplir con sus obligaciones? Mientras los docentes enseñamos, investigamos e intercambiamos nuestro producto intelectual, parecería que los gerentes de la UPR (incluyendo docentes en funciones administrativas) se obstinan en vigilar y obstaculizar la prosperidad académica implantando procesos administrativos anacrónicos. La burocracia abona a la inmovilización y al colapso institucional.
El funcionamiento administrativo de la UPR no es el único asunto que amerita discusión. Mientras hay docentes que enseñan dos y tres cursos, investigan, publican en revistas arbitradas, imparten conferencias, supervisan tres o cuatro disertaciones y asisten con regularidad a reuniones convocadas, hay colegas que hacen todo lo contrario. Tienen cero publicaciones (ni siquiera en un blog), cero horas de oficina, poca o ninguna supervisión de estudiantes subgraduado y graduados, ninguna participación en comités y ninguna asistencia a reuniones. El problema real es que todo esto parece ser inconsecuente. ¿Dónde está la rendición de cuentas?
Por otro lado, si los diferentes consejos de estudiantes y otras agrupaciones, amparados en la libertad de expresión, anuncian la celebración de una asamblea o un piquete en las paredes de la facultad con pintura de “spray” ¿qué ética y moral tienen los estudiantes para exigirle a la administración que atienda sus reclamos? ¿Dónde queda nuestro sentido de pertenencia?
Éstos son solamente algunos de los asuntos que ameritan reflexión y acción inmediata. Los cierres administrativos sin sentido, mal manejo del presupuesto, contratos nebulosos, reuniones a última hora, resoluciones, certificaciones y circulares voluminosas, burocracia, negociaciones irregulares, ineficiencia operacional, huelgas violentas, capuchas, grafitis y pasquinadas de paredes, mezquindad entre docentes, petición de lealtades, mancillado de reputaciones, falta de liderato, falta de supervisión, falta de evaluación, ausencias, tardanzas, xenofobia, racismo, indiferencia y muchos otros factores están causando la implosión del mejor recurso que tiene Puerto Rico para salir adelante.
Mientras continuemos creyendo la quimera de que “todo va bien” en la UPR, no podremos ofrecerle soluciones reales a Puerto Rico. Nuestra capacidad de operar internamente es cuestionable. Por lo tanto, es tiempo ya de deshacernos de los estilos inservibles de antaño, evolucionar y reinventarnos si realmente queremos ser agente de cambio para el país. Si no lo hacemos, la historia nos pasará factura.