Hace unos meses recité en un open mic varios poemas: entre ellos había uno de amor, súper clichoso, para mi exnovio/amigo italiano. Leerlo me destrozó un poco, así que decidí contar una anécdota graciosa. Comencé diciendo: “y nada, quería decir que este traje lo usé en CESCO para hacerme la embarazada y no hacer fila”.
Entonces, empecé a recordar este jocoso acontecimiento, que de hecho, no solo pasó una, sino dos veces. La primera vez, comía con mi hermano en un restaurante donde la mesera ya nos conocía. Así que con la misma falsa confianza con la que nos relacionábamos, me dijo, “Mamita, ¿tú estás embarazada, verdad? Se te nota. Te vez bien bonita. ¡Felicidades!” Y yo, como es obvio, y con cara de hell no, le dije, “No chica, no estoy embarazada”.
Después se disculpó.
“Es que estás más hinchadita, la nariz y eso”, dijo.
Whatever.
El punto es que se fue, y quedamos mi hermano y yo en la mesa haciendo la digestión de comida y de una de las situaciones más incómodas que le puede pasar a un chica con la normal inseguridad que viene cuando sabe que está más gorda que antes.
Nos reímos.
Luego fuimos al Centro de Servicios al Conductor (CESCO) para hacerlo doblemente irónico: una fila kilométrica y pagar. Llegamos a esta oficina, y todavía me rondaba por la cabeza el jodío comentario de la mesera. Decidí aprovecharme de mi condición post-traumática.
Fue casi automático.
La gente me miraba mientras yo pasaba por su lado, como cuando uno corta por el paseo para virar a mano izquierda en un tapón. Caminé a donde la señora de seguridad.
“Disculpe, ¿la fila de embarazadas?”
“Por aquí dama”.
Me le colé a casi ciento cincuenta personas. Había solo dos personas frente a mí, y una de ellas parecía estar haciendo un show igual al mío, lo único que profesional (con silla de ruedas y todo). Aguantándome la risa de nerviosismo, de felicidad, de astucia, de trampa, de ese sentimiento de cuando te robas algo de una tienda, pagué las multas de mi hermano.
Salí sonriente.
“¡Vamos, ya pagué!”, le dije.
Y mi hermano como que, “¿qué?” Y yo, “Sí, estoy embarazada y no estoy para esas filas”.
Escuché a mi hermano reírse también.
El evento fue el tema de conversación en mi casa. Una semana después, me di cuenta de que mi marbete había vencido. Con la preocupación en el alma de volver a ese terrible lugar, pensé: puedo volver hacerlo. Sin embargo, cuando llegué a CESCO ese día, no había fila.
Después de todo, no soy un ángel, y con el mismo traje puesto me hice la embarazada.
Este artículo fue publicado originalmente en la revista digital: Caminos Convergentes, una publicación dirigida por estudiantes subgraduados del Programa de Escritura Creativa de la facultad de Humanidades del Recinto de Río Piedras de la UPR. La autora es estudiante de ese programa académico.