(Teatro de la Universidad de Puerto Rico, Río Piedras, 1985) Un scat. Un bebop. Una trompeta. Dizzy Gillespie. En 1985, lúcido y deslumbrante, con la campana de su trompeta izada, como bandera prodigio del jazz, Dizzy sonó. Y con él sus cachetes. En ellos escondía, además de su virtuosismo, una generación jazzista inmejorable, sui generis a decir verdad. El umbrella man insuflaba gozo y la alegría de -con su respiro- hacer música. Por eso es justo decirlo, Gillespie y la música que le sobrevive son todo cachetes. Foto: Ricardo Alcaraz/Diálogo
