A Christian Ibarra la poesía le parece imprescindible. Cuando afirma eso, no se refiere solo a la poesía que está contenida en los libros –como en Ventanas (2017), su segunda colección de cuentos, o en La vida a ratos (2008), su primera– sino a la que acontece a diario.
“Más que en la poesía, yo creo en el acto poético. Por ejemplo, hay paisajes que no te dicen nada, pero rozan esa belleza que roza la poesía”, expuso el escritor y periodista.
Digamos, por ejemplo, el acto poético de masajear el cabello de una amada –o de un amado, por eso de que aquí en realidad no importaría ni el género ni el paisaje sino la inmortalidad del acto–. Digamos, también, el recuerdo de las conversaciones con la abuela que ya no está. O las tres amigas de toda la vida que, ahora de viejas, ya no beben jugo porque una de ellas tiene diabetes. Conmovedor esto último, ¿no?, cuando a esas alturas de la vida hay tan pocos placeres.
Son escenas como las anteriores –donde intervienen el amor (y su ausencia), la amistad, la pérdida y el estar solo o, más intenso aún, ir contra los demás– los actos poéticos, los paisajes y la belleza que amaestra Ibarra en los nueve cuentos que conforman su más reciente entrega literaria.
“Soy un músico frustrado”, confesó el autor mitad en broma, mitad en serio. De ahí su obsesión por darle ritmo a la prosa, por querer hacer que suene. Ibarra intenta con las palabras lo que se rindió de hacer con un instrumento musical, porque está convencido de que el lenguaje es música. “Además de ver los textos como aparatos cargados de sentido, yo los veo como aparatos cargados de ritmo, como aparatos sonoros”, dijo.
El escritor tiene el oído bien pegado al suelo. Pone su atención en esas cosas que pasan tras bastidores, aunque eso implique detenerse a respirar más pausadamente.
“No me interesa traducir lo que está pasando en el momento. Para eso me funciona mejor el periodismo. Este libro en particular es una exploración de los personajes, a un nivel más íntimo. De hecho, por eso Ventanas, porque es una frontera entre el afuera y lo que se conmueve adentro”, explicó. Lo de ventanas es también porque no le agrada ser demasiado biográfico en la escritura.
Cuando Ibarra piensa en los personajes a los que da vida, siente que todos parecen haber pasado por un evento bien fuerte, que penan una gran herida. “Parece que estuviesen en un paréntesis o anestesiados” por lo vivido, añadió. Su narración, entonces, es la voluntad de contar esa profunda cicatriz, lo que redunda en una prosa muy fina, bien lograda, juguetona, bella y densa.
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Ventanas (2017), segunda colección de cuentos de Christian Ibarra. (Ricardo Alcaraz/ Diálogo)
La cuestión de detenerse y ver lo que sucede tras bastidores, de pensar en unos personajes anestesiados, puede analizarse también como el ejercicio político de su escritura, y como su convencimiento de que todo arte es político. “En pleno siglo 21, como van las cosas, bajo un sistema neoliberal tan mordaz, escribir es un gesto político. Porque escribir no es útil, en el sentido que la modernidad le da a la utilidad. Es decir, no es rentable que yo esté siete años escribiendo un libro para no ganar nada. Y eso va contracorriente del sistema económico, contracorriente del capitalismo voraz”, soltó, incisivo.
Resta, pues, abrir las ventanas para que se tenga una idea de lo que ocurre adentro, en las páginas de ese libro que, como muchos, suelen ser hogares. Pero solo un poco, dos o tres nada más, y al estilo de Ibarra: conciso, preciso, de carreras cortas. Siempre con sencillez –que no tiene que ver nada con vacío, por supuesto–.
El cuento ‘El mar’ versa de una migración que es también una pérdida amorosa. ‘Papá llegará pronto’ narra, por otro lado, la precariedad absurda –pero cercana– en la que vive un padre viudo, que tiene que travestirse para darle de comer a su hijo.
En ‘A flote’ se cuenta la realidad –cada vez más común, tristemente– de unos universitarios que, luego de graduarse, se ven obligados a trabajar de meseros. ‘López’ relata los momentos trascendentales de cualquier oficinista y toca, de manera muy humana, el significado de la amistad.
Esta colección de cuentos que es Ventanas va de lo bello a lo político. “Que no es lo mismo, pero es igual”, admitió el escritor. Lo político aparece, sí, pero el volumen no está muy alto. Es una lectura para disfrutarse y pensarse. Puede complacer tanto al lector hedonista como al lector que se deja afectar por el mundo. Son narraciones llenas de alas, de ritmo, de color, de poesía. La sencillez y el buen gusto se mantienen hasta el fin.