Si Truman Capote recorriera todavía las calles de Los Ángeles al acecho de una historia, hoy cumpliría 90 años. El peso de las piernas sería insoportable, y quizás el whisky que empezó a beber a los 15 años le tendría fulminados los órganos, pero no hay manera de imaginárselo sin estampar sus pasos por ciudades y granjas, tratando de arrebatar los secretos humanos más oscuros y perversos para convertirlos en arte.
El periodista y novelista estadounidense nació el 30 de septiembre de 1924 en Louisiana, hijo de un comerciante y una reina de belleza que pronto se divorciarían. Las casas de su niñez se multiplicaron entre granjas sureñas y residencias neoyorquinas.
Empezó a escribir a los ocho años, de improviso, sin influencia, “sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo”, admitió en el prefacio de su libro Música para camaleones.
No le gustaba la escuela. Nunca aprendió a restar, ni a recitar el alfabeto, pero a los cuatro años ya podía leer un libro. Abrumado por el aburrimiento y el tedio que le provocaban las clases, se sumergió por entero en el mundo literario.
“Los escritos más interesantes que realicé en aquella época consistieron en sencillas observaciones cotidianas que anotaba en mi diario. Extensas transcripciones al pie de la letra de conversaciones que acertaba a oír con disimulo. Habladurías del barrio. Una suerte de reportaje, un estilo de ver y oír que más tarde ejercitaría verdadera influencia en mí”, recordó en una ocasión.
Su delirio por la literatura también venía cargado de insoportable dolor. “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo: y el látigo es únicamente para autoflagelarse”, comentó alguna vez. En entrevista con el periodista Lawrence Gobel, abundó:“Es una vida muy penosa la que consiste en enfrentarse todos los días con una hoja en blanco, rebuscar entre las nubes y traer algo aquí abajo”.
Sin embargo, su producción literaria despegó desde temprana edad. A los 16 años ya se consideraba “un escritor consumado” y empezó a publicar sus cuentos en revistas; a los 17 años abandonó la escuela para trabajar en The New Yorker; ya los 24 ya tenía publicadasu primera novela Otras voces, otros ámbitos. A pesar de su éxito a temprana edad, fue unos años después que se consagró Capote como una de las figuras más importantes del siglo XX, cuando decidió narrar desde la literatura el relato periodístico.
Nuevo periodismo
Cuando Capote tenía once años, decidió participar en un concurso infantil del condado de Mobile en Alabama, donde vivía. Sometió un cuento basado en unos vecinos sospechosos, y alguien se percató que estaba disfrazando de literatura un escándalo local. No ganó el concurso, pero asomó por primera vez la pluma en el juego de ficción y realidad.
Truman Capote se consagró con la publicación en 1966 de A sangre fría, un libro que acuñó el género de “novela de no ficción” y alentó el crecimiento del “nuevo periodismo”. Provocó un quiebre con la forma tradicional de hacer periodismo, al valerse de la investigación amplia y rigurosa, y de las técnicas narrativas y estéticas propias de la literatura, para contar una historia real.
A sangre fríanarra el caso de Dick y Perry, dos jóvenes que asesinaron el 15 de noviembre de 1959, a una familia de granjeros en una tranquila población de Kansas. Capote investigó el crimen hasta la saciedad, entrevistó por su cuenta a residentes del pueblo, entró en contacto con uno de los jóvenes, y estuvo presente el día de su ejecución. Se encerró durante un tiempo en Suiza para escribir la historia. El saldo fue la publicación de una obra maestra.
La combinación de periodismo y literatura no empezó ni cesó con A sangre fría. Autores de la talla del colombiano Gabriel García Márquez, a quien admiraba Capote, y la mexicana Elena Poniatowska, junto a obras maestras como Operación masacre del argentino Rodolfo Walsh, emergieron en Latinoamérica hasta afianzar el lugar del periodismo narrativo, que privilegia la mirada atenta y la crónica íntima de la realidad desde la percepción justa y la libertad creativa. Hoy, periodistas como Alberto Salcedo, Juan Villoro y Leila Guerriero, reafirman que no hay mejor forma de hacer buen periodismo si no es contando una historia
– ¿Es el periodismo la última gran frontera literaria inexplorada?, preguntó Lawrence Grobel.
– Creo que sí. Pero me parece que ambas cosas van a confluir como dos grandes ríos, respondió Capote.
Capote, con el látigo a cuestas, autoflagelándose, con su palabra precisa y su capacidad de asombro, seguirá surcando el mundo y dejando sus pasos eternos en la voz de cualquier periodista joven que decida hacer confluir los dos grandes ríos, y en vez informar que un confinado se escapó de la cárcel, decida escudriñar en sus ojos la historia de una belleza olvidada.