
GUADALAJARA, MÉXICO -El autor chileno Antonio Skármeta nos da los pormenores de su antología personal que La Editorial Universidad de Puerto Rico presentó en Guadalajara, México, en ausencia suya. El escritor no pudo asistir a la Feria Internacional del Libro debido a un problema de salud, pero brindó desde su casa en Santiago de Chile los detalles del libro. -Al definir su prosa usted enumera: roce, fricción, cultura, subcultura, jazz, poesía, mística, Beatles, Shakespeare, Neruda, cartero, Becket, silencio. Yo añadiría sensualidad, ¿qué me dice? Antonio Skármeta: Está muy buena esa definición, parece una enumeración caótica de todos los ángeles que aletean en mi corazón cuando quiero escribir algo, esa suma de impulsos y contradicciones. Pensemos que esta antología personal que publica La Editorial de la Universidad de Puerto Rico es prácticamente una visión de toda mi vida, de modo que algunos aspectos que parecen contradictorios si uno los mira en el largo espacio de tiempo que cubre esta antología, tienen razón de ser y la contradicción se suaviza. Desde el ímpetu juvenil de mis primeros cuentos, hasta la madurez expresiva y dramática de mis últimas novelas hay muchos vericuetos y caminos. -En el prólogo del libro usted confiesa: yo nací como escritor diciéndole el texto a alguien… ¿Qué quiere decir? AS. Quiero decir que en mi literatura hay una fusión un poco histriónica, casi teatral, porque desde muy niño estoy acostumbrado a recitar poesía frente al público, también le conté cuentos a mucha gente. Siempre tuve un oyente delante mío. Hay algo inmensamente oral en mi literatura escrita. Yo trato de rescatar el gesto, la oralidad, la vivacidad de la palabra dicha. -Supongo que tendrá que ver con su faceta teatral, sus inicios en el mundo del teatro a lo largo de su carrera. AS: Claro que sí. Incluso me presenté al examen de admisión de la escuela de teatro con al esperanza de ser actor algún día, pero afortunadamente fui rechazado violentamente por lo que me volqué a la literatura. -Bueno… Fernando Trueba lo acaba de admitir en el estrellato mundial de la clase actoral con una película que ha adaptado de una novela suya, El Baile de la victoria. AS: Bueno, (ríe) Fernando Trueba me incluyó efectivamente en un papelito muy pequeño de la adaptación que él hizo para al cine de mi novela El Baile de la victoria. Hago un crítico de baile, pero afortunadamente es tan pequeño el papel que puede ser que pase desapercibido. -Leyendo estas páginas es evidente que usted le hace un gran homenaje a la poesía en lo que ha sido toda su obra, ¿Qué circunstancias o qué personas le mostraron ese camino poético? AS. Desde muy niño tenía la tendencia a leer poesía, en algún momento fui un chico más bien solitario porque vivía en Buenos Aires, lejos de mi país, Chile, o sea que hasta que me familiaricé con la vida de barrio bonaerense, pasé un tiempo bastante retraído y en ese tiempo leí mucho, y noté que tenía una facilidad muy grande para aprender textos. Esos poemas eran básicamente poemas populares, de Rubén Darío, de Pablo Neruda y también poesía clásica española, esa poesía que se usaba para recitar más bien. -Hablando de Neruda, usted le llevó su primer libro para que él le diera su opinión, ¿qué le dijo? AS. El primer libro que publiqué era un libro de cuentos: El entusiasmo. Cuando Neruda lo leyó me dijo que lo encontraba bueno, pero que no me alegrara demasiado de su juicio porque, agregó, todos los primeros libros de escritores chilenos son buenos. De modo que eso me obligó a escribir un segundo, un tercero. Ahora ya no sé cuantos más serán. Neruda fue muy cordial conmigo. Su ironía era bondadosa, no buscaba herir. El apreciaba mucho el humor y sobretodo como yo era muchos más joven que él, algo desordenado y tenía un espíritu romántico y hasta hippie, él que vivía rodeado de grandes celebridades, de escritores y de políticos muy serios, encontró divertido que yo lo tratara con tanta informalidad y a la larga lo agradeció con buen humor. -En uno de sus artículos habla de su muerte y dice: “El poeta murió en 1973. Diez días después del golpe militar que acabó con la vida de Salvador Allende y por muchos años con la libertad en Chile. Con dolorosa sincronización morían el poeta y la democracia. Era casi una metáfora que me ofrecía la historia”. ¿Qué significó esta metáfora en su vida? AS. Fue bastante profunda, fuerte y hasta vigente. Los grandes dolores no desaparecen de la vida de un pueblo ni del alma de un artista. Una y otra vez, los artistas latinoamericanos volvemos a explorar ese pasado doloroso que nos enseña a cuidar la nuevas libertades que hemos conseguido, a respetar la democracia y a sentir que es un bien conquistado con mucho esfuerzo y hay que mantenerlo vivo, trabajando y sin perder de vista que siempre hay peligros que asedian. -El ciclista de San Cristóbal es un cuento montado también en una metáfora y con metáforas también enamora Mario Ruoppolo, el Cartero de Neruda a Beatrice Rosso. Usted traslada esa figura literaria a casi todos sus relatos. AS La metáfora es un modo creativo de pensar la realidad, no basta simplemente con vivir con las cosas, esas cosas nos han sido ofrecidas, nos han sido regaladas para inventar con ellas. Yo creo que el destino del hombre en el mundo es la invención, la fantasía. Yo siempre respeté mucho al filósofo español Ortega y Gasset, que decía que el hombre es el animal fantástico. -¿La poesía es de quien la usa, no de quien la escribe? AS Esa es una salida muy ingeniosa que le dice el cartero a Pablo Neruda cuando Neruda le reprocha que le ha robado algunos versos para enamorar, con ellos, a su novia. Y ahí el cartero responde con total frescura: “la poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa”. Efectivamente yo creo que la gente que usa la poesía, tiene una experiencia del mundo más rica. El lenguaje cotidiano es delicioso, pero el lenguaje elaborado de la poesía, metido en la vida cotidiana, produce a veces fricciones, sueños y relaciones, que pueden ser maravillosas.