Los huracanes y tormentas que se deslizan anualmente por el Caribe se han posicionado como un evento mediático agudo. Desde nuestros televisores, computadores, teléfonos inteligentes y radios llegan informes, reportes y proyecciones sobre trayectorias e intensidades de los eventos. Nos llevan desde su formación como sistema atmosférico en la costa occidental de África hasta llegar a las costas de la Isla, tocar la península de Florida o desintegrarse en el hemisferio norte del Océano Atlántico. Todo es en vivo y a color.
Una generación atrás, las descripciones sobre las condiciones atmosféricas se limitaban a cortas intervenciones informativas en los periódicos, radios y televisión. Nuestros abuelos hacen referencia al profesor McDowell en el noticiero nocturno de Telemundo durante las décadas del ‘60 y principios del ‘70. Hoy día no es así. Las redes sociales, canales de televisión especializada, políticos y analistas técnicos han magnificado la atención a los eventos climáticos. Todos necesitamos, con urgencia, saber qué ocurrirá y cuando nos afectarán. Como resultado de esta veneración, se ha creado todo un ambiente farandulero alrededor de los informes del tiempo.
La atención a los sistemas atmosféricos dentro de las temporadas de huracanes comienza típicamente con la observación de formaciones de un sistema seguido por descripciones de integración de centros alta y baja presión en el océano. En la medida que las bandas de nubes se acercan al arco antillano, las intervenciones en los medios de comunicación se intensifican, en muchas ocasiones en tonalidades catastróficas.
La tecnología utilizada para discutir y presentar mediáticamente estos fenómenos despliega un escenario de precisión científica. Las imágenes de satélites, los términos utilizados y el despliegue de tecnología en las intervenciones mediáticas construyen un aura de precisión analítica. Sin embargo, la realidad es otra.
Las disciplinas relacionadas con el entendimiento de la atmósfera enfrentan una larga ruta investigativa por recorrer. Al día de hoy, estas ciencias descansan mayormente sobre modelos probabilísticos y teorías que, por su naturaleza, contienen un alto grado de incertidumbre. Por esta razón, los pronósticos del tiempo son simplemente escenarios probabilísticos por lo que siempre existirá un margen de error. Lo que es real y siempre se omite es que éstos eventos son parte del sistema natural caribeño por lo que siempre debemos estar preparados. Igualmente ocurre con los eventos sísmicos.
Los informes mediáticos de meteorología a los que estamos expuestos nos llevan a examinar nuestro conocimiento geográfico. Cuando se acerca una tormenta o un huracán comenzamos a razonar como caribeños. Sin embargo, nuestra imagen de la región es incompleta. Cuando un sistema huracanado, o al menos una tormenta, representa un riesgo para Puerto Rico, tiene que haber afectado a otros países. Los mismos, categorizados como las Antillas Menores y en ocasiones posicionado en nuestras mentes como “las islitas”, son receptores iniciales de los estragos que causan muchos de estos sistemas.
Más allá de su tamaño territorial, “islitas” es un término peyorativo. Este grado despectivo está fundido por desconocimiento y prejuicios en comparación con nuestra Isla. Dentro del mapa mental de miles de puertorriqueños, las “islitas” son simplemente destinos intermedios de los cruceros que salen de San Juan. Cáusticamente, para el resto del planeta, Puerto Rico es una de esas “islitas”. Esta mirada hacia otros lugares del Caribe refleja la visión fragmentada que tenemos sobre la región geográfica del cual somos parte.
Nuestra percepción geográfica hacia la región oriental del Caribe oriental llega hasta las Islas Vírgenes Estadounidenses, St. Thomas y St. Croix. Desde ese punto en adelante, construimos un cúmulo de islitas alineadas en un arco hasta la costa norte de América del Sur que no hablan español.
La realidad es que las Antillas Menores se componen de ocho países insulares independientes, tres territorios británicos de ultramar, dos departamentos de ultramar de Francia, dos colectividades de ultramar de Francia, tres países autónomos del Reino de los Países Bajos, tres Municipios especiales del Reino de los Países Bajos, una área insular de Estados Unidos, y dos entidades federales de Venezuela. Muchas de estas “islitas” disfrutan de una economía más grumosa y una calidad de vida superior a la que tenemos en Puerto Rico y de la que viven miles de puertorriqueños en los Estados Unidos. Sin embargo, nuestra imagen del Caribe oriental es limitada y ajena a la verdadera realidad que existe en este rincón del planeta.
Nuestra relación funcional e histórica con las Antillas Menores es incomprendida en Puerto Rico. Peor aún, no nos interesa conocerla porque seguimos mirando hacia otras direcciones. Muchas “islitas” han estado económicamente relacionadas a la economía de la Isla. La transportación marítima (recreacional, turística y carga), tráfico aéreo (pasajeros y carga), servicios (profesionales y especializados), comercios (al por mayor y al detal) son algunas áreas en donde Puerto Rico ha servido como nodo regional. Estos países caribeños tienen un relieve significativo en nuestra economía. Por lo tanto, cuando las islitas se afectan por huracanes y tormentas, también se afecta la economía de la Isla.
Toda propuesta de desarrollo económico para Puerto Rico tiene que reconocer la importancia de ésta región. Tenemos que mirar hacia el Caribe oriental como un componente importante dentro de nuestros escenarios de crecimiento. Las “islitas caribeñas” son el camino para que Puerto Rico pueda integrarse exitosamente a la comunidad mundial. La presencia de las islitas dentro del futuro de nuestra isla no es una probabilidad meteorológica sino una realidad concreta que debemos enfrentar.