Danza:
“Símbolo de vida, seas bailarín o no”.
-Paola Adorno
“No conozco la vida sin bailar”, dice Paola Adorno, bailarina de 23 años, y regresa a la primera vez que se colocó unas zapatillas de ballet, con el apoyo —metafórico y literal— de Cathy Vigo, su primera maestra, su madre, con quien danzaba incluso antes de nacer, pues esta bailaba mientras la cargaba en el vientre.
Adorno, estudiante del recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico (UPR), dicta clases de ballet a bailarines de hasta tres años y defiende con mucha claridad que “la danza se experimenta, se vive, se siente. No siempre tiene que tener un propósito, como la vida. La danza es vida. Los seres humanos son, somos, y existir es razón suficiente para vivir”.
Educa porque “enseñar es una manera de que los mismos bailarines y bailarinas tengan un encuentro con su ser interior, con una sutileza que cada cual tiene y de la que a veces nos desconectamos. Muchas veces bailando nos sorprendemos a nosotros mismos, resolvemos conflictos de nuestra vida”.
Vivir y danzar, para Adorno —y para tantos más— siempre ha sido la misma cosa.
Marcadas por la danza
Incluso para quienes no guardan ya una relación cotidiana con el baile, la danza deja huellas que, aun con el pasar del tiempo, marcan. La joven Valerie Figueras, por ejemplo, no toca unas zapatillas de baile desde hace cinco años, pero asume cada reto profesional y académico que se le presenta con una perseverancia que comenzó a desarrollar desde sus tres años, cuando cursaba clases de ballet.
“A mí el ballet me enseñó que no hay límites. Todas las limitaciones que te puedes poner están en la mente. Cuando yo bailaba y estaba bien asustada, a la vez que mi maestra me decía ‘puedes hacerlo’, literalmente podía. Si te lo propones puedes hacer lo que quieras. Si te tienes que caer y te tienes que volver a levantar, pues te caes y te levantas, hasta que te salga”, dice puntual, con la determinación con la que desde hace años define sus pasos.
Figueras, quien además bailó jazz durante varios años, se graduó en el 2016 de la UPR con un bachillerato en Recursos Humanos y una doble concentración en Mercadeo de la Facultad de Administración de Empresas. Hoy trabaja como una profesional en su campo de estudio. Antes, fue seleccionada por el Gobierno de Puerto Rico para participar en el Internado Córdova y Fernós, gracias al cual tuvo la oportunidad de trabajar durante un semestre en el Congreso de Estados Unidos.
Aquellos primeros días le sirvieron como una base, un referente a partir del cual aprender a perseverar. De ahí que, en esencia, su historia dialogue con la de Carlos Santos, otro joven para quien la danza ha sido, desde muy temprano, un primer paso.
Baile:
“Escuela”.
– Carlos Santos
Cuando Santos cumplió 16 años, se mudó de su hogar para perseguir su sueño: bailar. Su familia, por estigmas de género que permean el ballet, le negaban la posibilidad de entrenarse en lo que para este bailarín representaba —representa— una ruta hacia sí mismo. De aquellos días recuerda bien cómo aprendió a hacer cuerpo sus emociones para concretizarlas en acciones.
“El baile fue mi escuela. En el ballet clásico aprendemos francés, a utilizar conteos, disciplina. Hay que escuchar, hay que memorizar. Hay geometría envuelta, teorías de física, inercia”, asegura, quien ha formado parte del cuerpo de bailarines de compañías como Andanza e Hincapié.
Fue desertor escolar hasta que, gracias a la danza, se reencontró con sus metas académicas. En el 2015 audicionó ante un comité evaluador y fue admitido a la UPR en Río Piedras, a través del Programa de Innovaciones Educativas, por sus destrezas como bailarín. Dos años más tarde, cuando se le pregunta cuál ha sido el rol de la danza en su desarrollo, lo primero que se le asoma a la memoria pareciera resumirlo todo: “por la danza fue que entré a la Iupi, por la danza voy a viajar a Cuba [a entrenarse con el Ballet Nacional de Cuba, otro sueño]. Por la danza vivo”.
Ese gran alfabeto del movimiento que es la danza a cada quien le representa un universo didáctico distinto, uno que, a veces, en modos muy literales, no solo es escuela, sino también universidad.
Un lenguaje que trasciende prontuarios
Pero el lenguaje de la danza trasciende prontuarios. Dice Adorno que cada cual tiene sus coreografías diarias, y Santos que “ hay gente que baila de otras maneras. Hay gente que usa sus manos para bailar, su voz, su intelecto. Todos somos bailarines, algunos lo hacemos cuerpo y otros no”.
Anissa Ortega, por ejemplo, estudia Lingüística en la UPR, y asegura que “nunca había cogido clases de ningún tipo de baile, pero desde pequeña había tenido ese deseo de aprender a bailar danzas árabes”. Por eso, cuando supo algunos meses atrás que en su institución universitaria impartían un curso de este filo, procuró matricularse de inmediato.
“Para mí el baile siempre ha sido un instrumento de despojo. Yo bailo y a mí se me olvida todo. Todo lo bailo, aunque no lo sepa bailar, aunque no tenga las técnicas, como la salsa, que no la sé bailar bien… si la escucho y siento la necesidad, pues la bailo”, explica Anissa, con un tono de energía que pareciera danzar por sí solo, como ella cuando se desplaza por el espacio entre movimientos de belly dancing.
Para esta universitaria la danza fue, además, una ventana para de-construir estereotipos sobre el cuerpo del bailarín y la bailarina que se empeñan en delimitar el universo del baile, “mitos de que si no eres flaco no puedes bailar este tipo de danza”, dice, y le queda en la garganta una forma de emoción similar a la que envuelve entre quiebres esas anécdotas que, de alguno u otro modo, nos mueven.
“Siento que mientras bailo salen de mi cabeza todos mis problemas. Me siento mal y para sentirme bien escucho música que me haga bailar. Todo el mundo debe sacar un tiempo en su vida para aprender. Es algo que te sube la autoestima y te va a ayudar a despojarte de las cosas, a no pensar en cincuenta mil problemas, a decir: ‘voy a sacar un día y me voy a ir a bailar’. Y es eso —tanto la música, como la danza— es eso”.
Quizás sea por esa —y otras infinitas razones— que cada 29 de abril miles celebran el Día Internacional de la Danza. Quizás por eso tantas pausas logran ser movimiento. Quizás por eso, instantes antes, Adorno aseguraba que, “si todo el mundo bailara un poquito cada día, habrían más sonrisas por ahí”. Regalos de la danza.