“Los suicidas no van para el cielo”, con esta frase confirmé una noticia lamentable. No hay palabras que describan cómo rompe el alma saber que una persona que conociste, que apreciaste, que una vez abrazaste ya no está. Se fue… No fue un demonio, no fue el diablo, no fue una tentación mundana… la enfermedad emocional lo arrebató de la vida.
En tempranas horas de la mañana del pasado viernes 2 de septiembre, recibí el informe de la Policía en mi trabajo. Una persona más que comete suicidio en la Isla. De todas las emociones que han pasado por mi corazón, la peor fue esta: saber que me he convertido en una maquinaria de noticias, perdí mi empatía… es una persona más.
Pero hoy me doy cuenta que no. No es una persona más. Es una historia que culmina, un libro que se cierra, una luz que se apaga del mundo. Fue una persona que fuimos incapaz como sociedad de atender, de entender, de ofrecer nuestra mano en empatía y amor. Fuimos incapaces de ver… decidimos olvidarlos… y ellos bajo desesperación… una desesperación que nadie ha experimentado si nunca ha sufrido de depresión es capaz de entender.
Según estadísticas de 2015, cada 26 horas, una persona intenta suicidarse en Puerto Rico. ¿Qué estamos haciendo para evitarlo? ¿Acaso marchas solucionan este problema? ¿Acaso un lindo concierto y proclamar frente al Capitolio es suficiente?
¿Acaso es moral, acaso es de cristianos, decir y proliferar que una persona que se suicida no va para el cielo? ¿Somos dioses para determinar que una vida vale más que otra?
Ahora quiero contar su historia, una historia de amor genuina, inspiradora. Estoy segura que muchas personas no son una estadística más. Que tienen su historia. Que sufrieron, que lloraron, que gozaron y que cantaron. Eran libros con miles de páginas, pero un capítulo y una enfermedad decidió terminar su cuento.
Por eso hoy cuento un poco de la historia que conozco, pero algún día quisiera escuchar otras… porque todos somos humanos. Todos compartimos en este mundo caótico, todos en nuestros pequeños cuartos que son nuestra vida y a veces olvidamos que la persona que está a nuestro lado también tiene su historia.
Conocí a Don Checo en la Iglesia Discípulos de Cristo en Buena Vista. Cuando comencé a ir con mi familia, él fue el primero que nos saludó.
Y es que todos los domingos me recibía en la iglesia con una sonrisa. “¿Cómo está tu mamá? ¿Y tu papá? ¿Cómo está tu amado? ¿Y todos los que trabajan en Noticentro? Le mandas un beso de mi parte”, con estas palabras solía saludarme. Sus ojos brillaban… siempre. Era un brillo especial, indiscutiblemente humilde… una sonrisa suya era capaz de iluminar el resto del día.
Hace varios años conocí su testimonio. Quedó en sillas de ruedas luego de caerse en su trabajo. Su esposa, su amada Luz, cuidó de él siempre. “Dios me sanó y después me regaló a Luz por ocho años”, así me describió una vez cómo logró pararse de la silla de ruedas, caminar de nuevo y disfrutar por la isla con su esposa. Dijo que Dios se la regaló por ocho años porque luego a su esposa le dio Alzheimer.
Todos los días por 16 años, Don Checo caminaba desde su casa hasta el hogar de ancianos donde su otra mitad vivía. Allí la bañaba, la vestía y orgullosamente me dijo “jamás Luz ha tenido una úlcera”. Como saben, las personas encamadas tienden a sufrir de estas laceraciones al permanecer tanto tiempo acostadas.
Con un amor que no hay palabras para describirlo, unos ojos que desbordaban afecto, cariñosamente Don Checo la peinaba, le cantaba, le daba unos besos dulces en el cachete y en las manos.
“Hay esposos que dicen que se pueden volver a casar y dejar a sus esposas enfermas abandonadas, pero esto es un compromiso con Dios… esto es hasta que la muerte nos separe”, así me dijo mientras continuaba peinándola. ¡Qué hermosa lección de vida!
Esta entrevista marcó mi vida. La realicé para Diálogo, con mucho amor. Aprendí de él que amaba el periodismo. Aprendí de él que el matrimonio es cosa seria, es cuidar a tu pareja aunque no se acuerde de ti. Es decirle que la amas aunque esta persona se vuelva agresiva porque va perdiendo la memoria. Es caminar todos los días bajo calor, lluvia y tormenta y rociar su cuerpo con cremas para que jamás tenga úlceras.
Aprendí lo duro del amor… aprendí sobre la tortura de la soledad.
Hace unos meses Luz partió. Hace unos meses algo en el corazón de Don Checo también dejó de funcionar.
Pero que fácil es para algunos olvidar todo esto. Es lamentable y humillante escuchar cómo personas que se autodenominan cristianos tiene la insensatez de decir “se fue para el infierno”. No sabemos la tortura que experimentó. No sabemos la amargura de la soledad, la tristeza de sentir que ya no hay nada para qué vivir. No sabemos el infierno en vida que pasó en estos últimos meses.
Sé que Don Checo volará alto. Sé que Don Checo está junto a su Luz. Los errores del pasado ya borrados. Su legado de amor continuará, una historia que se escribe jamás se olvida.
Con su historia gané junto a mi compañero de trabajo, Sergio Oliveras, un premio por una de las organizaciones más prestigiosas de periodismo en Puerto Rico.
Y quiero continuar compartiéndola con todos (enlace a la historia).
¡Descanse en paz Don Checo!