Mientras se encerraban las cenizas de Fidel Castro en su pétrea tumba del cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba, con lo que se ponía un broche al siglo XX, y el populismo en Estados Unidos parecía enervar el ambiente fuera de sus fronteras, Europa se enfrentaba a los fantasmas de su pasado, vacunado durante décadas gracias a la labor conjunta de la Unión Europea y el escudo de la OTAN.
Primero Austria se libró de elegir un presidente de ultra derecha. Pero luego Italia reincidió en las tentaciones de referéndum y se sumió en otra crisis, que amenaza con derramarse a otros países.
Los votantes austriacos, patria de Adolf Hitler, supieron resistir a la tentación presentada por Norbert Hofer, de perfil decididamente racista y antieuropeista, en consonancia con una marea de la que la francesa Marie Le Pen es la cresta, y prefirieron apostar por Alexander Van der Bellen, de perfil moderado y centrista que había prometido representar a todos los austriacos, y por extensión a los europeos en general.
Europa respiraba con alivio a media tarde, pero debió esperar a entrada la noche para encajar el golpe bajo desde su vecina Italia.
Mateo Renzi, el presidente del Consejo (primer ministro), que había llegado al poder hace tres años sin elecciones, por cansancio del Quirinal (sede de la jefatura del Estado), había apostado por acudir esta vez directamente al electorado mediante el arma peligrosa del referéndum.
Hace años, los especialistas de la conducta electoral ya habían advertido que solamente se debe optar por ese mecanismo directo cuando se está seguro de ganarlo. Renzi no tuvo paciencia y se sentía frustrado por saber que no conseguiría convencer al laberinto parlamentario de consentir en su propio harakiri.
Se trataba de reducir al entramado bicameral a un volumen de apenas un centenar de senadores (de más de 300 ahora), y afeitar los poderes la cámara (que cuenta con 630 miembros) intentando forjar un sistema que facilitara la toma de decisiones rápidas y a menor costo.
Pero convirtió la enrevesada pregunta totalmente incomprensible para la masa en un desafío personal. Y lo perdió. Un veterano del parlamento europeo ya lo advirtió: el problema de la democracia es… el pueblo, al que es peligroso consultarle.
Ahora el presidente italiano, Sergio Mattarella, tiene pocas alternativas para permitir la supervivencia del sistema. La más fácil sería pedirle a Renzi que continuara con un gobierno de circunstancias, pero la mínima dignidad del dimitido primer ministro no se lo permite. Podrá pedirle a otro profesional de la interinidad a que aguante por lo menos hasta que se aclare el ambiente y quizá se refuerce la estabilidad con unas elecciones en positivo en Francia y en Alemania.
Como ha sucedido en el pasado, cuando se testificó la desaparición de la Democracia Cristiana y se escenificó la impotencia de la socialdemocracia, la meta siempre fue erigir defensas ante la amenaza comunista.
Ahora será evitar unas elecciones donde el movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo llegue al poder. En esa alternativa, aunque las posibilidades de capturar el puesto de primer ministro son remotas, el incómodo peligro es que el líder populista quisiera sublimar su amenaza de retirar a Italia de la eurozona, creando el pánico generalizado en medio continente.
En los peores momentos de la crisis griega se jugaba con un escenario de fichas de dominó donde se comenzaba con la salida del euro, se seguía con la destrucción de la moneda común, y se continuaba con la difuminación de la propia Unión Europea (UE). Ahora se repite la escena dantesca que se inauguraría con la escapada de Renzi.
Pero la “cataclismática” decisión de Gran Bretaña de abandonar la propia UE, aunque ha recorrido el planeta como un terremoto, ya comienza a asumirse con un mal menor. La incómoda instalación británica en la UE sería de esta forma corregida por una cierta normalidad histórica, con el asentimiento (hipócritamente bienvenido) en las capitales europeas.
Al final de esta compleja evolución se vislumbra la capacidad europea de la adaptación que ha sido el secreto desde el casi suicidio de la Segunda Guerra Mundial. Esta vez la salida del atolladero será posible por la genuina e irrepetible creatividad italiana en lograr soluciones políticas donde aparentemente son imposibles.
Ahora faltará que se añada el pragmatismo en Alemania y que democristianos y socialistas reanuden su alianza, mientras en Francia, una vez se ha retirado François Hollande, los socialistas dirigidos por Manuel Valls formen un escudo dual para controlar a Le Pen.
Entretanto, la nueva estabilidad de España completaría el sólido equipo de las cuatro grandes economías para consolidar la recuperación europea.