¿En el siglo 21 y todavía hablando de ‘una’ masculinidad? ¿Cuán vigente es discutir cómo se asume la masculinidad en nuestro país? El reto al poder de la masculinidad que representan los movimientos feministas, la cultura homosexual y las particularidades económicas y sociales de estos tiempos, han llevado a algunos hombres y mujeres a la reflexión y el cuestionamiento de los parámetros en que se fundamenta el concepto de masculinidad. Aunque no se puede hablar de una noción uniforme, se puede afirmar que desde el siglo XVIII hasta hoy el discurso dominante hace referencia a un sujeto masculino heterosexual. Es imperativo destacar que para los estudiosos no es conveniente hablar de masculinidad sino de masculinidades. El sicoanalista Alfredo Carrasquillo sugiere que existen imaginarios sociales y culturales que en los últimos cincuenta años han ido transformándose, como fruto de los cambios introducidos y promovidos por la revolución feminista. Sin embargo, como los fenómenos culturales y de imaginarios son lentos, conviven en el país hoy masculinidades tradicionales con masculinidades más alternativas y menos atrapadas en la lógica patriarcal. Con todo eso, se intenta presentar una ‘masculinidad monolítica’ que todos los hombres deberían seguir. La observamos cada día, no hay duda. “Es una forzada, audaz, que demuestra dominio, capaz de demostrar en su registro de acción la consigna incuestionada del mandato perverso del capitalismo industrial: goza sin límites, se puede. En el caso específico de la masculinidad sería: para gozar sin límites debes mostrarte como aquel que domina, que nadie ni nada te limite, si acaso, tu no delimitación limita a los demás”, analiza el también sicoanalista, Francis Pérez. Uno de los principales argumentos para sustentar esa supuesta idea monolítica de la masculinidad, examina Pérez, es que nacer con el sexo hombre significa una heterosexualidad asegurada desde los parámetros de lo que sería ‘natural’. Entonces la masculinidad heterosexual debería ir acompañada de asumir una posición activa y de cierta agresividad contra el mundo. Para garantizar de este modo una supervivencia de sí y de lo que determine suyo. Como la extensión de la propiedad privada y cosas inanimadas o animadas, incluyendo los seres humanos. “En ese sentido, nos damos cuenta que se ve como superioridad política -es decir, mollero de poder- a la masculinidad asociada con la heterosexualidad y aquella relacionada al coito como meta sexual para la procreación”, declaró Pérez. De otra parte, el doctor en química orgánica, Carlos Ernesto Miranda, opina que existe una masculinidad en Puerto Rico y se asume por tradición-imitación más que por una identificación subjetiva del yo-hombre. “El hombre heterosexual no profundiza en su representación social ya que se considera ‘normal’ tal representación. Al no haber cuestionamientos sobre lo que es, reproduce el comportamiento y actitudes de lo que se considera corriente”. Miranda además alega que el concepto de la masculinidad prevalace y que el niño asume lo que observa en el núcleo familiar. Escuela, Iglesia y entorno social intervienen en la formación de la imagen que el niño estará representando de adulto como ente social. “A diferencia del homosexual, que se cuestiona desde el principio el origen de su inclinación hacia su mismo sexo y a crear su propia representación-imagen frente a su entorno social”. Miranda también precisó que el hombre heterosexual no profundiza en su representación social ya que lo considera normativo. Pero esta disposición o estatuto de la verdad sobre las masculinidades es algo que ha sido históricamente construido a través de redes y roles dentro de la jerarquía y producción en un entramado económico-político-social. Pérez, quien además es compositor y músico elabora al respecto. “Desde una mirada histórica damos cuenta de que las masculinidades que podemos ver hoy día son productos de modelos atravesados por una lógica del capitalismo industrial que pide una competencia del respeto a la propiedad privada, a fundamentar las acciones de los colectivos como si fueran de carácter individualista, y las condiciones idóneas para explotar los recursos terrestres y laborales de forma masiva. Para abaratar así los costos y la mercancía a vender”. Según propone, al trabajador -indistintamente de su sexo- se le sustrae una plusvalía de la que el capitalista regidor se apropia. “Para ello se asignan lugares jerárquicos de lo que deben ser los niños, las niñas, las mujeres y los hombres”, indicó. La mayoría entrevistada coincide en que el problema radica en que lo que se entiende por ‘masculinidad universal’ es una asignación cultural e histórica de lo que sería asumirse ante lo social. Los hombres adquieren posturas de dominación, aludiendo a que se es de un sexo, algo que la biología no necesariamente fundamenta. Ha sido la historia o las nociones culturales, con diferentes graduaciones tanto geográficas como históricas las que han devenido una dialéctica interminable. Dialéctica que según Pérez y Carrasquillo se enlaza en tres aspectos fundamentales: deseo, goce y ley. La destacada activista pro derechos humanos, la reverenda Margarita Sánchez, apunta a que las percepciones sobre el género en terreno nacional están en proceso de transición. “La conducta masculina más tradicional, es decir, el varón como figura fuerte, proveedor, con control absoluto sobre sus emociones subsiste junto a modelos distintos”. Esos modelos -explica- van desde lo externo, el hombre ocupado en su apariencia física o el hombre ocupado en tareas que tradicionalmente la sociedad puertorriqueña no le había adjudicado; hasta el hombre que se siente en libertad de regir sus emociones con mayor libertad. “El manejo de la apariencia física -los hombres interesados en cuidar su piel, sacarse las cejas, maquillarse- ha ido visiblemente en aumento. También han aumentado los hombres que asumen una función más dinámica en las tareas domésticas y en la responsabilidad compartida de la crianza. Es más, hoy es una posibilidad los hombres que asumen el papel central de la crianza sin la presencia permanente de una mujer”, precisó. Añadió que esos nuevos modelos de lo masculino “germinan y se enredan junto a un modelo de hombre agresor y dominante”. Hombre a la venta Toda la gama de prácticas y masculinidades se manifiesta en el espacio público. Pero en el ámbito político y mediático, tan imbricados entre sí, se sigue privilegiando la puesta en escena de una masculinidad dura y “macharrana”. Según Carrasquillo, en el mundo político hay una tensión entre figuras más ‘livianas’ como Acevedo Vilá y Fortuño con figuras que insisten en una masculinidad más dura y arcaica como Rivera Schatz y Santini. “Esa tensión habla del momento de interregno -de transición entre modelos de sociedad- que estamos viviendo”, comenta. La imagen misma del político se ha convertido en otra mercancía. Se vende y masifica para complacer al mayor grupo dispuesto comprar: los votantes. Pérez sustenta que entre el masculino mediático y el político existen muchas entrecruces difíciles de separar. “Supongo que en ambos se intenta sostener una imagen, vender una imagen que realmente no es. Para que esa mercancía pueda ser ofrecida, deberá garantizar y reservar un plus que no es para todos, está comprometido con aquél que financia con capital y poder”, formuló. Un pequeño sondeo realizado por Diálogo reveló que del político nacional se espera que sea como “un padre”. De hecho, las arcas políticas se consideran mejor manejadas por hombres, pues estos son percibidos como los que poseen la fortaleza y la agilidad para encarar los problemas del país. Miranda expresa que a las mujeres en el gobierno se les evalúa con más rigor y tienen que hacer un esfuerzo doble para enfrentar la comparación con funcionarios hombres y ser mejores para obtener la aprobación de la población. Caso similar con el de los funcionarios abiertamente homosexuales. “[A los homosexuales] indiferentemente de su capacidad e idoneidad para algún espacio gubernamental, la orientación sexual lo descalifica”, asegura Miranda. Recordemos lo cuesta arriba de la candidatura a primarias del activista gay Pedro Julio Serrano. De otro lado, Miranda señala que una manera de crear “desprestigio” hacia los oponentes políticos son los rumores sobre su orientación sexual. Repasemos, por ejemplo, el eslogan cargado de prejuicio contra Zaida “Cucusa” Hernández No metas la pata en el Senado; o las burlas de Santini en referencia a Bathia, Éste salió como los petardos que no explotan. El publicista Radamés Vega reconoce que hoy día, en el contexto mediático, hay más apertura para las masculinidades emergentes. “A pesar de que el hombre como figura hegemónica es lo que prima, esto ocurre por consenso. Porque las mujeres también lo permiten. Sí, hay un intento de igualar los géneros, pero el mecanismo sigue siendo igual. Nos queda mucho camino por recorrer”, admitió Vega. Sucede que los medios de comunicación como cualquier otra institución social son impactados por su entorno. En ese sentido el discurso masculino mediático reproduce modelos sociales. Sería ingenuo -convienen los entrevistados- mirar el discurso mediático como homogéneo, puesto que tampoco es homogénea la sociedad. En contraste con la mentada apertura de medios, Miranda argumenta que en la dimensión local mediática-comercial se presenta al hombre como el que adjudica y tiene el poder de administrar la diversión. Pone como ejemplo los proliferantes anuncios de bebidas alcohólicas, donde se presentan las mujeres como un agregado a los beneficios de adquirir el producto. “El hombre es el que guía el auto y compra las bebidas alcohólicas como una estratagema para cautivar al sexo opuesto que dócilmente es seducido frente a tal situación”. Mientras, las mujeres continúan representando los papeles tradicionales de madres y amas de casa al protagonizar anuncios donde aparecen lavando, cocinando o cuidando a los niños. ¿Crisis en la masculinidad? El antropólogo puertorriqueño Rafael L. Ramírez detalla en su libro sobre reflexiones en torno a la masculinidad, -titulado Dime Capitán- que para el hombre puertorriqueño, cumplir constantemente con las exigencias de la masculinidad es tarea ardua y a veces imposible. “Fuimos criados bajo la consigna “los hombres no lloran… actualmente se acepta que un hombre llore en público en situaciones extremadamente dolorosas, pero no por cualquier accidente, ni frecuentemente”, explica. Esto último lo convertiría en un llorón, lo que no se considera masculino. Por generaciones, el hombre debe exhibir atributos de autoridad, invulnerabilidad y verse respetable. Existen, sin embargo, variaciones para evaluar el éxito relativo de cada cual en ser hombre y a su vez las variaciones se articulan desde la estructura social patria. Por ejemplo, a pesar de que en nuestra legislación se establece que tanto el padre como la madre son responsables de la alimentación de sus hijos, la práctica es responsabilizar al varón por la misma, incluso si no lo cumple se le penaliza con la cárcel. No obstante, en los fenómenos de subclase (hombres desempleados, extremadamente pobres, alcohólicos o adictos) a las mujeres en ocasiones no se lo exigen, porque hay conciencia de la falta de recursos del hombre o porque ellas son las proveedoras. Se observa cómo en estos casos, la ética del trabajo no afecta en la evaluación de su masculinidad. El autor aclara que muchos de estos hombres, participan de la economía subterránea y su masculinidad “permanece intacta al recurrir a la exageración de los atributos de macho y en especial a la sexualidad. Otras situaciones que matizan la exigencia del hombre como proveedor único o principal son la intervención del Estado, a través de ayudas económicas para programas de alimentación, o las mujeres menos tradicionales que asumen el rol total de proveedoras o lo comparten. Según Ramírez, el varón boricua debe cumplir con tres características básicas: ser proveedor, autoritario e invulnerable. Siendo así, si al hombre le faltan atributos físicos, intelectuales o recursos económicos, pasa al margen de la masculinidad. Ramírez lo sentencia: “… en esa validación de la masculinidad, todo hombre puertorriqueño que no esté ubicado en la marginalidad tiene que demostrar que no es un “mamao” o un “pendejo”. Algunos hombres se mantienen en la lucha y se consideran campeones. Otros se retiran a los márgenes de la masculinidad y se convierten en perdedores. Los criterios para definir a uno como campeón o perdedor están mediatizados por la clase social a la que se pertenece y por los grupos de referencia. Esta crisis de la masculinidad se complica aún más por la resistencia de los propios hombres a enfrentarla. El doctor Carlos Carrasquillo declaró que desde los años 80 se vive una profunda crisis de lo masculino. “Mientras que en los cincuenta y sesenta la pregunta era qué es ser una mujer, hoy la pregunta es qué es ser un hombre. Y los hombres somos más ariscos para asumir el desafío de articular respuestas novedosas a esa pregunta tan medular”, puntualizó. Para ver la edición impresa de Diálogo en enero haga clic aquí.