
Diálogo comparte el Prólogo del libro Impossible Motherhood (Other Press, 2009), de la escritora puertorriqueña, Irene Vilar, resultado de su historia como adicta al aborto.
Podría decirse que mi vida estuvo signada por la experiencia extrema del aborto. Durante años, leer u oír hablar acerca del tema convertía inmediatamente las palabras en una vorágine de emociones. Cuando me topaba casualmente con la canción Un caballo sin nombre de la banda América, o con El último de los justos, un libro que me acompañó durante una década vergonzosa de mi vida, me sentía profundamente perturbada.
No me resulta grato contemplar la moralidad de mis acciones. A mi entender, la cuestión moral del aborto es muy difícil porque es inusual. Y es inusual porque el feto humano no se parece a nada ni a nadie, y porque la relación entre el feto y la mujer embarazada es tan única, tan diferente de cualquier otra relación.
Comencé a escribir este libro en 2001 como la historia, al estilo Pigmalión / My Fair Lady, de un hombre maduro y una adolescente, de un profesor y una estudiante, y la predecible, aunque no poco interesante, ruptura de su mutua fascinación. Pero luego cambié de rumbo.
La historia que necesitaba contar era la de una adicción. La idea me obsesionaba, pese a mis esfuerzos por desecharla. La perspectiva de seguir adelante con el libro era ominosa, especialmente para mis seres queridos. Me advirtieron que podría ser blanco del odio tanto del movimiento en favor de la vida como del movimiento en favor de la elección. Mi testimonio estaba condenado a ser incomprendido. La otra alternativa era permanecer en silencio.
Sin embargo, el hecho de que mi experiencia personal del embarazo y del aborto fuera difícil de entender no me parecía una razón válida para descartarla. Por lo demás, que el aborto clandestino sea una cosa del pasado no implica que el aborto legalizado constituya un acontecimiento “normal”. Quienes optan por abortar, al margen de las razones que las llevaron a tomar esa decisión, tienden a mantenerlo en secreto y a escudarse tras un velo de silencio. Yo misma he eludido hasta ahora mis sentimientos con respecto al aborto y a la identidad de un embrión y de un feto.
No obstante, mi testimonio no se ocupa de las cuestiones políticas que giran en torno al aborto, ni tampoco se relaciona con el aborto ilegal y riesgoso, una preocupación histórica de vital importancia para generaciones y generaciones de mujeres. Mi relato, en cambio, es una exploración de traumas familiares, de heridas autoinfligidas, de pautas compulsivas de conducta y de la claridad y la confusión morales que guiaron mis decisiones. Mi historia está lejos de ajustarse al eslogan mi cuerpo, mi elección de las calcomanías. Con el propósito de proteger la libertad reproductiva, muchas de quienes adherimos al movimiento a favor de la elección, preferimos no hablar públicamente de experiencias tales como la mía por temor a comprometer nuestro derecho de elegir. Al llevar el debate sobre el aborto al plano de la experiencia existencial que puede representar para muchas mujeres, a fin de lograr una mayor autenticidad y una forma de comunicación más enriquecedora, corremos riesgos.
El aborto es un hecho penoso, producto de acciones inadecuadas. El movimiento “a favor de la vida” preconiza el heroísmo, enfoca la experiencia de un modo sensacionalista e ignora los errores. Uno de esos “errores” es la presión económica agravada por la ignorancia, que es la causa más común para someterse a un aborto. Es imposible no percibir un sentimiento contrario a la vida en dicho movimiento cuando protege la ignorancia, oponiéndose a la planificación familiar, a la educación sexual y al uso responsable de anticonceptivos.
En un artículo aparecido recientemente en el New York Times, se dan a conocer la estadísticas del aborto en América Latina y las alarmantes consecuencias de un rígido fundamentalismo sumado a la pobreza y a la ignorancia. Según informes de las Naciones Unidas, más de cuatro millones de abortos, la mayoría ilegales, se realizan anualmente en América latina, y mueren por año hasta cinco mil mujeres debido a las complicaciones del procedimiento. La tasa de abortos en la región es de cuarenta por cada mil mujeres en edad de procrear, la más alta si exceptuamos a Europa oriental.
Estas cifras reflejan, entre otras cosas, la ineficacia de recomendar la abstinencia como única forma de contracepción, que es el programa general seguido por las iglesias y las escuelas. América latina posee algunas de las leyes más severas contra el aborto y, sin embargo, registra la tasa más alta de abortos del planeta. En cambio, en Estados Unidos, donde el aborto es legal y la educación sexual es más amplia, en 1990 la tasa de abortos llegó a un mínimo en 24 años, y alcanzó el nivel más bajo en 2002, con 20,9 abortos por cada 1.000 mujeres entre 15 y 44 años, de acuerdo al instituto Alan Guttmacher.
Las jóvenes de Europa occidental, quienes son tan sexualmente activas como las norteamericanas, pero gozan de una mejor educación sexual y están más informadas con respecto al uso de anticonceptivos, tienen siete veces menos probabilidades de sufrir un aborto y setenta veces menos probabilidades de tener gonorrea. Resulta, entonces, insostenible identificarse con el movimiento a favor de la vida, ya que, en definitiva, le exige a Estados Unidos que recaiga en el horroroso aborto latinoamericano y en las alarmantes cifras de mortalidad femenina, e ignora de manera flagrante las impresionantes estadísticas que muestran la escasa proporción de abortos en Europa occidental.
Por muy decidida que esté a contar la historia de mi adicción al aborto sin demorarme en el debate político y filosófico que rodea al caso Roe versus Wade, no puedo seguir adelante sin reconocer que treinta y tres años después del fallo ejemplar de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, los estados han aumentado el número de restricciones al aborto. El fallo les dio a las mujeres el derecho protegido constitucionalmente de optar por el aborto en las primeras etapas del embarazo. A diferencia de lo que cree el movimiento en favor de la vida, el veredicto reconoce y remarca el hecho de que los traspiés y los errores humanos que conducen a la dolorosa realidad del aborto –tales como los problemas psicológicos que me afligían o los económicos que padecen tantas personas– se hallan fuera de control. En consecuencia, la obligación de la nación de asegurar el derecho de la mujer a la vida y a la salud -un derecho vulnerado por las leyes contra el aborto- debe ser el principio rector.Con el alarmante aumento de las restricciones a la interrupción voluntaria del embarazo, sólo pueden agravarse los tropiezos y fallas que constituyen la realidad del aborto.
La mía es una historia que revela, en parte, la ausencia y posterior aparición de un sentido de responsabilidad cuando ejercía mi derecho al aborto. Quiero analizar por qué, cuando el aborto se vuelve repetitivo y automutilante, cabe considerarlo una adicción. Mientras tanto, espero abordar cuestiones susceptibles de elucidar hasta qué punto los defensores de ambos movimientos, como ocurre con muchas posiciones humanas profundas y extremistas, están equivocados y, a la vez, tienen razón.
Durante años, no se me ocurrió pensar que hubiera algo que decir en lo tocante al aborto. Por el contrario, había mucho que olvidar. Pero descubrí que un gran número de mujeres deseaba reconciliarse con un pasado signado por la cobardía y la necesidad de ampararse en el poder de otro. Muchas de ellas habían sufrido múltiples abortos y, al igual que yo, estaban ansiosas por encontrar un lenguaje que les permitiera transmitir una experiencia de la cual rara vez hablaban. Mi testimonio no es único.
Más allá del lenguaje antiséptico y práctico de la Planificación Familiar y del discurso legalista o moralista del caso Roe versus Wade con sus contrapartes a favor de la elección y a favor de la vida, hay pocas palabras para elaborar relatos íntimos y privados. Aproximadamente la mitad de las mujeres estadounidenses que abortaron en 2004 (un millón y medio), había tenido un aborto anterior. Cerca del 20 por ciento había abortado por lo menos dos veces, y el 10 por ciento lo había hecho tres o más veces. Un número considerable de esos abortos reiterados pertenecían a poblaciones en las que era habitual el uso de anticonceptivos.
“Tuve doce abortos en once años, y fueron los años más felices de mi vida.” (En total, fueron quince en quince años, los tres últimos con otro hombre.) Escribí esas palabras hace un tiempo, antes de comprender la verdad. Sé que estoy destinada a la incomprensión, que muchos juzgarán mi pesadilla como el abuso de un derecho o como una manera de controlar la natalidad. Pero no es así. Mi pesadilla es parte de un terrible secreto, y la verdadera historia está envuelta en un manto de vergüenza, colonialismo, automutilación y en una historia familiar cuyos protagonistas son una abuela heroica, una madre suicida y dos hermanos adictos a la heroína.
Sé que este relato no resolverá el dilema moral de mis acciones. No obstante, quería comprender la fascinación que me producía mi cuerpo embarazado, el fallido deseo de convertirme en algo o en alguien más. Me guiaron los diarios que escribí durante todos estos años. La promesa que le hago al lector es entregarle el relato de mi adicción al aborto, una continua corriente de infelicidad, la radiografía de un espejismo y, finalmente, el rostro redentor de la maternidad.
Mientras trabajaba en la segunda mitad de este libro, me embaracé por decimosexta vez. Creo que no hubiera sido capaz de dar a luz sin el llamado a la responsabilidad y a la autorreflexión que esta historia exigía. Mi hija era la coherencia que emergía al cabo de un vergonzoso caos de treinta y cinco años.
Sí, soy una adicta al aborto y no es mi intención buscar un chivo expiatorio. Los últimos siglos no han enseñado que todo puede explicarse y justificarse. Todo excepto el peso de la vida interrumpida que morirá conmigo.
Sobre la autora: Irene Vilar, escritora puertorriqueña, es autora de los libros The Ladies Gallery (Random House, 1996), Sea Journal (Scholastic, 1998), Impossible Motherhood (Other Press, 2009). Es directora de la Serie Las Américas de la Editorial de la Universidad de Texas Tech y agente literario en Vilar Creative Agency, agencia que representa la primera lista especializada de escritores puertorriqueños. Sus obras han sido traducidas al alemán, italiano y francés, recibiendo elogiosas críticas internacionales. Impossible Motherhood será publicada en español en diciembre 2011 (Lengua de Trapo, Barcelona/Buenos Aires). Irene Vilar ha ganado el Latino Book Award, el IBBY Award, ha sido finalista en el Mind Book Award (UK), recibió la beca Guggenheim (2010) y ha debatido sobre salud reproductiva y el derecho al aborto en el Oxford Union Debate Society, siendo el primer puertorriqueño invitado en la historia de la prestigiosa Union.
Impossible Motherhood (Other Press, 2009)
*No se pierda en la próxima edición de Diálogo impreso la versión abreviada de la conferencia Desafortunados/afortunados cuerpos: El trauma nacional y familiar en los testimonios de Irene Vilar ofrecida el pasado 19 de octubre por la escritora como invitada especial del Departamento de Historia y el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras.