El desarrollo económico precisa de seguridad y orden, y ello impone el gobierno de Kagame. Y control, mucho control. La disidencia es, cuanto menos, hostigada. Explica Olivier, un joven periodista, que ya antes del genocidio, los ruandeses no eran de reír mucho. “Ahora —asegura— sólo sonreímos. La gente ha visto demasiado”. El trauma de una población que fue víctima o verdugo, o que tuvo familiares y conocidos que mataron y murieron no es palpable para un extranjero, más allá de las heridas físicas aún visibles. Pero el genocidio y su recuerdo marcan de manera imperceptible cada una de las acciones de la población. El recuerdo pesa. Y las palabras y la manera de expresarlas tienen aún importancia. Pueden ser incluso castigadas.