
SOBRE EL AUTOR
Por Armando Candelaria Nieves
Seguramente, la inmensa mayoría de los puertorriqueños ya ha escuchado sobre la licenciada Alexandra Lúgaro y sus aspiraciones a la gobernación como candidata independiente durante las próximas elecciones. Con el anuncio de la candidatura, no tardaron en llegar los elogios, críticas y otros comentarios, muchos de estos a través de las redes sociales.
Desde expresiones de apoyo incondicional sin conocer su plan de gobierno hasta comentarios misóginos característicos de nuestra triste cultura machista, la candidatura de la licenciada Lúgaro y su persona han sido tema para muchos.
Entre los cientos de comentarios, muchos de ellos triviales, especialmente aquellos esbozados por supuestos “expertos” y llamados “politólogos”, son pocos los que se han concentrado seriamente en uno de los problemas medulares que sufre esta candidatura: prevalecer frente al presente sistema bipartidista.
Antes que todo, es necesario resaltar que no solamente las candidaturas independientes son víctimas del bipartidismo, puesto que aquellos partidos que no se llaman Nuevo Progresista (PNP) o Popular Democrático (PPD) han experimentado esta realidad durante décadas.
No es necesario presentar una definición abarcadora sobre qué es el bipartidismo. En resumidas cuentas, en los sistemas de partidos políticos, el bipartidismo es aquel modelo en donde dos partidos tienen los medios necesarios para genuinamente ganar unas elecciones, sin importar que otras alternativas se encuentren en la papeleta electoral.
De manera contradictoria para cualquier sociedad que se considera democrática, una de las mayores ventajas de este modelo, y al mismo tiempo una de sus debilidades evidentes es promover la estabilidad política a expensas de dificultar que otros partidos minoritarios tengan una oportunidad verdadera de ganar. En otras palabras, lo “bueno” de este modelo es no dejar ganar a terceros.
A lo anterior debemos añadir que el proceso electoral en Puerto Rico está basado en el sistema pluralista, conocido coloquialmente en inglés como “winner takes all”, donde un candidato solamente necesita alcanzar una mayoría simple de votos para llevarse la victoria. Esta dinámica prácticamente da paso a que se establezca el bipartidismo con el pasar del tiempo, ya que el sistema pluralista desincentiva a votar por otras opciones si el voto se considera como uno perdido o en vano.
Por esta razón, desde 1992 hasta el 2012, el PNP y PPD se han combinando para acumular más del 94 por ciento de la totalidad de los votos para la gobernación durante las elecciones generales correspondientes a este período de tiempo, según datos de la Comisión Estatal de Elecciones y el portal electrónico eleccionesenpuertorico.org. El PIP, la tercera opción electoral entre los años 1992 al 2004, promedió entre el 2.7 al 5 por ciento durante ese período.
En el 2008 el PIP y el partido Puertorriqueños por Puerto Rico (PPR) sumaron el restante 4.8 por ciento de los votos no acaparados por los dos partidos principales. Para las elecciones de 2012, en donde seis partidos estaban en contienda por la gobernación, el PIP, PPR, el Movimiento Unión Soberanista (MUS) y el Partido del Pueblo Trabajador (PPT) se combinaron para “arrasar” con el restante 4.4 por ciento de los votos que no acumularon el PNP y PPD.
En la Asamblea Legislativa la situación es básicamente la misma para las candidaturas por distrito. En donde mejor suerte han tenido los partidos minoritarios, realmente el PIP, ha sido en las candidaturas por acumulación para la Legislatura.
Para las elecciones de 1992, el PIP obtuvo números desde 7.4 hasta un impresionante 14.1 por ciento en la Cámara de Representantes. Dichos resultados le ganaron al PIP un escaño por cámara legislativa para los comicios de 1992, 1996, 2000, 2004 y uno en el Senado para 2012. En el 2008, el PIP y el PPR sumaron 7.3 y 6.8 por ciento en la Cámara y el Senado, respectivamente, y no obtuvieron escaños. En el 2012, el MUS, PPR y PPT acumularon en conjunto 1.4 por ciento de los votos en el Senado, sin escaño, mientras que en la Cámara el combinado fue de 1.8 por ciento, resultado que muy bien pudo haberle costado un escaño al PIP, que obtuvo el 4.8 por ciento de los votos.
Todos estos números sirven para ilustrar una penosa realidad: cualquier persona que pretenda aspirar a un puesto electivo y no pertenezca a uno de los dos partidos mayoritarios se le hará extremadamente difícil poder ganar. Peor aún, no pertenecer a uno de los partidos ya establecidos nulifican cualquier prospecto de victoria. El bipartidismo está arraigado de tal manera que ya forma parte de la fibra que compone nuestra sociedad.
La razón principal para esto parece ser la tradición y costumbre. El PPD ha existido por los pasados 76 años, mientras que el PNP lleva 47 años desde su fundación; el PIP tiene una historia de 68 años. En todo ese trayecto, varias generaciones de puertorriqueños solamente han conocido al PPD y PNP como las únicas fuerzas políticas capaces de ganar una elección, y al PIP como el virtual tercer lugar. Es muy difícil poder sobreponerse a un status quo que lleva más de medio siglo establecido si la gente está acostumbrada, y espera, uno de dos posibles resultados.
¿Hay posibilidad de poder acabar con el bipartidismo? Probablemente no. El sistema nació de la intención del PPD de prolongar su dominio electoral, y funcionó muy bien por casi dos décadas. La llegada del PNP al poder en las elecciones de 1968 hizo que esto se convirtiera en un juego de dos.
El liderato de ambos partidos no ven ningún incentivo en cambiar el sistema porque saben que tienen un 50 por ciento de probabilidad para salir airosos en cada ciclo electoral. Además, les beneficia que son los “representantes” de las dos ideologías mayoritarias en cuanto al estatus político de la Isla.
Por consiguiente, el cambio de este sistema bipartidista debería ser exigido por la ciudadanía, pero este supuesto es una mera ilusión. Este no es un problema que vaya a forzar un despliegue multitudinario, al menos que alguien encuentre algo en la Biblia diciendo que el bipartidismo atenta contra los valores y la moral puertorriqueña (lo que sea tal aseveración).
Quizás tengamos suerte y alguien pueda demostrar que el bipartidismo es otra carga más al bolsillo de los puertorriqueños, porque luego de los argumentos religiosos, aquellos de índole económico son los más atractivos para crear marchas y protestas en este país.
¿Tal vez la academia podría hacer dicho reclamo de un cambio a este sistema? Quizás, si solamente muchos de los docentes no estuvieran enfrascados en debatir por otro siglo más las virtudes y desasosiegos del comunismo sobre el capitalismo y viceversa, o decidieran dejarse sentir más allá de las aulas universitarias.
¿Y qué tal los estudiantes universitarios? Ese grupo de jóvenes con tremendas iniciativas, grandes aspiraciones y un voraz apetito de cambio, ¿podrían algún día cambiar el trillado tema de los costos de estudios, y todos sus derivados, y luchar para que haya un verdadero cambio a un sistema desfavorable para la democracia y el cual aflige a toda la sociedad? Por supuesto, solamente lo que se necesita es voluntad y salir fuera del micro mundo universitario. Después de todo, soñar no cuesta nada.
Lejos de sonar pesimista, la intención de esta pieza es abordar sobre una realidad imperante. Es interesante ver a personas atreverse a aspirar a un puesto electivo sin el apoyo de un partido político, no importa cuáles sean sus razones. Pero por más noble que resulte esta gestión, debemos ser conscientes de que el resultado será menos que satisfactorio. Así no es como está establecido el juego.
Y por más que lo cuestionemos, si no vamos más allá de los cuestionamientos, el bipartidismo seguirá calando hondo en nuestra sociedad. Ojalá me equivoque, pero el récord histórico parece estar de acuerdo conmigo.
El autor tiene una maestría en Administración Pública de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.