En la película “Un día sin mexicanos”, la misteriosa desaparición de los trabajadores de ese origen paraliza al estado de California, en Estados Unidos. ¿Sucedería lo mismo en algunos países latinoamericanos si se evaporasen los inmigrantes de países vecinos, igualmente discriminados?
La respuesta es que la situación no es comparable, pero un nuevo informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) muestra que el flujo migratorio intrarregional se aceleró en el periodo 2000-2010, cuando creció a un ritmo anual de 3,5 por ciento, mientras disminuyó el destinado al resto del mundo.
Hay 28,5 millones de latinoamericanos viviendo fuera de sus países, de ellos 20,8 millones en Estados Unidos, mientras que dentro de la región hay 7,6 millones de inmigrantes, 63 por ciento de ellos procedentes de países vecinos.
También sería incomparable la estricta política migratoria de Estados Unidos o Europa con la latinoamericana, que mediante acuerdos de integración regional ha favorecido la residencia de los ciudadanos vecinos y rechaza “las medidas unilaterales y restrictivas de algunos países desarrollados”, según indica la Cepal.
Sin embargo, el especialista argentino en migración, Pablo Ceriani, considera que el hipotético guión de “Un día sin latinoamericanos en Latinoamérica”, podría comenzar a construirse a partir de algo que comparten la región y el norte al que se tanto se le critica: las manifestaciones de xenofobia.
“Más allá de avances legislativos, de la igualdad del trato del migrante, de derechos plenos y de la eliminación de restricciones migratorias, hay precedentes en todas las sociedades de la región de xenofobia, desde actores sociales, grupos políticos, medios de comunicación”, dijo a IPS el integrante del Comité para la Protección de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares de la Organización de las Naciones Unidas.
“La nuestra no se diferencia mucho de otras regiones en la reproducción de mitos y falsas ideas sobre las migraciones, que no se apoyan en estadísticas, y que generan actitudes de rechazo que justifican que algunas leyes no avancen”, agregó.
Según Ceriani la discriminación es notoria en políticas migratorias como la mexicana, que “detuvo el año pasado 21.500 niños y los deportó a sus países de origen: Honduras, Nicaragua, Salvador y Guatemala”, su principal migración intrarregional.
Pero también hay ejemplos más sutiles en países que cuentan con acuerdos migratorios, como el que rige en el Mercado Común del Sur (Mercosur, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela), que en 2002 estableció el derecho a residencia, con tan solo presentar el documento de nacionalidad y el de falta de antecedentes penales.
“Que traen problemas de seguridad, que traen sus costumbres, que nos quitan el empleo…”, ilustró Ceriani al enumerar algunos mitos xenófobos.
Emiliana Mamani, una boliviana que reside en Argentina hace 30 años, lo sabe bien.
“La discriminación por portación de rostro (aspecto físico) siempre se sufre. Esa creencia de que el boliviano le quita el trabajo al otro”, recordó a IPS la presidenta de la Asociación Centro de Madres 27 de Mayo y de la cooperativa del mismo nombre, la primera gestionada por mujeres migrantes bolivianas.
Los bolivianos ocupan el segundo lugar entre los inmigrantes intrarregionales en Argentina, después de los paraguayos y delante de los chilenos y peruanos. En el país hay 1,8 millones de extranjeros, 4,5 por ciento de la población total.
La Cepal indica que los países latinoamericanos con mayores volúmenes de inmigración regional son Argentina, Venezuela, Costa Rica y República Dominicana, mientras Brasil y México los únicos donde predomina la recepción de otros orígenes, el primero de Europa y el segundo de Estados Unidos.
“A veces nos toca escuchar: ‘¿por qué no volvés a tu país?, aquí no te vengas a hacerte el macho o el vivo. Por qué no te vas boliviano sucio, borracho’”, ilustró Mamani, cuya cooperativa consiguió un crédito social del Instituto de Vivienda, con el que construyeron un edificio donde ahora viven 12 familias de compatriotas.
Mamani tiene tres hijos, una nacida en Bolivia y dos argentinos y estudiantes universitarios, quienes sufrieron discriminaciones en la escuela, como la de cuestionarles su participación en actos patrióticos.
Lo mismo han soportado en hospitales, pese a que en Argentina toda persona extranjera tiene derecho a ser atendida, con independencia de su situación migratoria.
“En los hospitales a veces dicen que no hay turno, o nos piden documentos cuando no deben pedirlos… pero si va un gringo (extranjero) rubio tipo estadounidense o europeo lo tratan de entender, le hablan hasta con señas”, ilustró Mamani.
Ello pese a que en Argentina existe desde hace 10 años la Ley de Migración 25.871, muy avanzada en la protección humanitaria. Además, desde 2006 se regularizó la situación de 736.000 inmigrantes brasileños, paraguayos, uruguayos, bolivianos, colombianos, chilenos, ecuatorianos, peruanos, y venezolanos.
Mamani considera que para combatir culturalmente la discriminación, se debe empezar por las escuelas y hospitales, entre otras instituciones públicas, que “parecen desconocer las leyes migratorias”.
Otro foco deben ser los medios de comunicación, grandes altavoces de estereotipos.
“Por ejemplo en un robo, si por acaso hay entre argentinos un boliviano o peruano, los medios destacan que hay un boliviano que robó”, explicó.
Prejuicios enquistados por temores atávicos “al diferente” y por lo tanto “muy lentos y difíciles de combatir”, según dijo a IPS un funcionario de la Dirección Nacional de Migración que pidió no brindar su nombre.
Para Ceriani, en Argentina, al igual que sucede en otros países latinoamericanos, existe una visión idealizada sobre la migración europea del siglo XIX y primera parte del siglo XX, comparándola con la latinoamericana.
Sin embargo, al remitirse a la literatura o la prensa de la época, se percibe que esa discriminación también existía en los países receptores hacia los españoles, italianos y portugueses.
Estereotipos como que eran “pobres”, “ladrones” o “ignorantes”, que “se fueron licuando con el tiempo”, recordó.
Detrás de la decisión de migrar entonces y ahora prevalece la búsqueda de mejorar las condiciones de vida.
“Lo único que hacemos siempre es trabajar y trabajar. Cuando decidimos hacer las maletas en nuestro país, la finalidad es trabajar. No venimos a otra cosa que a trabajar”, argumentó Mamani que se animó a emigrar porque una amiga le contó que “en solo un año iba a hacer bastante dinero”.
Trabajan los bolivianos en Argentina y enriquecen el país, según Ceriani, por ejemplo aportando técnicas originales de cultivo de frutas y verduras.
También en los talleres textiles que, más allá de las condiciones laborales muy precarias, abastecen a las mejores marcas de ropa.
Los paraguayos son requeridos en la construcción y servicios domésticos. Los peruanos, en el cuidado de niños, ancianos, enfermería, aunque muchos emigrantes latinoamericanos, desempeñen también trabajos como mano de obra calificada, técnica o profesional.
En la región abundan ejemplos. En el norte de Brasil, los haitianos contribuyen a la construcción de grandes infraestructuras o a la minería.
En Costa Rica, los nicaragüenses tienen un papel preponderante en la construcción, la agricultura y el servicio doméstico, muy similar a lo que sucede con los colombianos en Venezuela.
El avance de la integración traerá muchos más ejemplos de libre circulación intrarregional. Pero el avance económico de algunos países y el estancamiento de otros, seguirá creando estereotipos discriminatorios.
Por eso Ceriani subraya que hay que abordar la migración desde sus causas estructurales. Y eso se logra, aduce, reduciendo las brechas sociales y económicas entre los países latinoamericanos.