
Se ha muerto Miguel Delibes y es muy posible que con él se haya ido el último gran escritor en lengua castellana del siglo XX. Fue uno de esos casos poco frecuentes en que narrando, -con pleno conocimiento de causa-, las vivencias de su terruño, la campiña de la meseta castellana alrededor de la ciudad de Valladolid, trascendió con sus libros de ficción y sus ensayos a la universalidad. Fue en sus años de juventud combatiente en la Guerra Civil. Después fue abogado; especialista en derecho mercantil; caricaturista; periodista graduado; y director de un periódico hasta que chocó de frente con la censura del franquismo. Más tarde fue un novelista premiado y un conocedor de la vida silvestre. Sin embargo, nunca dejó de ser un escritor nato y un amante apasionado de los campos de Castilla. Para los españoles, y para él mismo, fue siempre un campesino, y yo lo definiría como una especie de “jíbaro” filósofo que nació en Valladolid y murió en Valladolid 89 años después. Conocer y sentir la tierra lo hizo ecologista de corazón (cuando eso aún no estaba de moda), y es muy probable que ese haya sido el secreto de su universalidad literaria. En 1946 escribió su primera novela La sombra del ciprés es alargada, que ganó el Premio Nadal de 1947. Después vino Aún es de día, que le trajo una vez más problemas con la censura; y El camino, una interesantísima novela que describe el shock psicológico de un niño que debe abandonar el campo para adentrarse en la vida urbana. De aquí en adelante publica sesenta obras más, que no por su abundancia ponen a un lado la calidad, la concisión y una forma muy personal de decir. Viejas historias de Castilla la Vieja y Castilla, lo castellano y los castellanos son dos libros de viajes y crónicas que el autor de estas líneas ha disfrutado con verdadero placer. Nueve de sus novelas han sido llevadas al cine hasta el presente, incluyendo Los santos inocentes, primer premio del Festival de Cannes en 1984, dirigida por Mario Camus y protagonizada magistralmente por Paco Rabal y Alfredo Landa. Entró a formar parte de la Academia de la Lengua Española en mayo de 1975, con el discurso de ingreso El sentido del progreso desde mi obra que dejó sentado su compromiso en defensa del derecho a la vida de todas las especies y de la preservación de la naturaleza, pero desde una posición de modernidad y revalorización de la educación y la economía agrícola. En fin, lo que hoy denominaríamos una ecología sostenible. No fue el fundador de esta forma de entender la vida, -ni él se veía a sí mismo como un ecologista-, pero sí fue uno de los primeros y más constantes defensores de estas prácticas. En el año 2005 escribió junto a uno de sus hijos, biólogo de profesión, La Tierra herida: ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?, que pone en contexto, quizás con un poco de pesimismo, todas sus ideas y opiniones acerca de estos temas. Ganó el Premio Nacional de Narrativa en 1955, el Premio Príncipe de Asturias en 1982, el Premio Nacional de España en 1991 y el Premio Cervantes en 1993. Se le confirió el título de Doctor Honoris Causa por diversas universidades en varios países. Como tantos otros que lo merecían, no ganó el Premio Nobel, lo que a él parecía no molestarle mucho. Adiós a un maestro de las letras. El Dr. Félix J. Fojo es ex profesor de la Cátedra de Cirugía de la Universidad de La Habana.