Para Mikephillipe Oliveros (1982) los genios tienen guayaberas. El actor, comediante, libretista y gestor cultural puertorriqueño supone que es así, que los pensadores grandilocuentes y próceres del saber no se plantean qué color de ropa o qué estilo vestir, que eso es una constante. Prescinden de esas presiones, contrario a él que al llegar al café con camisa clara de manga larga, una gorra negra y unos shorts playeros, secándose el sudor de la frente se excusa por su apariencia.
Soltando la mochila que carga por costumbre, toma asiento en una de las mesas contiguas a la ventana de un café santurcino por la que se cuela el esplendor matutino de la avenida Juan Ponce de León y se silencian el engorroso tráfico y las fútiles prisas citadinas. Con su mirada interrumpida ocasionalmente por algún mensaje o notificación en su celular, mira hacia fuera y comenta, entre muchas cosas, sobre el calor de verano –o de siempre- y de sus años de chamaco en Caguas.
Mike siempre ha sido teatrero y curioso, asegura. También, introvertido a la hora de hablar de sí mismo. “Me siento expuesto”, dice. Como artista, su ingenio emerge de un cascarón de innumerables capas de incertezas e inseguridades, que quebró a los 15 años cuando decidió asumir las artes y proponerse ir a la universidad a estudiarlas. A los 12 años, le cuenta su madre, se podía atisbar que él, desde la imaginación inventaría un mundo de historias en las tablas. A esa edad, sin enterarse, presentaba en su escuela su primera pieza de teatro experimental basado en un chicle.
“Mi mamá y yo siempre tuvimos la pelea porque ella no quería que yo estudiara teatro porque me iba a morir de hambre. Ella me recordó que en sexto grado hubo un talent show en la escuela elemental y que todo el mundo estaba imitando a Chayanne, Olga Tañón, y no sé qué, y a mí me dio con hacer una obra silente. Todo giraba en torno a un chicle. Un personaje entraba masticando y lo tiraba al piso, otro lo encontraba y a otro se le pegaba del pelo. Algo así. Y al final aparecían todos masticando chicle. Y yo digo, ¿en qué diablos yo estaba pensando que no bailé ni canté en el talent show?”, chistea.
De chico no lo sabía, pero se abría la brecha para ser el gestor y libretista de uno de los colectivos de teatro y comedia más exitosos de Puerto Rico: Teatro Breve. El grupo, que cumplió su década el pasado 26 de mayo, según Mike, se parece mucho al típico matrimonio longevo que se entera de su aniversario tarde durante el día. Mas, hablar sobre su celebración es remitir la idea de su origen a las andanzas de Mikephillippe como el joven, el bartender y el universitario de pasados los seis pies.
Mike, el teatrero
Cuando se convenció de que no sería el baloncelista que muchos en su familia deseaban, porque “ni pa’ grande sirve”, Mike optó por tomar como curso electivo en la escuela, teatro. Habían dos razones: el aire acondicionado -para aminorar el calor- y eso, el teatro.
“Tomé teatro cuando llegué a noveno grado. El maestro era Reinaldo Robles. El salón siempre tenía aire acondicionado, y yo estaba todo el tiempo ahí leyendo, estudiando o ensayando algo. A la hora libre, o cuando algún maestro faltaba, iba para allí a escuchar a este maestro hablar. Era un genio”, cuenta antes de posar con picardía para el lente del fotoperiodista Ricardo Alcaraz.
Mike rememora la primera audición en aquel espacio de la escuela superior Eloisa Pascual de Bairoa, en Caguas, a la que fue revestido de un entusiasmo muy joven. “Era para la obra Los tres lirios cala de Abniel Marat, una obra revolucionaria cuyos personajes eran todos mujeres. Yo me enteré cuando llegué allí, yo no conocía la obra. Y me dijeron que no había nada para mí y yo les dije que necesitaba estar ahí, que me pusieran de técnico de luces o lo que sea”, explica sobre su primera cita con el teatro. Estuvo a cargo del sonido, lo que bastó para enamorarse.
Poco después interpretaba a Víctor en Yerma de Federico García Lorca y se consumó su amor por el teatro. Desde entonces, prendido de esa vida, estaba más que decidido a hacer teatro. “Ahí pude sentir la magia de ser parte de un elenco”, y añade, “hay gente que se enamora, y no entienden ni por qué, y es que uno crea una dinámica y familiaridad con las demás personas. Y eso fue lo que me atrajo del teatro, como un imán. Es que uno pierde control sobre uno mismo. Realmente es como una droga”.
En perder el control han transcurrido los años. Lo ha hecho desde Macbeth y Antígona hasta las puestas originales que ha escrito para Teatro Breve, Piononos SS, I Live Where You Vacation -que presentan en estos días en Santurce- y tantas otras. Pero lo que al presente es un trabajo de comedia, Mike lo vislumbró de otra forma hace poco más de 10 años. Inicialmente, desde el Taller Cé en Río Piedras donde era “bartender”, en sus años de universitario, el proyecto se prestaría para hacer teatro experimental, pero las carcajadas lo hicieron transgredir a la comedia, que estuvo muy presente en Mike. Hoy, lo de breve pende de su nombre y nada más.
“Cuando llegué a la universidad yo quería hacer teatro experimental”, menciona. Ese joven Mike no pensaba en otra cosa. Se consideraba –y aún- un agente de balance, que miraba el escenario como un barco. Entre la proa y la popa del escenario debía existir el balance, de lo contrario esa nave encallaría en un fracaso. Y esa filosofía, que lo ha acompañado desde antes de sus años de universitario, no se desvanece.
“Todo el mundo quería ser actor. Todo el mundo quería ir pa’ Hollywood. Todo el mundo quería ser Raúl Juliá. ¿Y quién estaba escribiendo? Nadie. Nadie estaba escribiendo. Habían bien pocas personas escribiendo. Estaban Joaquín González, Rojo Coquí, Sylvia (Bofill), pero eran los menos”, recuerda cuando quiso, junto a sus amigos, tomar un curso de escritura. Esa clase, que alternaban por año en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPRRP), no estaba en la oferta de ese entonces. Era un curso impartido por el veterano dramaturgo José Luis Ramos Escobar, hoy director del Departamento de Drama y padre de uno de los buenos amigos de Mike, Gustavo.
Entre uno de sus ‘jangueos’ en casa de Ramos Escobar, con Gustavo, en tardes en las que la casa era de ellos dos sin más, cuenta, “me tumbé dos libros de su biblioteca gigante (del profesor). Uno fue el de escritura dramática y el otro fue El espacio vacío de Peter Brook”. Lo narra, no sin antes destacar que el veterano dramaturgo no lo sabe –y queda ahora enterado. Y así, al cabo de un tiempo, Mike estrenaba una obra en la plazoleta próxima al edifico Luis Palés Matos con la que el profesor se convenció de que el pupilo no necesitaba una clase de escritura.
El comediante
Con los 10 años de Teatro Breve se cumplen también los años de un pacto insano. Hacer reír, que cuesta, es un ejercicio que con los años se hace más intenso. Y Mike, que es un afanado estudioso de ese arte, lo afirma. Rechaza los caminos fáciles porque la comedia en sí es mucho más que una burla, confiesa.
“Las parodias caen mal u ofenden, porque son las maneras demasiado fáciles de tú traducir lo que está sucediendo a una comedia. Cuando hay un trabajo, un concepto y una analogía envuelta, que no es simplemente imitar, pues hay un público en específico que puede identificar eso, que puede decir ‘mira es verdad’. Y para mí esa es la retroalimentación que estoy buscando. Que sientan que se ríen porque se identifican con lo que está sucediendo”, arguye.
Igualmente, en sus stand-ups como Personal, que presentó hace unas semanas en Santurce y en el Teatro La Perla de Ponce, Mike trata de “ir por el paseo, de buscar qué cosas no está hablando la gente ahora” para ceñirlas con lo actual, como el año electoral, por ejemplo. Su fin es, más allá de amasar las risas, explorar la vulnerabilidad de la gente. Una vulnerabilidad que, asegura, “compartimos todos”.
Mas, su inserción en la comedia tiene un nombre, Roy Sánchez-Vahamonde, compinche del colectivo Teatro Breve y un bravo ingenioso, de acuerdo a Mike. También, “cuando estaba estudiando teatro en la Iupi había una sola persona que yo conocía que estaba haciendo stand-up comedy de manera independiente, y era Carlos Ambert”, menciona.
Ambert se presentaba en distintos lugares y Roy, en los inicios de Teatro Breve, era refrescante. “Roy era una figura bien particular dentro del show porque era el arlequín. Era el indomable. Tú lo dirigías, se trepaba en la tarima y te hacía algo totalmente distinto a lo acordado, pero funcionaba. Y no le podíamos decir na’ porque funcionaba. Él está entrenado en la palabra, en la improvisación. Y me impresionaba que no escribía nada, que solamente se paraba y empezaba a hablar”, relata.
Esa etapa temprana de Teatro Breve, entre 2006 y 2007, vio un Roy muy activo con su comedia paraíta. “Pero Roy llegó a un punto que se le estaban acabando los chistes, que ya estaba quemao’, y nos pidió que alguien más hiciera stand-up. Así que, ahí fue que acordamos que todos haríamos cinco minutos de stand-up comedy. Hasta Luis Gonzaga, que es la persona más reservada del mundo, hizo su stand-up comedy. Era una cuestión de hablar de uno. Yo empecé a hablar de mi familia y funcionó. Y recuerdo que en un show fue Sunshine Logroño y me dijo ‘oye, estuvo bueno ese stand-up, bien hilaíto’, y eso fue como pues que se joda yo voy a seguir haciendo esto”, cuenta con la admiración detrás de sus ojos.
De esa forma, una vez iniciado en la comedia, Mike se ha dedicado a innovar y a estudiar a profundidad eso de arrancar carcajadas junto a Roy y a Vicente Ydrach (Chente) que, según él, también fue motivado por Roy a adoptar ese estilo de comedia. Sus juntes, exitosos como todo lo que han realizado en los pasados años, se llamaron Sin Filtro y les permitió crecer y descubrir nuevas formas de apelar a la risa.
Tras cuatro o cinco años de éxito, Roy hizo su apuesta en Punto Fijo en Santurce, Chente hizo lo propio en el Teatro Tapia, La Perla y otros escenarios, y Mike sintió esa necesidad de hacer lo suyo.
“Quise diferenciarme de todo el mundo, me senté y lo escribí completo (el show). En tres días escribí 25 páginas de material que empecé a memorizarme y se lo pasé a Gonzaga y par de gente para que lo vieran. La diferencia de pararse con tres bullets como si fuera un examen oral y pararse con un libreto ya completo y estudiado, comenzó a parecerse mucho a un monólogo. Yo me paraba ahí y yo veía las palabras como si hubiese estudiado para un examen. Y eso me permitió ver qué adjetivos usar, entender qué palabras funcionaban mejor, buscar otras muletillas que al final te dabas cuenta que refrescaban el show”, resume entusiasmado y con la certeza de que pronto retomará su puesta para continuar presentándola.
Y como toma muy en cuenta la innovación quiso integrar elementos nuevos, como el lenguaje de señas. En Personal, Mike cuenta con un intérprete real de lenguaje de señas. Como cuestión de hecho, es el presidente de la Asociación de Intérpretes de Puerto Rico, que estuvo también interpretando en las actividades del senador Bernie Sanders en la Isla.
Con esa gestión Mike se propuso “abrir las puertas de este mundo a una comunidad que existe en Puerto Rico. El último censo, creo que fue en el 2009, reveló que hay sobre 200 mil personas sordas, y eso es mucho. Y vuelvo otra vez a romper otra barrera de que no se trata ni siquiera de lo que tienes que decir en la comedia, sino cómo lo vas a decir y a quién se lo vas a decir. Yo acabo de descubrir un mundo completamente nuevo, y para mí el intérprete era un complemento brutal que sin él el show no hubiese funcionado igual”.
La idea surgió de su experiencia en Teatro Ciego en Argentina, a finales del año pasado. “Tú entras a este espacio donde tienen todo apagado y todo es sonido nada más y los actores al moverse crean la noción de que está pasando algo en escena pero uno no lo ve, uno experimenta eso de ser un no vidente. Y eso me impresionó”, confiesa.
La meticulosidad de su trabajo, manifiesta, se debe a su cualidad de inseguro. “Todo el mundo puede dar fe de eso. Soy bien inseguro. De hecho, me cuesta mucho decir gracias cuando la gente al final de un show me felicita y yo sé que no estuvo brutal, que cometí esto y lo otro. Estoy todo el tiempo en esa prerrogativa. Me di cuenta que hay que crear un personaje. Yo creé un personaje que interactúa con la gente. Cuando empecé yo ni me paraba, me quedaba sentadito, pero poco a poco me fui soltando. Y lo de tenerlo escrito y ensayado me ayudó a que fuera mucho más efectivo”, detalla.
En su proceso de formación y preparación le presta mucha atención al ritmo. “El cómo tú dices algo, a qué tiempo tú lo dices, si lo dices rápido o si esperas unos segundos puede hacer que una ejecución no funcione. Y tú lo ves. Si tres públicos se ríen con este timing, significa que este timing existe”, dice, asegurando que ha hallado en eso una forma de hacer maleable sus apuestas.
De igual modo, piensa que con la reincorporación existe una similitud entre la comedia y la vida porque “la vida, en efecto, es una reincorporación de hechos, es un eterno retorno. Y el público agradece eso, que tú hables de algo y lo retomes más adelante”.
Teatro Breve: 10 años de eterno retorno
La gestión del colectivo para el que Mike ha escrito por la pasada década comenzó en Río Piedras, como una ventana para pulir sus talentos. Los integrantes, Alejandro Carpio, Luis Gonzaga, Mike y Roy se dedicaron a jugar con un espacio que Mike les halló a través de su trabajo en la barra de Taller Cé. Su trabajo “fue una yuxtaposición de conceptos que resultó en comedia porque el grupo en general, como boricuas, tiende a llevar todo a la comedia, a buscar un comic relief, una liviandad”. De hecho, tan inconscientes se sentían con la comedia que comenzaron llamándose Teatro de la Luna, y su primera apuesta Falso Mutis.
Estando en Río Piedras se dejaron seducir por las influencias de los distintos espacios y talleres que existían a la fecha. Freddy Acevedo y Deborah Hunt, por ejemplo, tuvieron mucho que ver en eso. “Con Freddy hacíamos cosas bien bizarras y Roy estaba ahí. De ahí decidí tenerlo en lo que quería hacer. Y poco a poco se sumaron, Luis, Carpio, Juanpi y Lucienne”, comenta con la celebración del aniversario en mente, que incluye el lanzamiento de un libro y una nueva pieza para el mes de septiembre.
Se presentaban los domingos, leían sus libretos el mismo domingo, se aprendían todo el mismo domingo. “Así colaboraron Carlos Vega, Oscar Guerrero y otros. Así llegó Lucienne. Tata (Marisé Álvarez) se fue a estudiar a Inglaterra, y no teníamos muchachas. El show era un degenere de macharranes. Y escogimos a Lucienne que era otro macharrán”, bromea al destacar el afecto fraternal que impera entre el grupo.
Al plantearse la necesidad de integrar más mujeres pensaron sobre quiénes añadirían un buen elemento de adhesividad. De ahí que Lourdes Quiñones e Isel Rodríguez llegaran para erradicar el uso trillado de las pelucas y los atuendos femeninos entre los muchachos, y crearan el balance que necesitaban.
El próximo peldaño sería el espacio. En 10 años han recorrido escenarios diversos: Taller Cé, Punto Fijo, Pier 10 y El Josco, el que hoy llaman Shorty Castro y es su casa desde hace poco más de cinco años.
“Agustín Rosario, que era productor de TV Ilegal y todo eso, nos da el espacio del Josco para hacer una obra, Jerome. Hicimos siete funciones, ellos corrían la barra y todo súper chévere. Le seguimos pidiendo más noches, hasta que él nos dijo que él había comprado sillas y eso no se usaba, que le hiciéramos una oferta y nos quedábamos con el teatro. Nosotros dijimos: ‘anda pal’ carajo’. Es como la familia que compra una casa. Pero nos arriesgamos”, cuenta todavía con el mismo asombro y asimilando aún el inmenso privilegio de tener un teatro en donde han podido despuntar con innumerables éxitos.
De ensayar en la plazoleta de la Iupi, de encontrarse en lugares y pasar calor, el colectivo ha plantado bandera y cuenta con una casa. “Nosotros, creo, no hacemos el registro de que estamos viviendo un sueño”, puntualiza.
Mike entiende que, para durar 10 años, la razón por la que siguen juntos es el sentido de pertenencia que ha germinado de a poco entre todos. “Estamos encadenados al proyecto”, dice sin más, y con eso que “Teatro Breve nunca dejará de existir. Tenemos un tercer apellido que es Teatro Breve”.