La moral de la sensibilidad y de principios racionalmente ilustrados ha sido sustituida por la moralina. La moralina es la perversión de la moralidad convertida en insolidaridad, intolerancia, dogmatismo, dioses iracundos y prédicas farisaicas de ficticia indignación que se satisface con actitudes santurronas. Es esa moralina la que impide que en nuestro pueblo, por ejemplo, se adopte un enfoque salubrista para enfrentar el problema social y psicológico de la adicción a las drogas. Esa moralina se hace más dramática en la vejación gratuita y creciente de sectores sociales cuyas inclinaciones y orientación sexual difiere de los estereotipos tradicionalmente heredados. Muchos programas de comedia, así como de comentario social económicamente rentables, han hecho de la comunidad sexual un pretexto frecuente para expresar su mofa, su iracundia religiosa o su deleite morboso en humillar, insultar y denostar la dignidad y libertad de ser como los integrantes de esa comunidad prefieren ser. Uno se pregunta, ¿es que acaso no hay maneras más creativas, ética y estéticamente sustentables, para ser gracioso, humorista, crítico social, imaginativo, comentarista social, e incluso religioso? La heterosexualidad ha sido la forma generalmente aceptada de expresar nuestra humanidad. Sin embargo, la historia está llena de ejemplos de personalidades con orientación sexual diversa a lo usual, aspecto que no les ha impedido lograr grandes cimas de florecimiento y aportación a la cultura, al talento y a la historia de la humanidad. Piensen por ejemplo en la poetisa Zafo, en Julio César, en algunas expresiones de Sócrates en el diálogo Simposio, en el escritor Baudelaire, el pintor Da Vinci y hasta en filósofos contemporáneos como Michel Foucault. Desde luego, hay instancias en que la orientación sexual adquiere rango de moralidad pública y que justifica que la sociedad sancione al agente moral. Un sacerdote que representa el ámbito de lo sagrado falla moralmente cuando se aprovecha de la inocencia y buena fe de los niños para incurrir en pederastia. Sacerdotes con inclinaciones heterosexuales fallan igualmente cuando se vale de su investidura sacerdotal para reducir a algún feligrés crédulo a mero medio para saciar sus impulsos sexuales. El ministro religioso protestante que alega que le corresponde romper el sello de la virginidad de jovencitas incautas, como ritual de iniciación espiritual, no es otra cosa que un vulgar depredador. Cuando predicadores evangélicos como Jimmy Swaggart, Jim Bakker y otros muchos, fueron sorprendidos en franca violación de la representación que habían hecho públicamente de su presunta moralidad sexual, se justifica la indignación y que se les pida cuentas cuando contradicen con sus hechos lo que públicamente habían profesado. Finalmente se puede afirmar que, desde un punto de vista ético, poco vale la rentabilidad económica de algunos programas radiales o televisivos que aumentan su rating mediático a base de vulgaridades, deshonestidad intelectual, cafrería y la burla inclemente dirigida a grupos socialmente vulnerables.