Dado el déficit de educación sobre Asia en nuestro medio, llama la atención la serie surcoreana Mr Sunshine (Kim Eun-sook, 2018), distribuida por Netflix. Su intensidad dramática y calidad política ponen de relieve lo poco que sabemos de Asia oriental y sus lenguas y literaturas.
Podría calificarse como telenovela y parece dirigida al público joven, incluso infantil, pero en todo caso integra la audiencia popular a una conmemoración conmovedora de la lucha patriótica y antimperialista.
El actual régimen global parece haber eliminado la posibilidad de la revolución, mediante su control financiero-comercial de los países y la amenaza militar. Pero la fuerza simbólica de alzamientos pasados alienta la búsqueda de nuevo caminos.
La trama de Mr Sunshine sugiere que las naciones se forman con la memoria mítica de sus héroes y mártires caídos por la patria, pero además estableciendo al menos un periódico. En el siglo XXI, podría añadirse, también se forman haciendo cine propio.
Más aún, la narrativa bien podría coincidir con el discurso político de Corea del Norte contra el imperialismo —especialmente el japonés—, de justicia social, y de independencia nacional.
La película ha roto récords de teleaudiencia en Corea del Sur. No sé si se exhibe en Corea del Norte, país campesino de 25 millones de habitantes donde, según fuentes occidentales, el 98 por ciento de las casas tienen televisor, y el alfabetismo es de 99 por ciento.
El filme narra una experiencia amorosa en medio de la violencia política que provocaron en Yoseon (o Choson) —como se conocía la península coreana desde el siglo XVI— las intervenciones imperialistas, el expansionismo militarista japonés y la llegada del poder y la cultura de occidente.
El crecimiento personal es inseparable del crecimiento nacional y social, y la personalidad, también la femenina, se libera y desarrolla sobre todo en la lucha, incluyendo la armada: tal parece decirnos la película.
Las mujeres aquí ofrecen liderato dramático y también político, no sin algún toque de insinuación transgénero. La crítica del poder masculino no es para nada panfletista ni simple: se aprecia sólo en la construcción de la totalidad histórica que pueda hacer la mente de la audiencia.
El personaje protagónico —heroico y trágico— masculino es coreano hijo de familia esclava que se hace estadounidense después de trasladarse forzosamente a Estados Unidos cuando niño; se hace oficial militar y Marine; en 1898 combate en Cuba, y más tarde es enviado con la misión militar norteamericana a Janseong —nombre anterior de Seoul—, de donde casualmente provenía.
Mr Sunshine es diferente a las películas norteamericanas predominantes, cuya “acción” acostumbra al público a la violencia como entretenimiento morboso, a la vez que reproduce la ignorancia sobre el carácter violento y conflictivo de la sociedad.
A la calidad literaria de su guión se añade una belleza asombrosa y espectacular de rostros y cuerpos, y un orgullo por la cultura propia y oriental. Bellos paisajes de arboledas, montañas, bosques, flores, ríos y heladas de invierno infunden gran romanticismo al filme, amasando confusamente emociones diferentes: por la hermosura natural, por la identidad nacional, por el despertar erótico, por el peligro cercano de la muerte.
El conflicto que se desdobla en la película entre el ser y las circunstancias recuerda el mejor romanticismo literario, pero acaso produce algo diferente que no sabemos decir. Intensísimas miradas y rostros logran buena parte de la tensión dramática y sugieren una psicología diferente
Parecen expresar serenidad interior ante la injusticia y las dificultades de la vida; una autoestima oriental peculiar. Pero puede que las sintamos así por el mito de lo “oriental”, y sean simplemente actuaciones excelentes.
La intensidad sentimental puede provocar la sospecha de que el romanticismo sea excesivo y raye en melodrama, o la dimensión de telenovela domine demasiado. Sin embargo el drama, a la vez personal y nacional, logra mantener en vilo al espectador, incluso aunque en ocasiones las técnicas no alcancen expectativas occidentales.
Algunas limitaciones provocan duda sobre si obedecen a intentos de imitar el cine de acción americano —el tino increíble de una única bala, el suspenso por la escasez de municiones y armas de los rebeldes (innecesaria pues podrían quitárselas a los soldados japoneses vencidos), la maldad estridente de los irascibles japoneses—, o a que la producción se ha esmerado más en el contenido dramático que en los efectos especiales —sangre que se nota pintura roja, etc—.
Pero son detalles pequeños respecto a la fuerza de una trama sólidamente construida. La historia conmovedora que se está narrando se impone.
Puede, sin embargo, que opere algo de lo que decía Bertolt Brecht, de que el espectador capta el sentido de la obra distanciándose racionalmente, estando consciente de que se trata de una puesta en escena; se emociona más cuando la obra, liberada de su obligación de simular la realidad y “engañar”, resulta mucho más emotiva porque dice una verdad humana y el conflicto histórico real, no el representado en una ilusión dramática. La estética surge de la toma de conciencia. La obra ha sido sólo un catalizador o facilitador.
Algunas escenas recuerdan películas americanas como las patrióticas de Steven Spielberg —i.e. una trompeta solitaria como fondo del saludo militar lloroso y tenso o del nostálgico discurso— y otras de guerra y de vaqueros o aventureros (digamos The Alamo; John Wayne, 1960), en que personajes unidos en amistad y camaradería eran masacrados al final, desatando una catarsis dolorosa en una audiencia empática.
Esta posible similaridad con simbolismos de Hollywood bien podría responder a la centralidad del cine norteamericano como punto de referencia. Pero sea por el dramatismo real de las luchas que han librado pueblos oprimidos, o por la calidad de la actuación, la fotografía, el diseño, la música o la poética, el espectador reafirma su deseo de seguir mirando e hilvanando la historia, olvidándose de compararla con los “action movies“.
Si el cine americano y euroccidental ha hecho fortuna financiera e ideológica demonizando a los alemanes nazis, al punto de que ya aburre, en Mr Sunshine los malos son los japoneses. Y bien malos que los ponen y fueron.
No han sido tan difundidas por acá las atrocidades etnocidas y los extremos de crueldad que caracterizaron al militarismo fascista y racista japonés en los países que sometió —notablemente China— durante las décadas de 1920, 30 y 40.
Yoseon o Corea fue objeto de la rapacidad japonesa desde fines del siglo XIX. Como en otros países del Extremo Oriente, los imperialismos japonés, ruso, británico, francés y norteamericano intervinieron en Corea en lo económico, militar, político y diplomático.
En 1905 Japón derrotó la Rusia zarista en una guerra que le permitió expandir su armamentismo, así como su complicidad —y competencia— con Inglaterra y Estados Unidos. Estas otras potencias capitalistas propiciaron la agresividad japonesa en Asia.
En 1907 Japón doblegó la vieja monarquía coreana, que simbolizaba la unidad étnico-nacional y la cultura ancestral, con el pretexto de un tratado bilateral. Aliado con grupos oportunistas coreanos de clase alta, redujo el rey a figura decorativa y en la práctica se hizo cargo del poder político.
Mr Sunshine se desarrolla desde el cambio de siglo hasta 1907. Como muestra la película, la resistencia nacional anticolonial coreana provino de las clases populares (ex-esclavos, siervos, campesinos, trabajadores, tenderos, clases medias), pero también de sectores de la burguesía y de la humillada y desplazada nobleza. No detuvo, sin embargo, el poderío japonés ni su amplia represión.
En 1910 Japón ocupó final y plenamente a Corea. Los japoneses serían expulsados treinta y cinco años después, por la ofensiva aliada contra el Eje. En el norte la resistencia coreana antijaponesa recibió apoyo y dirección de la Unión Soviética, y en el sur, de Estados Unidos.
Es posible que la rigidez jerárquica y el nacionalismo autárquico de la República Democrática Popular de Corea, fundada en 1948 en el norte —donde las tropas soviéticas avanzaron durante el combate contra los japoneses—, se remitan en parte a las tradiciones antiguas de nobleza y monarquía.
La memoria histórica que Mr Sunshine representa, de la lucha sacrificial de principios del siglo XX que fraguó a Corea como nación moderna, puede verse como un llamado a asegurar la independencia nacional en la actualidad.
Japón es hoy uno de los polos del imperialismo global, junto a Estados Unidos y Europa occidental. Su zona de influencia es Asia oriental. Antes fascista, es, como Alemania, potencia industrial, comercial y financiera.
Pero el marco concreto actual de la afirmación nacional coreana son las conversaciones que vienen dándose entre los gobiernos del sur y del norte para una eventual reunificación. Puede suponerse que estos acercamientos han conllevado aprecio y respeto por la forma de vivir del otro lado.
El norte viene impulsando la reunificación nacional con gran vocalidad y energía, y el sur —aparte de grupos de derecha y cercanos a Estados Unidos— acoge la idea con disposición y entusiasmo. Informaciones señalan que tanto en el sur como en el norte es mayoritario el favor popular a la unificación.
Que la prensa dominada por Estados Unidos que tenemos en Puerto Rico apenas informe sobre el acercamiento entre las Coreas, un acontecimiento de magnitud histórica mundial, dice mucho sobre lo poco que esta buena relación le gusta a Washington.
La prensa norteamericana apenas hablaba del acercamiento hasta los juegos asiáticos de verano de 2018, cuando se hizo mediáticamente claro no sólo que los intercambios norte-sur vienen desarrollándose de buen grado, sino que están bastante avanzados.
En Puerto Rico es especialmente lamentable este silencio, pues los puertorriqueños fueron injusta y desproporcionadamente sacrificados en la guerra de Corea —forzados por el servicio militar obligatorio— de 1950-52, entre el ejército de Estados Unidos y las fuerzas comunistas apoyadas por la URSS y China Popular.
En Corea del Sur el tutelaje estadounidense desde los años 50 estimuló una veloz modernización industrial y tecnológica que sin embargo, a la larga, ha reclamado la soberanía nacional y retomado el recuerdo de pasadas luchas sociales y anticoloniales, como ejemplifica Mr Sunshine.
Luce que mientras más conocemos sobre Asia oriental, mejor vemos lo relativo que es el poder de Estados Unicos, el cual ha difundido por el planeta la suposición perversa de que su peculiar cultura capitalista es y debe ser universal.
Todavía debe llegar el cine que demonice no sólo a los nazis alemanes y los militaristas japoneses, sino al imperialismo norteamericano, como sería justo y meritorio.
Mr Sunshine alude metafóricamente a la fuerza moderna “revolucionaria” de Estados Unidos en el mundo, que disuelve viejas formas de vivir y atavismos ancestrales.
El protagonista —Eugene— detesta la antigua cultura coreana de opresión brutal que destruyó su familia ante sus propios ojos de niño. Esta amargura le ha creado una apariencia dura de indiferencia moral, a la que se suma el individualismo estadounidense. Pero en el filme los personajes se transforman, a la vez que recuerdan. Todo está preñado de pasado e historia.
Por otro lado, la protagonista femenina está inmersa en la resistencia antijaponesa, y esta lucha se apoya, en parte, en la cultura coreana tradicional que ha incluido la opresión social milenaria, así como la nobleza a que ella pertenece. La impresionante autenticidad de un amor quizá imposible contrasta con las formas mediocres en que la gente a menudo se relaciona.
El complejo contrapunto de aspiraciones encontradas recuerda las tragedias del teatro griego clásico. La historia de los padres determina los hijos. Las querencias íntimas sufren bajo las prohibiciones y el peso de las relaciones sociales. Los destinos inevitables enfrentan resistencia.
Mr Sunshine muestra un modo distinto de hacer cine y de narrar el amor, los géneros y las emociones humanas. Introduce curiosas mezclas de ira y deseo.
Indica las ataduras de lo personal a la comunidad y la política, y las relaciones entre clases, castas, etnicidad, modernidad cosmopolita. Cuenta la formación de un embrionario ejército popular guerrillero, fenómeno extendido por el mundo del siglo XX.
Afortunadamente carece de la banalidad sexista y egocéntrica tan común en nuestro medio, y propone la pertinencia de la amistad sincera y del sentimiento expresivo.