A solo minutos de firmar el presidente Donald J. Trump su memorándum ordenando el retiro de los Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), la noticia circulaba como un rayo en los medios mundiales. Sonó como Trum-peta proclamando un nuevo estilo en las relaciones económicas internacionales que obligaba a cada país relevante a revisar sus estrategias al delinear su política de comercio exterior y a examinar su efecto sobre los tratados vigentes y los prospectivos.
La noticia era equivalente a desconectar el Acuerdo Transpacífico del respirador artificial que lo colocó la administración del presidente Barak Obama, desde que fue firmado por los doce países de la región del Pacífico el pasado 16 de febrero de 2016 en Nueva Zelanda. Desde ese momento, se formó un bloque bipartidista en apoyo a su ratificación por el Congreso impulsado por Obama en rara alianza con varios congresitas pro-empresas. Igualmente, multipartidista ha sido el frente en oposición a la ratificación del TPP conformado por algunos legisladores liberales y por el presidente Trump. Este impase dilató el trámite indispensable de la ratificación congresional del Tratado Transpacífico antes que Trump asumiera la presidencia de los Estados Unidos.
En síntesis: el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) es un tratado de doce países ubicados en el arco del Océano Pacífico formados por Australia, Brunei, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. El tratado intenta fortalecer y ampliar los nexos económicos multilaterales entre los países signatarios mediante la reducción de aranceles que fomenten el comercio creando un mercado integrado para estimular el crecimiento económico de dichos países. De lograr la integración, se formaría una zona con una población total de casi 800 millones de habitantes, casi el doble de la Unión Europea y con un volumen comercial equivalente a 40 por ciento del agregado mundial.
La descomunal hazaña integradora del TPP radica en la uniformización de múltiples y singulares regímenes de normas ambientales, de derechos laborales y protecciones industriales existentes o ausentes en los países signatarios. Complementa el diseño de las modernas normas rectoras del comercio internacional, el conjunto de acuerdos para ejercer el eficaz cumplimiento estricto de las normas entre los países signatarios del tratado.
En ausencia de apropiados tratados multilaterales, con sus reglas efectivas y su capacidad de lograr su cumplimiento, cada país tendría que depender de su respectivo poder económico particular para que su contraparte comercial acepte y cumpla con normas y procedimientos justos y razonables en sus relaciones económicas bilaterales.
El debate público, sin aún ser sometido a ratificación congresional, ha sido reflejo fiel de la amplia controversia cívica sobre las virtudes y defectos del Acuerdo Transpacífico. En la misma han terciado en su favor organizaciones empresariales y líderes legislativos de diversas convicciones.
Entre las voces opositoras a la ratificación del TPP se cuentan los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren, así como los prominentes economistas Jeffrey Sachs y Joseph E. Stiglitz, laureado premio Nobel Conmemorativo.
Los favorecedores del Acuerdo Transpacífico destacan su importancia para expandir el comercio mundial, la creación de empleo y la inversión internacional mediante la ampliación del mercado mundial por un abarcador tratado multilateral. Cada país signatario tendría un mayor acceso a los mercados de sus socios mediante la reducción arancelaria, la remoción de barreras al libre comercio, la simplificación y ordenación de trámites burocráticos al tráfico exterior.
La instauración del TPP, alegan también, elevaría entre sus miembros los estándares de protección ambiental y las condiciones laborales.
Además, fortalecería el bloque formado por TPP en la zona del Pacífico ante el avance de la influencia de China en sus mercados aledaños a través de su incipiente Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés).
Ante el convencional temor que el Acuerdo Transpacífico induzca una pérdida considerable de empleo en Estados Unidos, sus defensores apuntan que en los últimos 30 años, la desaparición de empleos se debe más al avance tecnológico y al crecimiento de la productividad.
Los opositores a la ratificación del Tratado Transpacífico basan sus objeciones en la secretividad prevaleciente durante su formulación y al encumbramiento adjudicado a los intereses de las grandes empresas, en especial las farmacéuticas, a expensas de los poderes de la soberanía nacional, de los derechos de los trabajadores, de los ciudadanos y protección del medioambiente.
Se revelan instancias de proteccionismo disfrazados de nobles intenciones. Se cuestiona la sinceridad de sus propulsores porque a pesar de su proclamada defensa al medioambiente ni se menciona ni promueven medidas para combatir el calentamiento global en su articulado.
El economista Joseph E. Stiglitz ha denunciado el serio defecto oculto en el voluminoso Acuerdo Transpacífico denominado la provisión Inversionista-Estado de Resolución de Disputas. La misma otorga derecho al inversionista extranjero a demandar al gobierno de un país signatario si alguna ley, reglamentación o decisión pública de ordenamiento financiero, de protección ambiental o a los trabajadores y sobre normas sanitarias menoscaba su negocio o su derecho propietario.
Además cuestionan la exagerada confianza de triunfo del bloque formado por el TPP al competir comercialmente con el RCEP liderado por China. El enfoque convierte ambos procesos de integración en adversativos, en vez de cooperativos. Especialmente cuando hay varios países que son miembros en ambos bloques.
A pesar de los defectos señalados al TPP varios economistas favorecedores en principios de la integración económica multilateral, abogan por la remodelación y revisiones profundas al articulado del Tratado.
El presidente Trump ha optado por la eliminación total e inmediata del TPP. Su visión sobre el Acuerdo Transpacífico no se basa en ninguna de las concepciones favorecedoras ni opositoras. La decisión rotunda de Trump de retirar a los Estados Unidos del TPP es una demagógica de ostentación del cumplimento apremiante de una de sus promesas electorales. En su campaña, y ahora en su incumbencia, sostiene que los tratados multilaterales de integración económica gestionado por los gobiernos norteamericanos pasados han desplazado hacia el exterior las oportunidades de empleo e ingresos de los trabajadores norteamericanos. La renegociación de tratados económicos multilaterales para convertirlos en bilaterales le permite al presidente implantar su política nacionalista bajo la consigna “América Primero” y a su gobierno negociar ventajas mayores en tratados bilaterales. Desde su punto de vista ello implicaría la promoción de un mayor número de fábricas en Estados Unidos, protección de los trabajadores norteamericanos, mayores oportunidades de empleo y mejores salarios para aquellos.
La política económica internacional de Trump marca el abandono de la visión cosmopolita y de declarada solidaridad mundial ostentada por los gobiernos norteamericanos por décadas. Se retorna a la estrategia cínica y arrogante de usar el comercio exterior como un arma para imponer criterios y valores en la política internacional norteamericana.
El autor es catedrático jubilado del Departamento de Economía de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez.