Pararon porque sí, porque están hartas del sistema, porque quieren construir una nueva vida; construir un nuevo Puerto Rico en el que se sientan seguras, en el que tengan los mismos derechos –y salarios– que los hombres, en el que puedan caminar por la calle sin temor, en el que no se sientan juzgadas por amamantar, en el que puedan recibir un trato digno por parte del Estado, en el que puedan tener acceso a la salud, en el que puedan elegir. En el que sean felices.
Y también marcharon, exigieron, emplazaron, rememoraron, piquetearon, recomendaron y reclamaron los derechos que les corresponde a ellas, y a las que vienen.
Eran cientos de mujeres negras y blancas, ricas, pobres y trabajadoras, eran altas y bajas, gordas y flacas, algunas ateas y otras creyentes, casadas, divorciadas y solteras, lesbianas, trans y, también, heterosexuales; eran niñas, jóvenes, madres y abuelas, que pasadas las tres de la tarde del 8 de marzo se iban acomodando frente al Departamento del Trabajo, en Hato Rey, para marchar hacia la Milla de Oro en conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Bajo un sol candente, Gala Dalí Camacho cargaba un cartel que leía: “Ni sumisa ni devota. ¡Niña linda y loca!”. Tiene diez años y, quizás, ya sabe lo que es luchar. Mamá es madre soltera y quiere “hacerla consciente de que la igualdad entre géneros no se está dando” cuando, por ejemplo, se enfrenta a dificultades diarias porque no encuentra un trabajo en el que pueda llevar a su hija.
“El sistema me obliga a tener una condición de vida precaria”, lamentaba Adriana Santana, madre de Gala Dalí.
Mientras, Alfredo Bassat se alegraba “de ver gente nueva en la marcha”. Con la voz entrecortada confesaba: “Se me salen las lágrimas porque la lucha tiene continuidad”.
Antes de salir, Eva Prados, del Movimiento Amplio de Mujeres de Puerto Rico, especificaba que este año los mensajes serían unos en el que se demostraría que “juntas podemos construir otra vida”.
Desde el ámbito ambiental, Lucy Cruz, presidenta del G-8, organización que agrupa a las comunidades del Caño Martín Peña, realzaba a las mujeres que luchan –desde la comunidad– “por la justicia social y ambiental para mejorar las condiciones de salud, vivienda y educación”. Destacaba la imagen de la mujer en las luchas contra las cenizas de carbón en Guayama y Peñuelas, la incineradora de Arecibo, las minas de Adjuntas, las torres de comunicación en el barrio Mariana en Humacao y, por supuesto, el dragado del Caño Martín Peña.
“Luchamos para que, cuando nos levantemos, nuestras hijas e hijos no tengan que llegar a la escuela por las calles inundadas de aguas usadas. Luchamos para que, cuando llueva, no perdamos las pocas pertenencias. Luchamos para no enfermarnos porque cuando se seca el agua lo que queda contamina nuestros pulmones. Reconocemos que nosotras las mujeres somos la mayor fuerza del país. Sin nosotras, Puerto Rico no se hubiera levantado luego de Irma y María”, aseguraba.
Esas mujeres también luchaban por la educación en medio de un debate sobre la reforma del Departamento de Educación, dirigido por Julia Keleher, que busca crear escuelas charters; y una Universidad de Puerto Rico que aún busca cuadrar su presupuesto para los próximos años fiscales.
“En muchísimos momentos en los que el contexto sociopolítico y económico del país ha estado en crisis, hemos sido las estudiantes y las maestras las primeras en lanzarnos a la calle a luchar. Yo recuerdo que, en cada una de mis etapas escolares, eran las maestras las que sostenían las escuelas y eran las madres las que trabajaban sin remuneración. Keleher gana un montón, mientras las maestras –que nos han hecho las mujeres que somos– ganan una miseria y tienen que dejar el pellejo en las escuelas y en la calle para que nosotras podamos sobrevivir”, manifestaba Verónica Figueroa.
La exlíder estudiantil, quien junto a dos féminas más enfrentan un pleito judicial por el proceso de la huelga universitaria del año pasado, pedía luchar “para que el Estado detenga la criminalización en contra de quienes buscamos construir una vida digna”.
Entonces, comenzaron a marchar. Junto a ellas, decenas de hombres se unían a los reclamos, como Edwin Ocasio a quien su madre “le enseñó a luchar y a reconocer el valor y el trabajo de la mujer puertorriqueña”. Por eso caminaba con paso firme, en apoyo a la mujer trabajadora, pues fueron ellas quienes lo formaron como persona.
Coreaban por la avenida Luis Muñoz Rivera “Ni una menos, ni una menos, no vamos a aguantar. Nosotras las mujeres contra la austeridad”. Y hubo quien, caminando, pensó en las más de 30 mujeres desaparecidas en Puerto Rico, o en que cerca de dos millones de personas en el país –entre ellas mujeres y niñas– viven bajo el nivel de pobreza.
Antes de cruzar hacia la Milla de Oro, Tania Rosario, de Taller Salud, tomaba el micrófono para denunciar que el manejo de la emergencia por parte del gobierno tras los huracanes era uno de los “actos de violencia estatal más increíbles”. Definía el proceso como uno “irrespetuoso, poco sensible, lleno de ineptitud y mezquindad, además de innecesariamente cruel con muchas de nuestras mujeres. Tenemos un gobierno para el que nuestras vidas no son prioridad”.
Y es que apuntaba a que, a más de cinco meses de los temporales, todavía hay “cientos de familias viviendo bajo toldos, familias que cuando llueve duermen mojados, familias que no tienen luz”. Por esto, le exigía al gobierno que en las próximas 12 semanas produzca un plan de cómo se manejará la próxima temporada de huracanes, que –por increíble que parezca– ya se encuentra a la vuelta de la esquina.
“Este país no tenía un registro de enfermedades crónicas. No sabía cuántas mujeres iban a estar de parto, cuántas iban a necesitar cuidado prenatal. No sabía qué decirles a los pacientes de diálisis, a los de cáncer. No sabía qué decirles a las mujeres víctimas de violencia doméstica que tenían órdenes de protección activas. No se les ocurrió. No se les ocurrió que hay gente que, además de estar en una precariedad y vulnerabilidad –causada por nuestros gobiernos anteriores– tenemos vulnerabilidades adicionales: vivir en pobreza, vivir en violencia, vivir con enfermedades, eso multiplica la emergencia por tres”, resonaba por los altoparlantes.
Aquellas mujeres también paraban y exigían un Puerto Rico seguro en el que todas pudieran caminar libremente sin temor a ser víctimas de delitos, de la violencia de género y del machismo. Lo reclaman en medio de una ola de asesinatos que marca 140 en lo que va de año y un proceso judicial contra el exalcalde de Guaynabo, Héctor O’Neill, por denuncias de agresión sexual contra dos de sus empleadas.
“Paramos y construimos una nueva vida donde se cumplan y establezcan políticas claras de acoso sexual en el lugar de empleo. Exigimos que haya más agentes de unidades especializadas con los debidos adiestramientos para evitar la revictimización. Queremos políticas públicas de seguridad que erradiquen la violencia de las calles del país. Exigimos que cese de inmediato la militarización del país y la violación de nuestros derechos por parte de la Policía”, reclamaba Angélica Cruz, de la Coordinadora Paz para la Mujer.
Este año, Puerto Rico se unía a más de 40 países que conmemorarían a la mujer, a las trabajadoras y a todas aquellas que han luchado por los derechos de todas. Como aquel 1908 en Nueva York, cuando las trabajadoras textiles protestaron por una reducción de la jornada laboral y mejores salarios. Las pésimas condiciones laborales provocaron la muerte de sobre un centenar de trabajadoras en su lugar de trabajo el 25 de marzo de 1911, en la fábrica de Triangle Shirtwaist de Nueva York. Y el 8 de marzo de 1917, las trabajadoras de San Petersburgo se fueron a huelga y, uniéndose a otros movimientos, acabaron con la monarquía rusa.
Pero un siglo después, Emma Guallini, de nueve años, salía a “luchar por los derechos de las mujeres”. Mientras, Nuna Picardi, de diez, añadía que quería que las mujeres tuvieran “los mismos derechos que los hombres”. Ambas aguantaban su cartel que gritaba: “Ni más, ni menos, solo igualdad”.
Al llegar a la Milla de Oro, las recibía una docena de mujeres que repicaban los tambores y bailaban bomba. Por su parte, la Uniformada vigilaba atenta el perímetro. Allí, entre bancos que tramitaron bonos y aportaron a la deuda de Puerto Rico, Amarilis Pagán, del Proyecto Matria, demandaba que el gobierno invirtiera “donde las mujeres necesitan” y que “asuma responsabilidad por el 52% de su población”.
“Frente al poder económico, tenemos que anteponer la fuerza de nuestra dignidad como mujeres, de nuestras niñas que están en escuelas públicas, de las que viven al día de hoy sin agua y sin luz, y la de Nina Droz, que está siendo maltratada por el Estado. Esa gente no le teme tanto a los cristales rotos, como le teme a la fuerza de las mujeres cuando se organizan. Organizadas podemos romper mucho más que los cristales de la Milla de Oro. Organizadas podemos romper el sistema capitalista que nos oprime todos los días”, aseguraba Pagán.
Exigía, además, que los servicios esenciales sean operados por el Estado, que en contribuciones paguen los que más ganan, que se fomente la economía local, que se audite la deuda, que se elimine la Junta de Control Fiscal y que se derogue la reforma laboral.
“Sabemos lo que representa hacer malabares para llegar a un empleo y que te paguen el salario mínimo, que estés a tiempo parcial y que sigas siendo pobre; pobre y perseguida porque entonces viene la segunda acusación de que eres mala madre si vas a trabajar y dejas a tus hijos solos”, apuntaba.
Por cuestiones de la vida –y de la sociedad– hubo quien quiso llegar a la manifestación pero no pudo. Pagán las enaltecía. “A todas ellas las llevamos en el corazón. Y son mujeres que no están aquí porque, aunque quieran, es imposible dejar la familia, dejar el barrio, agenciarse transportación y cumplir con todas las cosas que les impone la precariedad del sistema”.
El día –que comenzó con manifestaciones en el Capitolio cuando mujeres intentaron llevar 150 reclamos y no fueron atendidas, que siguió con exigencias en el Tribunal Federal por la excarcelación de Nina Droz y continuó en el Departamento de Educación, reclamando a Keleher por las condiciones de trabajo de las maestras– culminaba con un agasajo cultural entre bomba, poesía y rap.
De salida, a las seis de la tarde, María Rivera Laborde, una mujer de 67 años y retirada, reiteraba: “Las mujeres somos las que vamos a levantar este país. Trabajamos en la casa, afuera, las retiradas también trabajamos. La mayoría de los profesores en la Universidad de Puerto Rico son profesoras. La mayoría de los estudiantes son mujeres. Si tú buscas en las casas, la que administra es la mujer. El problema es que la cúpula, los que mandan, son hombres y quieren decirnos lo que tenemos que hacer”.