Mercedes Sánchez de García se pone tensa cuando recuerda cómo su marido le impedía participar en la asociación de mujeres de Las Piedritas, en un distrito rural de la parte este de El Salvador.
“‘No va a ir’, me decía. ‘Usted tiene que cuidar a los niños. Para eso está aquí'”, le decía su esposo.
La asociación contaba con seis mujeres, ella incluida, que se organizaban a modo de cooperativa para producir y vender verduras. Pero el esposo de García no quería que ella trabajara fuera de casa o fuera económicamente independiente.
García y sus compañeras perseveraron en sus esfuerzos por encontrar un modo de escapar de la pobreza. Las Piedritas es una aldea de unas 70 familias, que se extiende por las fértiles laderas del volcán Chaparrastique.
“Antes de la reforma agraria, todas estas tierras pertenecían a una de las 14 familias más ricas del país”, explica Beraliz Argueta, trabajadora social de Ciudad Mujer, una iniciativa del gobierno salvadoreño en favor del empoderamiento de las féminas.
La propiedad de tierras sigue constituyendo un problema clave para el desarrollo rural en El Salvador, especialmente para las mujeres rurales.
En los últimos 40 años, se ha intentado revertir la distribución históricamente desigual de las tierras mediante varias reformas agrarias, pero los avances han sido lentos y las reformas se dirigieron principalmente a los hombres cabeza de familia.
Según el censo de 2007, las mujeres (52% de la población) solo representaban 11% de titulares de explotaciones agrícolas en El Salvador. De acuerdo con estadísticas nacionales, en 2014 un 38% de la población rural seguía viviendo en condiciones de pobreza.
García tenía 28 años y una hija de otro hombre cuando se casó con su marido, un jornalero, con el que tuvo dos hijos. Cocinaba tortillas en casa y las vendía para contribuir a los escasos ingresos familiares. Su vida dio un giro cuando, en una reunión sobre desarrollo de la aldea, Ciudad Mujer le ofreció la oportunidad de participar en la fundación de la asociación de mujeres. García estaba entusiasmada. Viajó a San Miguel una vez por semana durante cuatro meses con las demás integrantes de la asociación para participar en un curso sobre agricultura de Ciudad Mujer.
La cooperativa creada, denominada Mujeres en Acción, es uno de los 26 grupos de mujeres rurales de El Salvador que han recibido apoyo de ONU Mujeres, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y Ciudad Mujer con el fin de impulsar el espíritu empresarial de las mujeres.
Ciudad Mujer, la iniciativa gubernamental que impulsó la asociación de mujeres, ofrece un modelo único que reúne a 17 entidades gubernamentales en un solo lugar.
Esas entidades trabajan en pro del empoderamiento económico, la prevención de la violencia y el apoyo a sobrevivientes, además de proporcionar servicios de salud sexual y reproductiva y de cuidado infantil.
En San Miguel, en medio de arbustos floridos y árboles frutales, los grupos de mujeres se sientan y conversan en la sombra de los pasillos abiertos que conectan los distintos edificios de Ciudad Mujer.
En un país con elevados niveles de delincuencia e inseguridad (5.7 feminicidios por cada 100,000 mujeres, por ejemplo), Ciudad Mujer representa un refugio para las mujeres, donde pueden recibir servicios de calidad gratuitos. Los hombres tienen prohibida la entrada a las instalaciones.
“Para nosotras, el empoderamiento económico no es de dar dinero a las mujeres, sino herramientas para que puedan tomar sus propias decisiones”, aclara Miriam Bandes, especialista de Programas de ONU Mujeres en El Salvador. Y añade: “En el programa financiado por FIDA, muchas de las mujeres se acercaron a un centro de atención integral por primera vez”.
Entre estas se encuentra Iris Griselda Gómez, miembro de la asociación de mujeres, resume y quien describe su experiencia en Ciudad Mujer como un proceso de “elevación”.
Con la ayuda de abogados de Ciudad Mujer, Mujeres en Acción obtuvieron un comodato, un arrendamiento gratuito de varios años, para poder trabajar una parcela. Encontrar el terreno fue un logro importante ya que ninguna de las mujeres poseía tierras.
Mujeres en Acción también organizó el cuidado infantil para las integrantes de la cooperativa. “Les dije a las compañeras: ‘Yo no puedo venir a trabajar porque tengo a mis hijos”, recuerda Mercedes García. Las integrantes acordaron construir un pequeño local, con el apoyo de ONU Mujeres y el FIDA, donde pudieran jugar las niñas y los niños. Una de las mujeres se queda siempre cuidando mientras las demás trabajan.
Sin embargo, García tenía pendiente resolver la situación difícil con su esposo. Seguía amenazándola. “En Ciudad Mujer, me enseñaron a defender mis derechos”, afirma. El día que su marido pasó de la amenaza a la acción y la golpeó, Mercedes lo denunció en Ciudad Mujer y lo dejó para irse a vivir con su madre y su padre.
“Es más difícil que un agresor siga cometiendo actos agresivos contra una mujer que ha logrado ese nivel de desarrollo personal y colectivo que una mujer que sigue en el ámbito privado”, afirma Ana Ella Gómez, supervisora del Módulo de Autonomía Económica de la Secretaría de Inclusión Social.
García volvió con su esposo solo cuando este le demostró que estaba dispuesto a cambiar. “Ahora usted me va a dejar a asistir a las reuniones”, le dijo. “Si no, lo dejo definitivamente”.
Hoy en día, a veces su marido incluso ayuda en la parcela. “Estamos bastante bien”, dice contenta.
En la parcela y en el invernadero, las mujeres cultivan tomates, pimientos y berenjenas en cantidades suficientes para su propio consumo y la venta. Tienen muchas esperanzas puestas en la próxima cosecha y grandes sueños en cuanto a lo que harán con el dinero que consigan recaudar.
“Ahorraré para que mi hija pueda acabar la escuela secundaria e ir a la universidad, algo que yo no pude hacer”, dice la señora García.