Escuchar música es una experiencia sublime. Se puede recurrir a ella para el disfrute en vivo y ver cómo un idioma se despliega. Si bien para algunos esta es la concepción más orgánica de la música, para otros sencillamente apreciarla verdaderamente se suscita en la sala de su casa. En esta intimidad —mientras las bocinas exprimen melodías— se puede palpar los roces entre las notas, claves y acordes.
Para la cantante Andrea Cruz, la noche del sábado habría de fundir estas dos prácticas para presentar su álbum debut, “Tejido de Laurel”. En esta ocasión, la sala y el comedor de una casa en Caguas fue transformada en un ambiente cuasi zen con velas, cojines y alfombras. Las flores coloreaban el íntimo espacio que buscaría soltar —aunque fuese por un momento— la pejiguera provocada por el huracán María.
La intención de Andrea durante toda la noche fue bastante sencilla: tejer pieza por pieza todos los elementos que enarbolaron su producción discográfica. Con una banda de seis músicos —que incluyó a Francisco Marrero en la percusión, al bajista Fernando Rivera, Jomar Santana en el trombón, Luis Francisco en el saxofón y los guitarristas Rafa Rivera y Antony Granados— la cantante hizo más que hilar. Y aunque el estandarte del disco es la búsqueda de la sanación, aquí apostarían a embelesar a los presentes con los destellos musicales que engendraron el recién lanzado disco.
Y como si se tratara de un concierto esplendoroso, Andrea, junto a sus músicos, emergió de la terraza del hogar. Los cálidos aplausos no se hicieron esperar y la artista despegó el recorrido con el tema ‘Hilos’. La sutil y violenta voz de la cantante sería la protagonista de la velada. Sin embargo, los músicos que acompañaron a Andrea supieron acentuar su proeza.
Cuando tocó el turno del segundo tema ‘No Toquemos Tierra’, la tierna aparición de los vientos se entremezclaron a gusto y gana con la voz de Andrea. Desde ese momento los presentes se habían adentrado a una órbita mágica guiada por la música indie folk de la cantante.
Al llegar al tema ‘La Promesa’, Andrea simplemente rasgó la apacibilidad de la velada y enredó a los presentes con su voz que quedaban atónitos con cada interpretación.
La intimidad del evento también dio pie a que la interprete compartiera con el público las pinceladas que delinearon la producción discográfica. El equilibrio que esa noche tuvo Andrea con su músicos reveló el esfuerzo colaborativo que caracterizó la elaboración del disco.
Uno de los momentos más disfrutados del público se produjo cuando la también cantante Lizbeth Román se asomó por la cocina para interpretar el ‘Bolero Saltarín’. Lizbeth agarró su guitarra y junto a Andrea entrelazaron una fina colaboración digna de replicar. Tan pronto culminó el tema, la gritería se apoderó del espacio hogareño.
Andrea, entonces, obsequió a los presentes un composición reciente titulada ‘Échale sal’, que, según la cantante, fue gestada luego de la destrucción dejada por el huracán. Para esta interpretación, los músicos dejaron a un lado sus instrumentos y se posicionaron detrás de la intérprete para fungir como su “coro celestial”. Eterna enamorada de la naturaleza, Andrea volvió a invocarle para continuar con su travesía sanadora en el momento en que más lo necesitamos como sociedad.
A todas luces, los presentes parecían contenerse de cantar los temas del “Tejido de Laurel”, quizás por timidez debido a la peculiaridad del evento. Aunque en ocasiones se podía escuchar el susurro de algunos que durante las interpretaciones intentaban unirse al coreo y así exteriorizar el disfrute a plenitud.
Esa timidez, sin embargo, se difuminó al llegar a ‘Canción de Amargura’. De principio a fin, los seguidores del tejido decidieron cantar, corear y tararear.
Cerca de las nueve de la noche, la velada había culminado y varias cosas habían quedado claras entre los que allí se dieron cita. Resultó indiscutible que el arrope de Andrea Cruz con el “Tejido de Laurel” no necesitó de la fanfarria de un enorme escenario para irradiar. Demostró, en cambio, que la música es capaz de disfrutarse en cualquier punto y recoveco. Solo se necesita de personas que —al igual que Andrea Cruz— confíe en su capacidad sanadora.