Caía un aguacero de esos que parecen un insulto del cielo. Era el 25 de noviembre de 1981, el día más intenso de la huelga universitaria, el día de más macanazos y enfrentamientos entre civiles y policías. Myrna Casas estaba en el Departamento de Drama en el recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico. No encontraba a Victoria Espinosa, su amiga Vicky, por ninguna parte. Ese día supo que el teatrp es asunto de familia. “Había estado en las huelgas del 70 —en la del 76, en que yo era jefa del departamento— lidiando, como muchos profesores, defendiendo estudiantes; ésa era la labor de muchos de nosotros. Recuerdo esa cadena de manos que hicimos en el 81 para sacar a los estudiantes de la Universidad. Nuestros alumnos pasaban mucho tiempo con nosotros… las clases, los ensayos. Muchos salían tardísimo de la Universidad”, cuenta Casas, actriz, dramaturga, directora y productora. Habla desde otra silla directiva: la del Centro de Bellas Artes (CBA) Luis A. Ferré, puesto que ocupa desde principios de año. El escritorio ancho y largo le sienta bien, pues es alta, delgada, de extremidades largas y uno de esos cuellos que son, sencillamente, elegantes. Está bien flanqueada: a sus espaldas, un cuadro de arte pop enorme con el rostro de Barack Obama; a la derecha, un cuadro del santo patrón del teatro, San Ginés, y un par de cuadros más con algo de historia personal, regalos de gente querida; sobre su escritorio, el santito de su papá, el Niño de Praga, y uno foto del día de boda de sus padres. Su voz fuerte, imperativa, rompe el marasmo que provoca el curiosear en lo ajeno. No es la voz de una mujer de 75 años, aunque los tiene. Tampoco es la mirada de una mujer mayor, aunque lo es. Es uno de esos cuerpos que no hacen caso de los códigos de comportamiento de los años. Es un poco como los gatos, voluntariosamente sincero. No se pueden hacer alusiones felinas al hablar de Myrna Casas sin mencionar su relación con los gatos. Tiene más de 30 en su casa. A todos los conoce por nombre, y algunos tienen apellidos. Pero ella no encarna ese personaje en el que suele repararse. No es la mujer de los muchos gatos. Ellos son casi familia, compañeros que observa, estudia, escudriña, respeta y quiere. Sobre todo porque encuentra en el entendimiento de lo animal los códigos humanos más legítimos. Su primer gato se llamó Malabaro Humberto Marturano, un siamés que vivió 19 años con ella, desde que vivía en la Calle Luna en el Viejo San Juan, allá para el 1981. De niña no le dejaban tener gatos; ahora se desquita en su casa de Ocean Park, donde ha tenido que subir la reja porque la gente le deja gatos como si fuera un refugio. “Es un animal sincero, no oculta nada. No tiene nada de hipocresía. Todo es muy claro. Son sinceros. Si requieren sentarse en tu falda, lo hacen; si no quieren, no lo hacen. Yo los tomo como son, por eso hay que tomar a la gente como es. Dicen que son traicioneros y eso es mentira; son genuinos. Todos los animales son así. Y así se prepara uno para la vida”, narra sobre esos personajes que la rodean y que, ahora que pasa muchas horas fuera de casa, extraña. Hoy, que tiene 82 personas a su cargo en el CBA, no siente miedo de manejar un equipo de trabajo grande. Los observa, los reconoce. “Yo miro mucho a la gente porque siempre he trabajado con personajes y mandar no es fácil pero yo consulto mucho”, dice esta mujer que ha escrito de casi todo lo que ha vivido o… ¿será que ha vivido casi todo lo que ha escrito? Viene a la mente su pieza teatral Tres, que contiene un fragmento sobre la cultura de trabajo en Puerto Rico: la prisa por salir, las infinitas horas de espera y la absurda burocracia en las oficinas de servicios públicos. “Lamentablemente, muchas de esas obras siguen vigentes”, reflexiona sobre las múltiples puestas en escena que produjo bajo la Compañía de Teatro Cisne, que ha dirigido por más de 45 años, desde su fundación en el 1963, de la mano de Jossie Pérez y Gilda Navarra. Es curioso escuchar de una compañía teatral en el País que haya sido tan exitosa o que al menos haya durado tanto, tratándose de una industria que siempre ha vivido en crisis. De hecho, su posición como directora del CBA y productora la coloca en el centro del debate en torno a la Ley 108 de 1985, que concede descuentos en el precio de admisión a todo espectáculo, actividad cultural, artística, recreativa o deportiva que se celebre en instalaciones públicas. “Se puede separar un área como se tiene en Caguas para esas personas y sus descuentos porque eso afecta mucho al productor y, a la vez, a nosotros, al Centro de Bellas Artes, porque el productor no viene porque no hay ingreso. Nosotros tenemos ingresos propios que vienen de ahí, del estacionamiento”, opinó esta sanjuanera que vivió muchos años en Estados Unidos cuando hizo su doctorado en la Universidad de Nueva York. A su regreso comenzó a trabajar en las primeras ediciones del Festival de Teatro Puertorriqueño, espacio en el que estrenó Cristal roto en el tiempo en el 1960, la pieza que marca sus inicios como dramaturga, como artífice de la palabra para ser dicha en voz alta. Algunas de sus piezas más recordadas son: Debería haber obispas, La historia trágica de las plantas plásticas, Quitatetú, No todas lo tienen, Este país no existe, Al garete, Tres noches tropicales y una vida de infierno y El gran circo Eucraniano, entre tantas otras piezas premiadas y presentadas en el exterior. Entre tantos montajes y tantas experiencias de trabajo, Casas nunca ha visto la industria cultural florecer. “La cultura nunca ha tenido espacio, ni ha sido prioridad. Ha habido momentos brillantes y momentos ciegos. También adentro entre nosotros hay tantos quioscos. Si nos dejáramos de tanta diferencia política. Yo no soy una persona política y eso está muy claro y el señor Gobernador lo sabe pero no es fácil tú reprogramar un país”, dice con esa voz cándida de las maestras de pueblo quien anteriormente trabajó como asambleísta municipal de San Juan del 1996 al 2000 por esas mismas inquietudes. El panorama luce cuesta arriba y todo apunta a rehacer estructuras. Dice que es difícil. “Pero, ¿es posible?”, le preguntamos. “Para mí todo es posible”, lo dice con la certeza que tienen los artistas, esos capaces de crear mundos en donde lo imaginable es posible o al menos existe en otro plano. Para ver la edición de Diálogo en PDF haga click aquí
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