Un nuevo Puerto Rico es posible, pero no ese aludido como eslogan en la campaña política de quien hoy es el gobernador.
Es aquel que se ha forjado en las comunidades como respuesta a la inacción “de quienes tienen la responsabilidad de atender esta crisis. Y ese es el mensaje que les tengo: que los desastres no tienen que ser estas oportunidades para que los obscenamente ricos se vuelvan más ricos. También pueden ser lo contrario: tener el poder de despertar algo extraordinario en nosotros”. Lo extraordinario, implícito en esa oración, es la capacidad de resolver los problemas por nosotros mismos.
La cita anterior es de Naomi Klein, periodista y escritora canadiense que visitó ayer el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico para discutir cómo los eventos posteriores al asole de los huracanes Irma y María –los contratos a Whitefish Energy Holdings y Adjusters International, la ineficiencia en la respuesta estatal y federal, y la privatización de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE)– son ejemplos de eso que ha investigado por más de una década: el “capitalismo del desastre”.
Por “capitalismo del desastre” Klein se refiere a cómo individuos y compañías se lucran de eventos –ya sea una guerra o un golpe de Estado, una crisis económica o un desastre natural– que dejan un shock colectivo.
Pasó en Irak con la guerra en el 2003, pasó en Indonesia con el tsunami en el 2004, pasó en New Orleans con el huracán Katrina en el 2005, y hoy no es difícil ver la teoría ejecutarse en Puerto Rico, que ya tenía una crisis económica desde el 2006: los dos huracanes de septiembre desbarataron la infraestructura pública del país y revelaron un gobierno incapaz de resolver el desastre.
Justo ahí, en medio del desastre y la incapacidad –en medio del shock–, entran los terceros: empresas que, valiéndose de un estado de emergencia, evaden las leyes y reglamentaciones para “explotar la crisis, y de esa forma devorar la esfera pública y enriquecer a un grupo de personas”, planteó Klein.
“Estuve [en la isla] la misma semana que el gobernador [Ricardo Rosselló Nevares] anunció la privatización de un servicio que ahora más que nunca entendemos que es esencial: la electricidad. Pero decir que no hay otra opción que privatizar es cínico, es explotar el trauma y las necesidades de la gente cuando aún un 30% de la población no tiene electricidad. Aunque antes he sido testigo de varios ejemplos de capitalismos del desastre y los he documentado, nunca he visto algo tan cínico como justificar la privatización porque hay personas que no tienen electricidad”, expuso la escritora.
La pregunta en este punto sería cómo oponerse a ese cinismo “desnudo” –es decir, sin tapujos– que erosiona la esfera pública bajo el pretexto de resolver un desastre. La respuesta, para Klein, es que no basta con decir “no”.
“Las victorias no se logran solo con decirle no al capitalismo del desastre, decirle no a quienes se lucran de las crisis. Es importante decir no, no me malentiendan, pero estoy absolutamente convencida de que si no hay resistencia a estos intentos de privatización de la AEE, eso será tomado como una luz verde para ir después a privatizar el agua, la educación, las carreteras, los puertos, todo”, sumó.
Es en la resistencia, agregó Klein, donde residen nuestras oportunidades de un mejor mundo, porque la alternativa –el proyecto de desmantelamiento público iniciado en los 70, llamado neoliberalismo– no nos incluye.
Las comunidades, focos de alternativas y resistencias
Klein estuvo acompañada de cuatro puertorriqueñas que, en esencia, son ejemplos de cómo resistir al neoliberalismo: Elizabeth Yeampierre, abogada y miembro de la Climate Justice Alliance; Ruth Santiago, de la Iniciativa de Ecodesarrollo de Bahía de Jobos (Idebajo); Eva Prados, portavoz del Frente Ciudadano para la Auditoría de la Deuda; y Mariola Reyes, del colectivo Profesores Autoconvocados en Resistencia Solidaria (PAReS).
Para Yeampierre, que coordinó ayuda de la diáspora para comunidades locales, “Puerto Rico es un símbolo de la injusticia climática, y la devastación dejada tras María es la combinación de siglos de colonialismo, extracción y represión”.
La activista señaló que las comunidades tienen el derecho a ser autosustentables, incluyendo la capacidad de administrar la generación de su propia energía, porque solo así se garantiza que sea el interés común lo que se prioriza. Lo contrario ocurre bajo la lógica privada, donde el lucro –un interés individual– es el último fin.
La privatización, además, no asegura un mejor servicio, y la venta de activos de la AEE tampoco significará que quienes la compren generen energía más limpia o respeten el medioambiente, resumió Santiago, de la organización Idebajo.
“Es increíble pensar que Puerto Rico, a comienzos del siglo XXI, se hace de una planta de quema de carbón para generar energía. [Eso] es un retroceso total”, expuso. AES está en la isla desde el 2002, y logró establecerse a pesar de la oposición comunitaria.
“[AES] es un ejemplo de lo que son los intereses privados para todo Puerto Rico, de los estragos de esa compañía en la calidad de vida de las personas y el entorno general. Si hablamos de la venta de activos de la AEE, no tenemos garantía de que no se repita ese tipo de situación”, adujo Santiago.
La venta de los activos de la AEE y la privatización de la transmisión y distribución se dan en el marco del proceso de reestructuración de la deuda pública de $74,000 millones bajo el Título III de la ley federal Promesa. Se ha estimado que la AEE vale sobre $3,000 millones, pero debe más de $9,000 millones a sus acreedores.
Pero cómo se llegó a ese nivel de endeudamiento y quiénes son los responsables apenas se conoce. De ahí que Prados, del Frente Ciudadano por la Auditoría de la Deuda, resaltara la necesidad de cancelar el repago de la deuda, sujeto a una auditoría integral de la deuda pública –incluyendo esa de la AEE–.
Reestructurar la deuda sin cuestionar su legitimidad equivale a restar fondos para financiar servicios esenciales por sumarlos para repagar la deuda. Tal cuestionamiento, a juicio de Prados, debe ir más allá de las manifestaciones, e insertarse en el mismo proceso judicial. “El tribunal de quiebra es el espacio donde más potencial para influir tenemos”, dijo.
Pero en el ínterin, las comunidades tienen que continuar ejerciendo su soberanía, propuso Reyes, de PAReS.
“A través de los años, y ahora más palpable tras el paso de Irma y María, hemos redescubierto que no tenemos que esperar por nadie. En lo que llegaba la ayuda del gobierno o de allá afuera, nosotros y nosotras estábamos atendiéndonos los unos a los otros. Hemos redescubierto que podemos salvarnos y gestar formas alternas de producir lo que necesitamos para vivir. En lo que se resuelve el problema del estatus, nos hemos inventando países posibles, más justos y más democráticos”, expresó la profesora sin plaza.
“Estamos construyendo soberanías múltiples todo el tiempo, en todos los lugares, y son esas soberanías las que tenemos que entretejer. Los límites de la colonia están ahí, y van a seguir presentándose”, agregó.
Ejemplos de esa soberanía, mencionó Reyes, son las que trabajan el tema alimentario, como la Organización Boricuá, el proyecto agroecológico Finca El Josco Bravo y los huertos caseros; el tema energético, como Casa Pueblo en Adjuntas y Coquí Solar en Guayama; el tema de educación, cuando se rescatan escuelas; y el tema de lo político, cuando las comunidades se reúnen para discutir cómo resolver los problemas en común.
En fin, “si hay algo que he aprendido de mi tiempo en Puerto Rico es que los puertorriqueños hacen lo imposible todos los días”, sostuvo Klein, una afirmación de esperanza en medio de la precariedad.