Por: Zahaira J. Cruz Aponte
Era difícil escaparme del hogar en donde vivía. Todo el tiempo algunas mujeres de la religión me impedían salir. Había intentado huir antes. Me bañaba. Me arreglaba. Me vestía cómoda con un mahón y una camisa de manga larga. Preparaba un bulto pequeño con lo esencial, dejando una toalla rosada oscura para secarme luego del baño, pues no cabía en mi mochila liviana. En ese momento, aparecía una de las mujeres.
—¿Para dónde vas? — la mujer me sorprendía.
Inmediatamente, me dirigía a mi pequeña cama la cual era la parte inferior de una litera. Me enrollaba con la ropa que ya poseía. Las mujeres veían que solo dormía. Las mujeres solían estar en la puerta. Era poco posible escapar. Deseaba ser libre. Mi meta era salir de ese lugar. Ese día, hice como si fuera a dormir. Cuando era más tarde, intenté salir por la entrada rápidamente. Me alcanzaron.
—Quiero vacunarme, por favor—repliqué.
La vacuna era contra el COVID-19. Por primera vez, las mujeres admitieron mi salida.
—Si deseas vacunarte, entonces ve—accedieron.
Salí corriendo con una mochila pequeña en la espalda. ¡Necesitaba ir a un espacio en el cual tuviera libertad! En ese lugar no disponía ni era permitido actuar según mi voluntad. ¡Corría con toda la fuerza del mundo! Llegaría al aeropuerto. Luego, tomaría un vuelo a Colombia. Estaba decidido. Tomaría el control de mi vida. Corría con toda la libertad, corría sintiendo que era posible escapar… ¡Antes lo había intentado infructuosamente! ¡Por fin, por fin me iría!
De pronto, un hombre de una apariencia de unos treinta años, en buena condición física con aspecto saludable, una camisilla blanca, un hombre desconocido corrió detrás de mí. ¡El hombre me agarró!
—Por favor, ¡suéltame! —gritaba.
—¿Quién eres? ¡Por favor, déjame! — continuaba resistiéndome al ataque, mientras el hombre sin conocerme disponía de mi cuerpo.
—¡Suéltame, por Dios! —le insistía y forcejaba.
No me soltó…
Las mujeres necesitamos caminar en cualquier lugar sin miedo. Las mujeres necesitamos no ser secuestradas, vendidas, asesinadas… Las mujeres y todos merecemos respeto. Merecemos estar a salvo.
Aquel día, aquel hombre, acabó con mis sueños. Dispuso de mí como si yo fuera un objeto. Me hizo daño. Abusó de mí. No volví a respirar.
¿Merecía esto? La respuesta es no. Nadie lo merece. Creemos sociedades más seguras. Enseñemos a respetar las otras vidas y la propia. Déjenos caminar en paz. No nos maten, no nos secuestren. No nos violen. No nos hagan daño de ninguna forma. Ni una más, por favor.
La autora es estudiante de maestría en el Programa Graduado de Lingüística de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.*La historia narrada no está basada en hechos reales.