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Tras ser invitada al V Congreso de la Lengua Española, a celebrarse en Chile, no dudé en aceptar tan interesante encuentro académico. Viña del Mar fue mi nicho turístico reservado para tan oportuno encuentro con la realeza española, la ex gobernadora Sila María Calderón y con los eruditos en el campo de la Lingüística que arribarían desde diferentes partes del mundo. Una experiencia que sería novedosa y retante se convirtió en una vivencia poco ortodoxa. La naturaleza nos estremeció con la sorpresiva fuerza de un terremoto. Muchos retornaron, cual cohetes de la NASA, a sus respectivos países; a otros, nos tocó permanecer en el país, oportunidad que tuvimos para conocer realmente lo que aconteció. La prensa local y no local se dedicó en los primeros días a fomentar el miedo y a dar por sentado que Chile estaba totalmente destruido, alarma circulada en los rotativos de muchos países. Los que allí estuvimos durante más de una semana -entre réplica y réplica- constatamos que el país goza de una infraestructura muy sólida y que el “estremezón” afectó solamente a algunas zonas. Más que el terremoto, el tsunami fue la causa principal de estragos en la región 6, 7 y 8 del país y aún la culpa de la “NO ALERTA” se la pasaban de agencia gubernamental en agencia, cual el juego de la papa caliente. No todo fue oscuro: Santiago, Viña del Mar, Valparaíso -al igual que casi todas las ciudades- están casi intactas. Estuve allí y las presencié. La Presidenta saliente, Michelle Bachelet y el Presidente electo, Sebastián Piñeira, enlazaron sus luchas para trabajar por Chile. La ayuda de la comunidad internacional y la ONU aportaron a que la causa humana quedase fuera de toda postura o mirada diferente. Era impresionante y motivo de regocijo la llegada todo tipo de abastos para los damnificados desde países hermanos; lejanos o cercanos, hispanohablantes o no hispanohablantes. Fue el pueblo quien comenzó a entretener al pueblo con exposiciones artísticas y entretenimientos de manera gratuita tanto en las calles, semáforos y lugares turísticos del país. Sus banderas izadas sobre los edificios y residencias eran demostración de adhesión, respaldo, y solidaridad. El pueblo edificaba al pueblo. Por su parte, los noticiarios cambiaron su perspectiva y con un tono alentador y lleno de esperanza se esforzaron por levantar a su amado Chile. Esta no fue la mirada de la prensa internacional y de algunos escritores locales: no todo fue dolores, ni cristales rotos. No sabría que esa gran lección de la natura me llenaría de sabios conocimientos humanos. Me di cuenta del valor inmensurable del gran regalo de la vida en cada detalle que aludía al recuerdo de mi hija y de mi hermosa familia. Conocí la grandeza de las personas de esa nación del mundo; Roxana, Elsa y Guillermo me acogieron en su país y me adoptaron por unos días. En compañía de mis colegas de UPR e Inter Metro; Carmen, Lianny e Hilda. Transformé la vivencia -casi traumática, al inicio- y comencé a disfrutar de los encantos de esa tierra, de su gente amorosa y desprendida. Compartí el dolor de mis hermanos chilenos. Lloré y reí con ellos. Hoy, reafirmo que sí volvería a Chile, y entonaría los versos de Violeta Parra y los cantaría con más ímpetu: Gracias a la vida que me ha dado tanto… *La autora es Catedrática Auxiliar en la UPRH