“Esas son las invisibles;
por milagro aparecen, muy de vez en cuando,
escarbando mucho”.
–Eduardo Galeano, Patas arriba
A lo largo de la historia, las mujeres han sido relegadas a un segundo plano en diversos foros. Los más voluminosos libros de texto han decidido ignorar los trazos que relatan triunfos femeninos, privilegiando en cambio la óptica masculina. La sociedad, consecuentemente, ha mantenido a la mujer bajo el cautiverio de roles y estereotipos socioculturales que la menosprecian frente al hombre
La música no ha estado al margen de este entramado. Dichos roles han transmutado a los espacios musicales, determinando, por ejemplo, cuál de todos los instrumentos la mujer tiene aceptado interpretar. Uno de los tantos géneros musicales donde se ha replicado este paradigma machista es el jazz.
El jazz es un género que, de entrada, evoca ideas preconcebidas. La más común –y una que Sebastian Wilder, el personaje de la película La La Land, intentaba deshacer– es que el jazz constituye una música de fondo y simplemente instrumental. Como esa, y más a tono con lo que nos concierne aquí, es que existe una idea preconcebida, en parte por el peso de la historia, de que solo los hombres interpretan instrumentos jazzísticos. Si hay una mujer en el escenario es porque figura como la cantante o bailarina.
Una de las primeras mujeres que Puerto Rico presenció tocando un instrumento en el jazz fue la pianista Amuni Nacer. Asimismo, el periodista y crítico de jazz Rafael Vega Curry identificó a las cantantes Lucy Fabery y Ruth Fernández como las pioneras del jazz femenino local. Sin embargo, Nacer sentó el precedente de canalizar sus emociones por medio de un instrumento, una de las características del género musical.
Puerto Rico ha estado presente desde los inicios de este género musical. De acuerdo con Vega Curry, antes de obsequiarnos Preciosa, el compositor Rafael Hernández fue de los primeros puertorriqueños en incursionar en el jazz durante la Primera Guerra Mundial con la Orchestra Europe de James Reese Europe. Más adelante, el trombonista Juan Tizol escribió dos de los temas más famosos en el jazz: Caravan y Perdido. Al igual que Tizol, el pianista Rogelio ‘Ram’ Ramírez esculpió su legado en el jazz con la composición Lover Man.
En Estados Unidos la historia fue similar. Mujeres como Mary Lou Williams (pianista y compositora), Melba Liston (trombonista), Peggy Gilbert (saxofonista) y Alice Coltrane (pianista) realizaron inmensas contribuciones al género, pero siempre ocultas detrás de figuras como Dizzy Gillespie, John Coltrane, Charlie Parker, Duke Ellington y Miles Davis.
¿Escasez o invisibilidad?
Entonces, ¿dónde están esas mujeres que tocaban batería, trombón o trompeta?
Para Vega Curry es importante resaltar dos aspectos sobre esa escasez o invisibilidad. Primero, “históricamente el jazz siempre ha sido un género dominado por hombres y hasta pudiéramos decir que machista. En el jazz yo creo que operan los mismos prejuicios y las mismas negatividades hacia la mujer que hay en el mundo laboral”, teorizó.
Como segundo punto, el también periodista adujo que las circunstancias sociales de antaño –que no permitían el desarrollo de la mujer y que las relegaba a un segundo plan– abonó a la ausencia de una figura femenina al nivel de un Dizzy Gillespie o Charlie Parker.
Por otra parte, la antropóloga Bárbara Abadía Rexach entiende que “la música muchas veces es un reflejo de la sociedad en términos de las letras. Hay muchos géneros que siguen siendo bien misóginos no solo en las letras, sino en los roles que se establecen”. Un ejemplo de esto, indicó, es la asociación de ciertos instrumentos con los hombres.
Para la profesora de la Universidad de Puerto Rico, los patrones que se pueden percibir a nivel social se repiten en el escenario de la música. “Los nenes tocan el saxofón, pero la nena no se supone que toque ese tipo instrumento. Entonces vemos como hay instrumentos que se asocian con una femineidad o masculinidad. Yo creo que eso son también construcciones que se hacen y que la gente no nace con eso. Es algo que socialmente se va aprendiendo”, sostuvo.
Es precisamente estos paradigmas los que se llaman a quebrantar. Para Vega Curry, una mujer puede tocar los mismos instrumentos que un hombre de igual o mejor forma. Sin embargo, nuestra sociedad ha decidido cuáles instrumentos están al alcance de una mujer y cuáles no.
Para Abadía Rexach estos discursos y constructos aún permean cuando se dice que las mujeres no poseen capacidades para realizar ciertas cosas. Para la antropóloga estas diferencias “no implican que no se pueda desarrollar esa capacidad para tocar un saxofón o una trompeta, pero son discursos que se van repitiendo y en la medida en que no vemos mujeres haciéndolo, damos por sentado que no lo podemos hacer”.
Y es que en los espacios donde se expone el jazz se pueden escuchar comentarios no tan sutiles sobre las capacidades y destrezas de las mujeres ejecutando ese género. Suponga que sale a deleitarse con una velada de jazz, ya sea en la barra El Boricua en Río Piedras o en el local La Junta en la calle Loíza. Ahora imagine que ve a una mujer poniendo sus pulmones a la disposición de una trompeta o de un saxofón, o repicando incansablemente los tambores de una batería.
“Todavía es bien común escuchar a alguien diciendo ‘adiós mira esa muchacha tocando ese saxofón, ¿ella tendrá pulmones para eso?’ Es bien común”, lamentó Vega Curry.
La pianista Alexandra Rivera, de la agrupación de jazz Émina, está consciente de esas diferencias biológicas entre una mujer y un hombre, pero tiene la solución para finalizar este primer debate. “Todas las mujeres tenemos un torbellino de emociones. Imagínate canalizar eso en música”, soltó.
Sigue la serie Ellas en el Jazz.
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