La temática del contraste entre el capitalismo neoliberal, donde se dice que dominan las fuerzas del mercado, y el capitalismo regulado, donde opera un estado intervencionista y del bienestar, es una que mueve las mentes de muchos al tratar de comprender las operaciones del sistema socioeconómico capitalista. Al final todas estas reflexiones, en especial las más recientes, buscan, no sólo distinguir entre ambos modelos, sino plantear la posibilidad de que uno o el otro sean el correcto para salir del atolladero en que se encuentra la economía global.
En esta línea, Luciano Sáliche publica un escrito (¿Intervenir of Liberar?, publicado en Revista Alrededores y que Diálogo compartió el 12 de agosto de 2011) donde traza los contornos para adjudicar superioridad entre los modelos de neoliberalismo e intervencionismo. Comienza por reconocer una división entre lo económico y lo político donde “[a] grandes rasgos podríamos decir que la economía estudia los recursos escasos, y la política las relaciones de poder que se generan a partir de su distribución”. Ya de salida el autor, quien se supone nos va a guiar por lo senderos de la economía política y la política económica, muestra lo que si comparte con ambos modelos.
Y es que si bien Sáliche menciona que “inevitablemente … cuando hablamos de economía política tenemos en cuenta la división de clases”, su división y definición de lo económico y lo político borran de un plumazo el reconocimiento de clase dentro de las operaciones del capitalismo. Primero, porque se define a la economía como producción y distribución en general (de ahí su apelación a la escasez de los recursos) y segundo, porque remite las relaciones de poder-lo político- al momento de distribución.
El intercambio desigual- entiéndase explotación- que se dá detrás de los portones del negocio que produce productos y servicios dentro del modo de producción capitalista queda nuevamente oculto con el punto de partida del análisis de la distribución. Y es que Sáliche, al partir de su enfoque con los posibles andamiajes de distribución reflejados en los modelos intervencionistas y neoliberal, sigue a la perfección el guión escrito desde los 1870 donde el proceso de producción, junto a la opresión y explotación que se dentro del mismo, debe ser puesto, en el mejor de los casos, al margen.
El fenómeno real de la explotación, donde los trabajadores reciben menos valor que el valor de lo que producen, ha quedado con la crisis más al desnudo que nunca. La prensa financiera misma, como el Financial Times y Wall Street Journal, ha cubierto como, ante el miedo de ser despedidos, los trabajadores que todavía tienen empleo producen más por hora mientras aceptan un sueldo constante. Esta caracterización aplica no sólo a la crisis que comenzó en 2007 y nos arropa desde 2008 sino a todo el periodo neoliberal. Desde mediados de los años 1970, en la mayor parte de los países industrializados, lo que los trabajadores producen por hora ha ido en aumento mientras que sus salarios han estado estancados.
Ahora bien, Sáliche posiblemente apelaría al momento del “estado intervencionista” y la “Edad Dorada del Capitalismo” del periodo de la post-guerra para mencionarnos cómo esa disparidad entre salarios y productividad fue controlada (por ejemplo, en la etapa post-guerra, en los Estados Unidos los salarios eran ajustados, no sólo a la inflación, sino a la productividad) y cómo eso es evidencia de la importancia del sector público y el estado “que pertenece a todos los individuos de dicha sociedad” y que “a principios de 1960 ya posee un rol más democrático que décadas y siglos atrás”. Este argumento basado en concepciones de una democracia pasiva (liberal), donde los que son afectados por decisiones no toman parte de manera activa en el proceso de la toma de decisiones mismas, no brega con el planteamiento de que los que producen no tienen ningún decir sobre qué se va a hacer con lo que se obtiene (la ganancia) través de la venta del producto de sus trabajos que legalmente no les pertenece. ¡Vaya democracia!
Eso sí, hay que reconocer que el planteamiento de Sáliche de que “estos dos modelos [no son] como blanco y negro”, es uno certero. De la misma manera que modelos de planificación central utilizaron las instituciones del mercado y la propiedad privada (el caso de la URSS inmediatamente luego de la revolución y la guerra civil es ejemplar) y que el capitalismo neoliberal intervino en los mercados (en la década de los 80, en Inglaterra y Estados Unidos hubo mucha intervención de parte del estado en los mercados oculta bajo mucha retórica neoliberal). Por otro lado, el autor no sigue su planteamiento cuando repite el cuento de que “el modelo del libre mercado se remonta a la aparición del capitalismo”.
Esta perspectiva sólo es real en los manuales de economía que no reconocen que el surgimiento y desarrollo del capitalismo industrial, especialmente en Inglaterra, estuvo anclado en proteccionismo y subsidios para las empresas domésticas, y en intervenciones militares para abrir nuevos mercados en el exterior. Por eso suena contradictoria la actitud de los “malos samaritanos”, como los identifica el economista Ha Joon Chang, de los países “desarrollados” con los “no-desarrollados”, al estos primeros decir que para llegar al nivel de desarrollo que ellos tienen, los no-desarrollados deben seguir políticas económicas contrarias a las que ellos mismos aplicaron. En otras palabras, se les dice que tienen que liberalizar los mercados, aunque cuando ellos mismos pusieron todo tipo de trabas a la operación de los mercados libres y competitivos.
En fin, la oposición entre mercados libres y un estado intervencionista es una que contribuye a oscurecer cómo es que opera el capitalismo. Como dijo Karl Marx en uno de sus borradores para El Capital, cuando en problemas, el capital utiliza al estado como muletas y una vez reaviva sus dinámicas las hecha a un lado.
Es por eso que hablar de un “capitalismo democrático” que “esté en un equilibrio entre los capitales privados y públicos” como hace Sáliche, es caer en el juego de la oscilación ideológica donde, cuando en crisis, un tipo de capitalismo se transforma en el otro y así sucesivamente, hecho que la historia puede confirmar. Al final, en cualquier versión del capitalismo, sea público o privado, los intereses de las masas están subsumidos al capital. Es por eso que la solución hay que buscarla fuera del sistema, por lo que la solución a la presente crisis, más que económica, es política.
El autor es Candidato al PhD e Instructor de la Universidad de Massachusetts en Amherst. Tambien forma parte del colectivo http://losexpatriados.