A las afueras de un modesto coliseo en Jacksonville, Florida, miles de personas, entre ellos numerosos baby boomers, lucían sus camisetas de los cuatro fantásticos de Liverpool, de Wings o con su porte hippie como testigos de la contracultura. Estaban listos. Desde el más chico, de la generación del nuevo milenio, hasta el de mayor edad, que vio a los Beatles tocar en el desaparecido Gator Bowl Stadium de esa ciudad en 1964, todos tenían una sonrisa dibujada; unos con nostalgia, y otros con evidente regocijo. Todos tenían una cita en común: una cita que prometía llevarlos en un Magical Mystery Tour; una cita con el beatle, el wing y el compositor más exitoso de todos los tiempos; una velada con Sir Paul McCartney.
Afuera del precinto, cerveza en mano, iban entrando puntuales los fanáticos. Muchos portaban pancartas con mensajes como: “Fuiste mi primer amor”, “Fírmame mi espalda, será solo un tatuaje”, “Esta es mi vez número 96 viéndote”, “Te vi en 1964” y unos simples, pero genuinos, “Te amo”. Adentro, la temperatura no era distinta a la de afuera. Esa brisa del otoño norteño de la Florida se colaba por los ventiladores.
Un escenario enorme, con tres pantallas -una de fondo y dos laterales-, todo un equipo muy sofisticado de luces y tecnología, y una música de fondo que iba desde Buddy Holly a lo más nuevo de Macca, como le apodan sus fanáticos, iban creando un ambiente prometedor para la noche.
Cuando el reloj marcó las 8:10 p.m en las pantallas laterales comenzó un despliegue de imágenes de McCartney desde niño hasta el presente. Fue un despliegue lleno de arte, historia y música; desde la versión inglesa de Bésame Mucho, a los covers de canciones emblemáticas como: And I Love Her, Revolution, Get Back y Sun King. Fueron muchos los que se levantaron de sus asientos y comenzaron a bailar, cantar y aplaudir.
El volumen incrementó al son del final de la insigne canción The End, mientras en las pantallas se dibujaba, mágicamente, el bajo marca Hofner del ídolo de masas. Las luces se apagaron y cinco segundos más tarde se encendieron para iluminar al legendario músico.
No quedó un asiento vacío, no había ni un alma sentada. Todos le dieron la bienvenida a McCartney que, sin mediar palabras, levantó sus manos, sonrió y junto a sus cuatro músicos comenzó con Magical Mystery Tour. Entre tanto, la gente cantaba a todo pulmón, las parejas se miraban a los ojos y los niños miraban con asombro.
En las pantallas se proyectaban fotos de un McCartney joven junto a sus amigos, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr. Eran imágenes que avivaban la nostalgia. Habían rostros llorosos y de euforia, una amalgama de sentimientos y una avalancha de historias detrás de cada canción. “Solo basta con observar su mirada”, diría el legendario Tony Bennett, “toda su historia se refleja en su mirada”.
Clásico tras clásico, McCartney mantuvo la audiencia en su bolsillo. All my loving, Listen To What The Man Said, Let Me Roll It y Paperback Writer, son algunos de los números iniciales que presentó. Lució una chaqueta crema, con camisa blanca, mientras que Rusty Anderson, Brian Ray, Paul “Wix” Wickens y Abraham Laboriel Jr., sus músicos, lucieron ropa negra. McCartney se desprendió de su chaqueta, y con su galante sentido de humor dijo: “Este será el único cambio de vestuario de la noche”.
Luego, con la ensordecedora gritería de la audiencia, el músico fue hacia el piano, un Steinway color negro. El ambiente se tornó romántico, mientras se oía My Valentine, canción que dedicó a su actual esposa, Nancy Shevell. Le siguió The Long and Winding Road del álbum Let It Be. Las caras nostálgicas y las miradas profundas abundaron. Luego, dedicó la canción Maybe I’m Amazed -emblemática de su carrera como solista- a su primera esposa Linda, la madre de sus hijos. Los 14,000 fanáticos la disfrutaron con brazos al aire y cantando. Mientras tanto, en pantalla se proyectaban, fotos y vídeos de McCartney con su familia en los años 70.
Pero la nostalgia no acabó ahí. Con guitarra acústica en mano hizo un tributo a su fenecido amigo, John. La audiencia aplaudió y exclamó cuando sonó la canción Here Today al tiempo que McCartney se elevó en una plataforma. Solo él y su guitarra. Su voz entrecortada se hizo eco en el coliseo. Su letra y potente melodía hicieron brotar lágrimas. Los aplausos fueron insistentes.
Luego, de su nuevo álbum sonaron New y Queenie Eye con más impresionantes imágenes que subieron los ánimos. La audiencia no dejó de cantar y bailar. Con su voz inquebrantable, a sus 72 años, el músico británico pareció haber hallado la mítica fuente de la juventud que buscaba Juan Ponce de León en el siglo 16 en la Florida.
McCartney hizo una parada en el año 1967, fecha del emblemático álbum Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Con el Hofner a la mano otra vez, rinde otro tributo a John con Being for the Benefit of Mr. Kite, canción que marcó sus años de experimentación. La audiencia deliró.
El también caballero de la realeza británica tomó un ukulele y contó una anécdota sobre su amigo, George Harrison. Something entonó en los acordes del ukulele, mientras varias imágenes de él y George se proyectaban.
“¿Qué más queda por presentar?”, preguntaron muchos. De inmediato McCartney brindó la respuesta: Band On the Run. Y las manos de miles de fanáticos se unieron para formar las alas, esas alas que son un símbolo de la música y del legado de una leyenda viviente.
El famoso ex integrante de los Beatles regresó al piano. Sin más ni menos, se escucharon los acordes de Let It Be. La audiencia los reconoció al instante. Cantaron todos al unísono, la canción sobre el sueño que tuvo un joven McCartney con su fenecida, Mother Mary. Encendedores, celulares y luces de todo tipo brillaron en todos los rincones. La ovación no se hizo esperar. Pero McCartney aún no había acabado. Live and Let Die, un clásico de Wings le siguió con unas abrumadoras y calurosas explosiones, y esplendorosos efectos de pirotecnia.
La velada fue, en efecto, todo un delirio. Así, con un espacio repleto de humo, McCartney puso a cantar al público con el emblemático coro de “Hey Jude”; un tema que ha trascendido las barreras del tiempo y las generaciones como todo su vastísimo repertorio. La audiencia se convirtió así en un coro al estilo mormón de Salt Lake City, Utah; un coro afinado, en 4.40 hercios.
El ídolo, se despidió -falsamente- de su público, y regresó con más artillería pesada musical. Day Tripper;Hi, Hi, Hi y I Saw Her Standing There parecerían ser sus últimos números, pero no. Regresó para interpretar Yesterday, la canción que más covers tiene en la historia de la música según Guinness, y las lágrimas volvieron a estremecer a muchos. Helter Skelter fue la próxima pieza de puro rock; canción insigne del punk rock y metal. Finalmente se despide con el medley de Abbey Road, Golden Slumbers, Carry That Weight y The End. Euforia y más euforia.
La gente salió contenta mientras el confeti caía. Fueron testigos de otra noche mágica… Tres horas con McCartney interpretando 39 canciones se fueron como un Hello, Goodbye.