La música puede tener gran impacto en el proceso de crecimiento y socialización de una persona. A través de las letras de las canciones se puede plasmar la realidad del mundo, denunciar o señalar un problema, pero también se puede perpetuar los estereotipos, la violencia y la opresión que por tanto tiempo se han querido erradicar.
Los géneros musicales como el trap y el reggaeton han desatado debates y críticas por el contenido sexista y opresivo de sus versos, pero a su vez han servido de plataforma a mujeres que han decidido empoderarse y reclamar su espacio dentro de este tipo de música. También son géneros musicales con discursos sobre la imagen de lo que es la “buena vida”, la cultura del “maleanteo”, el placer femeninoy la agresividad, entre otros.
En ambos casos (trap y reggaeton) se ha objetificado a la mujer, viéndola como símbolo sexual que tiene como único propósito darle placer al hombre. Igualmente se han reforzado muchos estereotipos, roles de género y elementos del patriarcado, que asimismo se van transmitiendo y aprendiendo a través del círculo de socialización. Esto puede guardar relación con las identidades sociales que nos predisponen a la desigualdad de roles en el dinámico sistema de opresión del que habla Bobby Haro en The Cycle of Socialization. Por ejemplo, en muchas de las canciones, las mujeres son dominadas por el hombre, teniendo ellas el rol y deber de complacer a la figura masculina.
Con la transmisión constante de este tipo de letra, se va “normalizando” este tipo de pensamiento. Viviana K. Ramírez en El concepto de mujer en el reggaeton: Análisis lingüístico establece que a pesar de que cada individuo tiene un pensamiento independiente, las ideologías que son compartidas por muchos miembros de la sociedad tienden a convertirse en algo “normal”. Es por eso que estos discursos se han vuelto parte de lo cotidiano, las personas lo ven como la norma y dejan de cuestionarse.
Ramírez, en el mismo artículo, añade: “Podríamos decir que el reggaeton es una forma de transmisión de ideologías compartidas por muchas personas, que aunque no conforman un grupo como tal, hacen parte del grupo de personas que se identifican con el género y a partir de las canciones se difunden y refuerzan valores sociales que discriminan a un sector de la sociedad, en este caso, a las mujeres”.
Toda esa información que escuchan o leen se almacena en la memoria de los individuos y así continúa transmitiéndose de generación en generación según las personas van pasando por las etapas del ciclo, específicamente en la socialización cultural e institucional donde cada individuo comienza a ser bombardeado de mensajes. Tal como argumenta Bobby Haro en su capítulo The Cycle of Socialization en el texto Readings for diversity and Social Justice: An Anthology on Racism, Antisemitism, Sexism, Heterosexism, Ableism and Classism: “We are brainwashed by our culture: media, language, patterns of thought, holiday and song lyrics.”
Otra perspectiva de esta problemática es la idea de que si te denominas feminista no puedes escuchar esta música porque con eso estás aportando al sistema patriarcal y opresivo que fomentan muchas de estas canciones. Dentro de la ideología feminista se plantea la importancia del empoderamiento y el ser dueña de tu propio cuerpo, tomando tus propias decisiones.
En Si no puedo perrear, no es mi revolución, Mari Kazetari dice que escuchar reggaeton y bailarlo le da poder sobre su propio cuerpo y es una manera de romper con la noción de que el cuerpo de la mujer debe ser privado, además de poder tomar la decisión de darle control a tu pareja de baile sobre ti porque así lo decidiste.
“Me gusta [perrear] me sienta bien romper con esa noción del cuerpo como un ente fortificado. El reggaeton es un espacio consensuado en el que pongo mi cuerpo a disposición total de la pareja de baile [a menuda desconocida]”, afirma Kazetari.
Me considero una mujer feminista, me gusta, disfruto y bailo este tipo de música, estando consciente del discurso que presenta. El hecho de tener un gusto por estos géneros no significa que sea menos feminista, lo importante es estar consciente de la problemática que traen con ellas y no continuar perpetuando conductas machistas, sino agarrar el discurso y cuestionar el sistema. Este proceso es parte del ciclo de socialización, donde después del resultado, cada individuo decide entre dos caminos: el cambio que dirige a la liberación o la continuación del ciclo.
Cuestionar el sistema va en camino a la liberación, “something make us begin to think, to challenge, to question the system. We begin to see that something is wrong with this picture,” según expone Haro en The Cycle of Socialization. Dentro del cuestionamiento al sistema, deberíamos buscar la manera de intercambiar roles dentro de los discursos de estos géneros. Como dice Kazetari, por ejemplo, se podría potenciar un reggaeton diverso.
El problema estriba en que cuando las mujeres deciden empoderarse, cantar reggaeton y unirse al género, muchas veces no rompen con el discurso, sino que continúan con los estereotipos y la misma conversación, solo que con voz de mujer. Al mismo tiempo, el solo hecho de lograr entrar en un “espacio de hombres” tiene un impacto importante. También desata críticas por el simple hecho de ser mujer, de querer expresar que nosotras también disfrutamos del sexo, que somos dueñas de nuestro propio cuerpo y de las decisiones que tomamos sobre él.
¿Por qué desata un escándalo el que Becky G. afirme “me gustan más grandes, que no me quepa en la boca” pero se reacciona con indiferencia cuando Bryant Myers dice “déjame ver como te lo explico, me gusta abrirte las piernas y lamberte ese crico?” Los dos expresan lo que quieren, lo que les gusta (sacando a un lado la vulgaridad), pero según la sociedad -machista, patriarcal, y donde influye mucho la religión- es mejor que la mujer esté en su casa, callada, atendiendo a los hijos y al marido que perreando, cantando reggaeton, trepada en una barra diciendo como le gustan los penes. Demasiada revolución.
Aún así, siendo parte de estos géneros las mujeres tienen la oportunidad de expresar sus propios deseos, dirigir la conversación sobre lo que quieren. Por ejemplo, Zowie, una mujer de 23 años, en Cómo combatir el machismo haciendo trap y reggaeton, dice que esa mezcla de electrónica y rap la hace sentir poderosa: “Lo que me atrae del trap es la forma de contar las cosas, todo muy crudo y provocador, vacilando constantemente, hablando de cosas feas: de putas, de droga y de dinero… es una forma de sentirme poderosa, aun no teniendo nada”.
Dentro de crear una conversación en estos géneros, está el elemento de relatar una realidad que no es la tuya. Por ejemplo, muchos de los artistas hablan de la vida en los residenciales, la marginación, las drogas, y las armas pero muchos nunca han vivido esa vida y el problema está en apropiarse de un discurso ajeno y caer en marginar esos espacios. Jorgelina Torres, argentina de 25 años, decidió hacer reggaeton y no trap -“para qué voy a hacer trap, hablando de calle y de drogas, si yo no he vivido eso en mi vida”-, con el propósito de hacer música para bailar.
Para estar dentro de esta industria, creo que es necesario estar consciente de lo que quieres expresar. El reggaeton y el trap además de ser objeto de crítica por sus discursos machistas, ha sido gran influencia en la creación y visión del “maleanteo”, que la mayoría del tiempo incluye sexo, drogas, armas y alcohol. Crea una falsa expectativa de lo que es “la buena vida”. “ChinaTown contigo, Louis Vuitton conmigo…”, la constante mención de las marcas, los viajes y todo lo que haga que seas parte de una alta clase social. La idealización de esta vida confunde el performance y la realidad y tiene un impacto en el comportamiento de los y las jóvenes que escuchan la música.
El reggaeton y el trap son géneros musicales como cualquier otro, con un ritmo y discurso particular, pero en muchísimos otros también hay letras machistas aunque no son muchos los cuestionamientos hacia los demás artistas por los mismos estereotipos que arropan a los y las cantantes de estos dos géneros. Ser cantante de reggaeton o trap, muchas veces, es visto como sinónimo de delincuencia, lo que empeora el discurso y dificulta cualquier intento de la mujer de cambiar el tema.
El reto está en atreverse a cuestionar el sistema y hacer que las personas que escuchan reggaeton y/o trap lo escuchen con consciencia e intención de cuestionar y problematizar. El reto también reside en que las feministas entiendan las distintas maneras de empoderarse dentro de la industria, entender que lo que dicen los hombres en sus canciones no nos representa ni nos controla, que somos las únicas con el poder y decisión de nuestras acciones y nuestro cuerpo. El desafío también incluye entender que perrear puede ser una forma de empoderamiento y que con eso no le damos control ni placer al hombre porque nosotras también disfrutamos.
Es el turno de las mujeres, dentro del reggaeton y el trap, de investigar la manera de erradicar los discursos sexistas, machistas y opresivos. Apropiarse y empoderarse en esos espacios. Alternativas como la que establece Mari Kazetari: “Estoy convencida de que si nos reímos, si bailamos, si perdemos la compostura, si nos entregamos al desenfreno, seremos seres menos rígidos, más libres, capaces de hacer un activismo más transformador”.