Hemos arribado a un impasse en el cual la huelga universitaria, para poder lograr sus objetivos, debe abrir otros espacios de presión social. El tranque se muestra en cómo los estudiantes y el Estado (por medio de la Policía) no logran controlar los portones; se podría decir que ambos controlan y carecen de control. Pero, ¿cómo romper este impasse?: con la declaración de una situación social-universitaria permanente. Algunos en el movimiento sindical le llaman “estado huelgario”, mas quisiera distanciarme de la terminología militar y estatal. En cambio, como parte de una primavera de resistencia jovial, propongo que nos apropiemos de los lineamientos situacionistas y des-enmascaremos las prácticas alienantes de una sociedad consumista y anti-democrática. La esencia de la universidad está en el ejercicio académico: la producción de conocimiento, un espacio para el debate entre diferencias, la participación y el intercambio de ideas. Una universidad solamente puede existir mediante la acción de dos sujetos: los profesores y los estudiantes. Sin éstos la universidad es un espacio desierto, un vacío monumental habitado por burócratas y agentes del Estado. Ya es tiempo, como bien ha ocurrido en otros recintos, de que la universidad se abra. No me refiero a que se abran los portones que constituyen un cerco de contención para la producción de resistencias y democracias. Apunto, con la apertura de la universidad, a que los estudiantes y los profesores acudamos a otros espacios urbanos y allí practicar el ejercicio académico: que la universidad esté en todos lados. Nuestro movimiento es de multitudes: pluralidades que permanecen distinguibles entre sí, pero cuya acción social es igualmente múltiple y que no se fusionan en Uno. Esto no es un movimiento de masas, es una agencia política de pequeñas, medianas y grandes redes que desestabilizan con su espontaneidad el poder centralizado del Estado. Si mantenemos un solo espacio de tensión entre el Estado y los universitarios, el primero tendrá la ventaja de poder concentrar sus esfuerzos y sus recursos a ese lugar único. Pero si, como multitudes, nos esparcimos por cada chinchorro, cada parada de guagua, cada estación del tren y cada (super)mercado, estaremos transformando estos sitios en universidades. Entonces, el Estado se enfrentará a una resistencia múltiple y la sociedad general podrá experimentar la cátedra, se expondrá a lo que significa una educación universitaria. No propongo nada genialmente original, muchos movimientos estudiantiles lo han hecho antes. Así como nosotros rompimos con la rutina del salón de clases, de las jerarquías y la monotonía de la sumisión, ahora debemos propiciar el resquebrajamiento del consumo. La cátedra en la calle sería una forma de romper con la monotonía de la compra, con la irreflexividad del consumismo. Llenemos de flores y debates las plazas de mercado, los centros comerciales, las plazas de cada pueblo y los espacios de transportación. Demostremos el espíritu democrático del proyecto universitario, que la gente lo conozca, lo experimente y lo atesore. Esta es nuestra oportunidad para que toda la población viva e interactúe con la verdadera universidad. Que en los espacios de interacción social se desarrollen debates universitarios, que el que se da su cerveza en la barra del pueblo o la que toma la guagua todos los días debata con un estudiante o un profesor. A democratizar el conocimiento, el debate y la sociedad. Por la creación de una situación social-universitaria permanente; como decían en el mayo francés, ¡a la calle y a las camas! El autor es estudiante de maestría en Historia de la UPR-RP y portavoz del Comité de Acción de Humanidades.