CIUDAD DE MÉXICO- Se ha dicho que la Influenza H1N1 no afecta tanto como el tedio que provoca. Al menos en el ánimo. La Ciudad de México se atrincheró por un puñado de días tras un mandato gubernamental para reducir los índices de contagios. Todo empezó por las escuelas, luego siguieron las iniciativas privada y pública. Los restaurantes, iglesias y cines cerraron sus puertas, se han limitado o embargado los besos y abrazos a los otros y, vistas como “peligrosas”, se recomienda a los hombres no hacerse el nudo de la corbata. El virus de la influenza porcina muta constantemente y los pliegues de la corbata, como de las manos o la boca, son receptáculos para favorecer un contagio. La incertidumbre que se tiene en el país es alta y sin embargo el Gobierno muestra esperanzas desde la televisión. De todos modos el consumo de atún enlatado y agua embotellada aumenta. Algunos anaqueles huecos son la evidencia. Aunque no se esparce mayormente la enfermedad, hay preocupaciones. Además, de acuerdo al reporte de la Secretaría de Salud de México sobre “La situación de la epidemia” no existe crecimiento exponencial de enfermos y se cuenta con medicamento suficiente para tratar a los afectados. ¿Será eso cierto? Lo cierto es que mientras tanto, pocos saben si al caminar por la calle, estar junto a alguien que tose cerca o ver a enmascarados quirúrgicos –algunos hasta con guantes de látex– en las calles, el Metro o la oficina involucra un riesgo o no.
Las implicaciones de la Influenza H1N1 son ante todo de una caracterización médica de las personas. Incluso como moda, los tapabocas son el colorido de la epidemia. Pero el fondo de la enfermedad ya se filtra en la economía, la política, el sexo, el esparcimiento y en muchas esferas más. México ya contaba con un panorama aciago en cuanto al crecimiento económico antes de la epidemia y ahora —calculó el Secretario de Economía— esta contingencia tendrá un efecto máximo que oscile 0.5 puntos porcentuales del PIB. Además, la industria turística y restaurantera han retrasado sus ventas, preparando su colapso. Pese a la influenza, un mesero puede servir una mesa, pero su aspecto podría lucir más a un explorador de la NASA que a simple mozo culinario. Para la política mexicana esta oportunidad abre un espacio que permite rebasar la solidaridad del país. Si bien ante terremotos e inundaciones se actuó bien (una televisora nacional se ha encargado de enaltecer ambos temas, a propósito de la crisis mundial, para enfatizar el “coraje” y entereza mexicana), la vulnerabilidad no cesa y queda seguir extremando precauciones. Los Centers for Disease Control (CDC) and Prevention en EE.UU. tienen una línea informativa que concuerda con la visión de México. Nunca antes el lavado de manos había sido tan valorado. A diferencia de un Pilatos, esta medida es para salvar el pellejo propio y ajeno. Y el amor en los tiempos de la gripa porcina no es fácil. Besar y abrazar a medias. Es cariño partido. Restricciones para una cultura dicharachera y de contacto fraterno donde la gente sólo tiene una certidumbre: lavarse las manos, estornudar como si se estuviera en un cocktail de etiqueta y evitar las masificaciones. Seguramente el sexo tendrá su exquisitez profiláctica cada vez más. Aunque se afirma que existe un control sanitario, las expectativas dudosas de la población se yuxtaponen a la versión oficial llena de esperanza para sortear el problema epidemiológico. Al respecto puede que lo dicho por Guido Ceronetti en El silencio del cuerpo (1979) “O escépticos, o sépticos” sea la mejor recomendación para no relajar medidas profilácticas entre la población. Ha de dudarse en el sentido de extremar precauciones para conservar la limpieza, y evitar un contagio.
Hace poco tiempo México y EE.UU. fueron vistos como los países donde hay una proporción demográfica alta de gente obsesa y con sobrepeso. Para hacer gala de temas de cochinitos, la gripe porcina ha llegado también a esa región.
—¡Oink, oink!, ¿cómo está? — ¡Oink! Ahí vamos (cuenta mientras se lava otra vez las manos) — Pero eso sí, continúa, no he podido ver Wolverine en el cine. —Sí, le entiendo, imagínese que el otro día ni la paz nos dimos, ni comulgamos en la Iglesia por cuestiones de la influenza. —Bueno, sí, hay que hacer caso a las medidas sanitarias, pero lamento que hayan cerrado Los Girasoles, ¡tan rico ese mole de tamarindo con pavo y ajonjolí! A propósito, veo algo rara su mano, no me lo tome a mal, ¿pero ya fue con el doctor? —Fui, claro. —… (se lava de nuevo las manos y encima las unta de alcohol en gel, y se coloca un tapabocas azul). —Bueno, pues el doctor me dio Oseltamivir y ahora vivo feliz luego de curarme en el hospital. —Ya lo creo —toma aerosol aromatizante y rocía en el ambiente—, ¿y su mano? —La pezuña, ah, eso. . . es un recuerdo de estos porquitiempos.