La crisis es el elemento que define la política puertorriqueña del momento.
Luego del resultado de las elecciones celebradas el 8 de noviembre, se ha caído nuevamente en el marasmo intelectual de relegar toda la realidad política del país a las estructuras tradicionales: partidos políticos y, cada vez con mayor intensidad, a los medios de comunicación que de pronto sienten la imperiosa necesidad de influenciar en la composición y reorganización de los todavía principales partidos.
De ese contexto surge la controversia por determinar quién fungiría como la nueva o el nuevo presidente del Partido Popular Democrático (PPD), luego de la derrota que sufriera en las últimas elecciones. Lo que vive —en términos institucionales— el PPD es un proceso normal en el cual se manifiestan relaciones de poder e intereses encontrados en una colectividad que ha enfrentado uno de sus más marcados fracasos electorales en su historia, sobre todo, en lo que se refiere a la candidatura por la gobernación. Sin embargo, para tenerlo claro, en esta ocasión el contexto histórico puertorriqueño, definido por la crisis, supera el melodrama por el que atraviesa el PPD.
En última instancia, la lucha de poder por ocupar la dirección del PPD es también una lucha por disputar la hegemonía desde la cual se intenta definir y dar lenguaje a la crisis. El “shock” político que le ha propinado Sánchez Valle y el vacío ideológico que este caso ha provocado en el PPD, no quedan fuera de la ecuación de la crisis como dispositivo que define actualmente la política puertorriqueña.
Así, el PPD tiene tres opciones: 1) Entrar de lleno a la lucha hegemónica por definir el vacío político en el partido partiendo del contexto histórico que impone la crisis y las alternativas políticas para superarla. Hacia esa dirección, parecen apuntar las recientes declaraciones de Carmen Yulín Cruz, alcaldesa de San Juan, cuando afirma que “…la base del PPD está ávida para una definición, que no solamente es ideológica, sino que tiene que traer unos contornos sociales” y que ve “…a la base del PPD moviéndose hacia la soberanía”. En resumen, en el caso de la alcaldesa, hay un intento de redefinir la institucionalidad del PPD desde el contexto material de la crisis: el éxodo de una crisis que se vive cada vez con mayor intensidad se encuentra, para la alcaldesa, en el reconocimiento de los derechos sociales, la soberanía y el abierto antagonismo frente la junta de control fiscal.
2) El PPD puede entrar en etapa de negación, o más bien continuar, ignorando el contenido normativo de Sánchez Valle y de la crisis, y 3) Estrechamente ligada a la anterior, el PPD puede embarcarse, o debo decir continuar, en la corriente neoliberal que ha decidido, conjuntamente con la junta de control fiscal, definir la crisis como la “crisis de la deuda”.
El contenido de esta definición se encuentra en el apego programático a lo que dictamine el mercado financiero, en el pago total de la deuda y en la promoción activa, estructural y ontológica, de prácticas de austeridad. Prácticas de austeridad que vayan desbancando, de golpe y porrazo, derechos sociales y que progresivamente debiliten la figura del trabajador como sujeto de derechos. Un movimiento del PPD que le acerque aun más a estas dos últimas opciones tendrá el efecto, finalmente, de sepultar la existencia y vigencia política de esa institución.
El PPD, coincidentemente, se encuentra en una situación similar a esa del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Acorralado con el surgimiento de nuevas fuerzas políticas, sobre todo, la representada por un partido como Podemos (que nació del movimiento social 15-M), el PSOE se encontraba en una especie de “match point” en la que cualquier movimiento, tanto a la derecha, como a la izquierda, lo ubicaba en una posición muy precaria desde la cual se jugaba su propia supervivencia y vigencia política.
El PSOE hace algunas semanas ha decido moverse hacia la derecha para facilitar el gobierno neoliberal de Mariano Rajoy, mientras ha rechazado la posibilidad de hacer gobierno con Podemos y reabrir un nuevo sendero histórico que signifique el éxodo de la crisis a través del reconocimiento de los derechos sociales, la soberanía y el abierto rechazo a las políticas de austeridad impulsadas desde “La Troika”. De facto, el PSOE ha sido reducido a una partícula indistinguible frente al Partido Popular (PP) de España, su antiguo adversario político.
En realidad, la candidatura de David Bernier ha movido el PPD hacia la derecha neoliberal y anexionista, en la medida en que esa candidatura se hacía eco de la promoción de: un referéndum “estadidad Sí o No”, la admisión abierta por parte de ese candidato de que defendería la anexión de Puerto Rico ante el Congreso estadounidense, su posición a favor del voto presidencial y, por último, su postura ambivalente y marcadamente complaciente hacia la junta de control fiscal. El resultado: la recién concluida campaña electoral a la gobernación deja al PPD en una posición de indistinción plena frente al Partido Nuevo Progresista (PNP), su histórico (¿o antiguo?) adversario político.
Así lo ha entendido Héctor Ferrer Ríos, expresidente de esa colectividad, cuando afirma que: “El partido se veía como uno aparte a los demás partidos. Un partido único, con una mística diferente. Si te pones a ver, el Partido Popular ahora se parece tanto al [PNP], que no hay diferencia. Y eso es un gran problema. […] El partido siempre ha sido uno de vanguardia, de justicia social, un partido social demócrata… y las posiciones que se han tomado son más parecidas a las neoliberales que representa el PNP”.
Habrá que añadir que ese estado-de-indistinción entre el PPD y el PNP se ha afianzado en la medida en que el último candidato a la gobernación por el partido rojo concibe el poder desde una óptica muy limitada. Ha abandonado a la fortuna y negado sistemáticamente el hacer-político como instrumento para crear nuevo sentido común y antagonizar con el adversario político. Esta tendencia aplica también a los partidos minoritarios que se ubican a la izquierda del espectro electoral puertorriqueño: el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y el Partido del Pueblo Trabajador (PPT). De facto, la política ha sido reducida a un mero acto de “marketing” electoral: no se vale antagonizar, solamente se es válido desarrollar discursos que puedan adherirse a subjetividades fijas. De ahí, quedó evidenciado el constante jaleo y variación discursiva en la recién concluida campaña del PPD a la gobernación y, por ejemplo, en la débil y unidimensional campaña del PIP.
En fin, nos encontramos en un proceso abierto en el que los partidos tradicionales van saliendo del léxico político y sentido común del puertorriqueño. La derrota de fuerzas progresistas y el ascenso de una derecha ultraconservadora, al igual que en Estados Unidos, al menos nos da la oportunidad de entrar, si así se decide, en el tablero de la hegemonía desde donde se va dando de facto una reorganización de fuerzas y subjetividades políticas en el país. Sin duda, el momento brinda una oportunidad de reorganizar, de darle cuerpo y lenguaje a las diversas fuerzas progresistas. La clave, por el momento, reside en irrumpir en la lucha social por significar y crear vocabulario alrededor del “éxodo de la crisis”. Para el PPD, en este juego de poder, se trata de una jugada en la que tendrá que decidir en cuál lado de la cancha deja caer la bola. Match point.