Mi teléfono celular chilló esta mañana avisándome que tenía un nuevo mensaje de texto. Al abrirlo, pude leer el comentario de una amiga que había ido a la IUPI para su primer día de clases. El correo decía: “¡Loco! ¡La UPR está invadida de ‘prepas’! Me siento bien vieja!” Fui uno de esos afortunados que en su época de “prepa” ya me veía mayorcito por lo que nunca me catalogaron y mucho menos humillaron sobre las mesas del Centro de Estudiantes. Pero, sí, sufrí los inconvenientes de ser nuevo en una universidad. Esa sensación de vulnerabilidad típica de un herbívoro en una selva repleta de depredadores, no saber dónde quedan los edificios y el desconocimiento absoluto de los mecanismos que mueven las ruedas de la inmensa burocracia interna de la administración universitaria. Es quizás esta la razón por la que siempre veré con congoja a aquellos “prepas” que vagan vacilantes por el Recinto, y que la misericordia sale a flote en mí, cada vez que alguno me pregunta dónde está el edificio Osuna, el Luis Palés Matos (LPM) o la oficina del Registrador. Claro que admito que hay muchos “prepas” que me parecen sumamente molestos. No sólo porque obstruyen y retardan los procesos administrativos con sus constantes preguntas y errores; o porque traen nuevos vehículos a una universidad que ya de por sí carece de suficientes puestos de estacionamiento; algunos son molestos porque llegan con una actitud de chico grande, de invencible, de orgullo y coraje, propias de aquel que acaba de dejar atrás el “high school” y se siente un adulto universitario. ¿Por qué es molesta esta actitud? Simple, porque los que ya tenemos más de un año estudiando en una universidad hemos perdido esta sensación de superioridad y nos molesta que los “prepas” nos la restrieguen en la cara. Pero eso no me parece suficiente razón para no ayudar a aquellos que me lo piden o hacerles aun más tormentoso su primer año en la Universidad. Lamentablemente hay algunos estudiantes que no tienen la misma reacción ante los alumnos de nuevo ingreso. Me pregunto si es que no se acuerdan de las penurias que sufrieron en sus primeros años universitarios o si, por el contrario, es precisamente porque las recuerdan que, a modo de venganza, se dedican a hacerle la vida imposible a cuanto desorientado llega frente a sus fauces hambrientas de carnívoro desalmado. Los “rituales de iniciación” o la humillación que se les hace a los “nuevos” siempre me han parecido barbarismos injustificados, propios de individuos psicológicamente inestables que necesitan inflingir algún tipo de ignominia a otros, para aparentar una superioridad que les cubra las inseguridades propias. En pocas palabras, una forma de solventar problemas de autoestima mediante el miedo y la vergüenza del otro. El gran problema se suscita cuando, el deshonrado pasa todo un año esperando a que una nueva camada de “prepas” entre para entonces tratar de sanar su orgullo herido por medio de la humillación de una nueva víctima, generando así un círculo vicioso. Y digo vicioso con especial propiedad en este caso, ya que estas afrentas son realmente viciosas y desagradables. Marcar con un “magic marker” o, en casos aun más radicales, con nitrato de plata la frente de cualquier persona es un actividad casi bélica. Y peor cuando sólo es en busca de una señal que haga un blanco reconocible al sujeto ante todo “viejo” con ganas de ofender a un “nuevo”. Es la mofa, la barbarie bañada de Barbasol. Estas ejecuciones son la denigración pública acompañada de baños de refresco, basura o lo que se tenga a la mano. La degenerada y malsana creatividad de los verdugos no tiene límite a la hora de “darle la bienvenida a la Universidad”. Una bienvenida que ya es una tradición a tal punto que todos los presentes la celebran tal cual un circo romano. Y las autoridades, profesores y empleados de la universidad tan sólo responden con un “ay bendito” entre risas y pena. A mí también me dan lástima los que al ritmo de la pelúa se menean sobre esa mesa con peste a Burger King.