Al cumplirse los primeros 100 días de gobierno de Donald Trump como presidente de Estados Unidos es hora de evaluar el impacto que ha tenido, hasta ahora, en el mundo y, en especial, en los países en desarrollo.
Es demasiado pronto para sacar grandes conclusiones, pero lo que se ha visto desde que asumió su puesto el 20 de enero, hasta ahora, es preocupante.
Trump dijo que Estados Unidos no debía verse arrastrado a guerras de otros, pero el 6 de este mes atacó a Siria, a pesar de que no había pruebas contundentes que demostraran la responsabilidad del presidente sirio Bashar al Assad en el uso de armas químicas.
Luego, lanzó sobre un distrito muy poblado de Afganistán lo que se ha calificado como la bomba no nuclear más grande.
Algunos observadores opinaron que el fin de ese ataque fue mandar un mensaje interno, pues nada aumenta tanto la popularidad del presidente o prueba su fuerza como hacerle frente a un enemigo.
Quizá sus acciones también estaban dirigidas al líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, quien a su vez amenazó con responder con bombas convencionales o nucleares en caso de un ataque estadounidense, y probablemente lo dijo en serio. Y el propio Trump amenazó con bombardear sus instalaciones nucleares.
Con dos presidentes tan impredecibles, podríamos estar increíblemente al borde de una guerra nuclear.
“Hay miembros del círculo más cercano al presidente que creen que el gobierno de Trump contempla seriamente dar el ‘primer golpe’ contra Corea del Norte. Pero si [el mandatario norcoreano] Kim Jong Un llegó a la misma conclusión, podría disparar primero”, comentó Gideon Rachman, del Financial Times.
Además, observó que quizás el presidente estadounidense haya llegado a la conclusión de que la alternativa militar es la forma de lograr “ganar” la imagen que prometió a los votantes.
El columnista de The New York Times, Nicholas Kristof, dijo que la peor pesadilla es que Trump se embarre en una nueva guerra coreana. Puede llegar a ocurrir si destruye un ensayo de misiles que Corea del Norte esté por lanzar, pues ese país podría responder lanzando su artillería contra Seúl, Corea del Sur, donde viven 25 millones de personas.
El general Gary Luck, excomandante de las fuerzas estadounidenses en Corea del Sur, estimó que una nueva guerra coreana podría dejar un millón de víctimas y un billón (millón de millones) en daños, mencionó Kristof.
Lejos de las expectativas de dejar de ser el policía del mundo para poner a “Estados Unidos primero”, el nuevo presidente podría pensar que las guerras, o por lo menos el lanzamiento de misiles y bombas en otros países, es “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”.
Eso puede ser más fácil que ganar batallas internas, como reemplazar la política de Salud del expresidente Barack Obama o prohibir el ingreso de ciudadanos y refugiados de siete países musulmanes, iniciativas ya bloqueadas por la justicia.
El mensaje de que hay grupos de personas o de países que no son bienvenidos en Estados Unidos podría estar teniendo consecuencias; los últimos informes muestran un declive en el turismo y una disminución de solicitudes de estudiantes extranjeros para ingresar en una universidad de ese país.
Otro revés lo protagonizó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a la que Trump condenó por obsoleta, pero luego la aplaudió por “ya no ser obsoleta”, para gran alivio de sus aliados occidentales.
Otro cambio de rumbo, aunque bienvenido, fue cuando Trump reconoció que China al final no manipula su divisa, a pesar de que en la campaña prometió que lo primero que haría al llegar a la presidencia sería registrarla como manipuladora, lo que implicaría elevar los impuestos al ingreso de productos chinos.
Trump sigue obsesionado con el déficit comercial de Estados Unidos y, según él, China es el principal culpable, con 347,000 millones de superávit comercial.
En una cumbre bilateral realizada en Florida el 7 y 8 de este mes, los dos países se pusieron de acuerdo sobre una propuesta del presidente chino, Xi Jinping, de tener un plan de 100 días para aumentar las exportaciones estadounidenses a China y así reducir el déficit comercial.
En materia comercial, Trump también le pidió a su secretario (ministro) de Comercio, Wilbur Ross, un informe sobre los déficits comerciales bilaterales para conocer sus causas, ya sea por dumping (venta a pérdida), engaños, subsidios, acuerdos de libre comercio, desajuste de la moneda o hasta normas injustas de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Entonces, el presidente estadounidense podrá tomar medidas para corregir los desequilibrios, indicó Ross.
En los primeros 100 días de gobierno, Trump no cumplió con su amenaza de imponer gravámenes adicionales a México y China. Pero sí con la de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPPA), y está por verse si decía en serio lo de reformar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan).
La amenaza al sistema comercial puede venir de una reforma fiscal preparada por líderes del gobernante Partido Republicano en el Congreso legislativo. El documento original contiene un sistema de “ajuste comercial”, con el fin de imponer un gravamen de 20% a las importaciones a Estados Unidos, a la vez que se exonera de las tasas corporativas a las exportaciones.
De aprobarse una ley de ese tipo, lloverán críticas del resto del mundo, en muchos casos contra Estados Unidos en la OMC, así como es de esperar que varios países adopten medidas de represalias. Es posible que, por la oposición interna, ese aspecto del ajuste comercial quede de lado o, por lo menos, que se modifique considerablemente.
Mientras la nueva política comercial de Estados Unidos toma forma, en sus primeros 100 días como presidente, Trump propagó un viento de proteccionismo.
Otro de los asuntos delicados ha sido el impulso de Trump contra la política de cambio climático de Obama. Propuso reducir el presupuesto de la Agencia de Protección Ambiental en 31% y eliminar los programas de investigación y prevención sobre este fenómeno en todas las dependencias del gobierno federal.
La Agencia de Protección Ambiental, ahora encabezada por un escéptico en materia de cambio climático, ordenó revisar los estándares respecto a la contaminación de caños de escape de vehículos y revisar el Plan de Energía Limpia, que fue el centro de la política de Obama para reducir las emisiones de dióxido de carbono.
El plan hubiera llevado al cierre de cientos de plantas de carbón, frenado la construcción de nuevas centrales y reemplazado las existentes por granjas eólicas y solares.
“La revocación de la política también señala que Trump no tiene intenciones de cumplir los compromisos formales de Obama en el marco del Acuerdo de París”, observó Coral Davenport en The New Times.
En el marco del acuerdo climático, Estados Unidos se comprometió a reducir los gases de efecto invernadero en 26% para el 2025, respecto de los volúmenes de 2005.
De hecho, al parecer hay un debate interno en Estados Unidos sobre retirarse o no del Acuerdo de París. Pero aun si se queda, la nueva delegación podría desalentar o impedir que otros países avancen hacia la adopción de nuevas medidas y acciones.
Hay una gran preocupación por la intención de Trump de dejar de contribuir con $3,000 millones a el Fondo Verde para el Clima, que asiste a los países en desarrollo en la realización de proyectos de cambio climático.
Obama transfirió los primeros $1,000 millones, pero el gobierno de Trump no hará más pagos, a menos que el Congreso revoque la decisión del presidente, lo que es muy poco probable.
Otro aspecto negativo de los primeros 100 días de gobierno, en especial para los países en desarrollo, es la intención de Trump de restar importancia a la cooperación internacional y para el desarrollo.
En marzo, Washington comunicó su propuesta de presupuesto con un gran recorte de 28%, o $10,900 millones, para la ONU y otras organizaciones internacionales, el Departamento de Estado (cancillería) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), mientras que aumentó el presupuesto militar en $54,000 millones.
Eso coincidió con el llamado del coordinador de asuntos humanitarios de la ONU, Stephen O’Brien, de inyectar de forma urgente los fondos para hacer frente a la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y a una grave sequía que afecta a 38 millones de personas en 17 países africanos.
Trump también propuso recortar el aporte de Estados Unidos al presupuesto general de la ONU por un monto no especificado y pagar, como mucho, 25% del costo de las misiones de paz. Hasta ahora, ese se hacía cargo de 22% del presupuesto de la ONU, de $5,400 millones, y de 28.5% de los recursos de las misiones de paz, de $7,900 millones.
Además, Washington recortará $650 millones en tres años al Banco Mundial y a otras organizaciones multilaterales de crédito.
La comunidad que trabaja en cuestiones de relaciones exteriores en Estados Unidos está impactada con la miopía de Trump, y 121 generales y almirantes retirados urgieron al Congreso a seguir destinando fondos a la diplomacia y la asistencia exterior, como hasta ahora, porque lo consideraron fundamental como forma de prevenir conflictos.
La idea de Trump probablemente vaya a discutirse en el Congreso porque hay muchas personas, que abogan por la diplomacia, con preocupaciones de índole humanitaria, pero habrá que esperar.
Por último, el problema con la reducción de fondos es que el enfoque de Trump en materia de política exterior diluye el espíritu y el sentido de la cooperación internacional.
Si uno de los mayores emisores de gases contaminantes a la atmósfera descree y cuestiona que el recalentamiento planetario sea el resultado de la actividad humana, y que podría devastar a la Tierra, y deja de comprometerse a tomar medidas locales y a ayudar al resto, otros países podrían verse tentados o impulsados a hacer lo mismo.
El mundo podría verse privado de la cooperación que tanto le urge para salvarse del catastrófico recalentamiento.