
Lo primero que llama la atención, al hojear las hermosas páginas del libro Segundo Cardona, que contiene una muestra amplia de fotografías y textos descriptivos de la obra de este arquitecto que cumple más de treinta años en la profesión, es la cantidad de espacios importantes y poderosos para el país que ha diseñado. Después de leerlo y analizar su trayectoria, no es descabellado afirmar que un sinnúmero de las interacciones ciudadanas comunes o trascendentales que ocurren en la isla están condicionadas por las ideas y el estilo de este artista, que ha dibujado con su mano las proyecciones de decenas de edificios que incluyen viviendas emblemáticas, bancos, escuelas, centros deportivos, estaciones del Tren Urbano, sedes gubernamentales, oficinas de agencias de publicidad, casas de seguros, hospitales, bibliotecas públicas y muchos otros lugares públicos. En el ensayo introductorio, Juan Marqués Mera explica que, “como es natural en esta ciudad que nos empeñamos en deshacer, o en no configurar, las obras de Cardona ubican mayormente en los suburbios. Vienen a ser objetos en este paisaje ambivalente, entre ciudad y campo, lo que ofrece la oportunidad y exige la resolución de figuras tridimensionales, adorables en infinidad de ángulos y múltiples perspectivas”. Si se parte de esta reflexión de Marqués Mera, habría que preguntarse qué significa el legado inmobiliario de este artista en cuanto a la ambivalencia de ese paisaje suburbano que ha decidido conquistar acomodando su visión a las condiciones impuestas por la clientela y la “realidad” de los territorios sobre los que propone edificar. Sobresalen retos como el Coliseo de Puerto Rico, la ampliación al Popular Center del Banco Popular en Hato Rey, el complejo de la Telefónica en San Patricio, el nuevo centro gubernamental de Bayamón y el lujoso condominio Luchetti 1212, entre otros, como ejemplos en los que el arquitecto lidió con dicha ambivalencia para erigir belleza (y acomodarla a la funcionalidad) donde, debido a la manía del desparrame ilógico, no la hay. De entre tantos bocetos espectaculares para remediar el entorno que le tocó transformar, impacta lo que podría ser una edificación insignificante: la sede de la empresa de seguros Universal Insurance, ubicada “en el solar más remoto de un parque de oficinas”. Sin embargo, el proceso creativo por el que atravesó Cardona para integrar su estilo a los gustos y necesidades del cliente, más las particularidades del entorno, es representativo de la calidad de su trabajo. El texto indica que Universal requería una gran presencia y visibilidad para su sede a pesar de que se ubicaría en ese lugar apartado del centro, al final de una calle sin salida (tremenda metáfora de la Isla). El artista integró una torre tipo faro que sirve como “bisagra” entre el estacionamiento y el edificio, y que se puede divisar desde lo lejos. Allí se instaló una pantalla electrónica que emite mensajes publicitarios alusivos a la compañía y que marca la hora más la temperatura, como atractivos visuales. Pero eso no es lo más impresionante de la pieza. Cardona transformó el principio básico que justifica la necesidad de un seguro (la prevención ante un evento desastroso incierto en el futuro) en un elemento arquitectónico que lo caracteriza al tiempo que exaltó su sello artístico en las condiciones locales. “Se destacan en la fachada las tormenteras montadas sobre pivotes, las cuales funcionan como dispositivos de protección solar o quiebrasoles, que ante la amenaza de huracanes se cierran completamente para proteger los cristales”, indican los redactores. El efecto de la simbiosis entre lo bello y lo útil que emana de la fachada es sumamente agradable. Este libro, sin dudas, muestra la riqueza y el poder que puede avivar el arquitecto en un contexto de incapacidad, escasez y contradicciones extremas. Manuel Clavell Carrasquillo